El genio de la botella




En el Chile actual, la desconfianza se ha convertido en un lugar común. El gobierno, los partidos políticos, el Congreso, las iglesias y las grandes empresas han sido puestos bajo sospecha en base a escándalos e investigaciones judiciales.

El país está siendo sometido a un inédito escenario de crispación entre las elites y la ciudadanía, al tiempo que las instituciones son, día a día, cuestionadas en su capacidad de responder a esta nueva realidad. Nadie parece estar a salvo del riesgo de escarnio público; las redes sociales se han convertido en el espacio preferente del bullying y la bronca colectiva. Todos, de alguna manera, hemos terminado por sentir temores y aprensiones, incluso hasta del vecino.

Cuando la Concertación perdió el poder en 2010, inició una operación suicida, buscando convencer a la gente de que buena parte de los avances conseguidos por el país en sus veinte años de gobierno eran un espejismo. Donde antes había motivos para el orgullo, se instaló el discurso de la vergüenza: Chile no era una nación de logros relevantes en las últimas décadas, sino, más bien, el reino de los abusos, la inequidad y las trampas encubiertas por la 'letra chica'.

Luego de cuatro administraciones sucesivas, la herencia dejada por la Concertación era, ahora, denunciada como estafa por sus propios dirigentes; tan paupérrimo fue el resultado de su gestión que Chile ya no podía seguir caminando por la misma senda: era necesaria una retroexcavadora para poner en práctica un programa 'refundacional'.

Así, producida la alternancia que llevó a Sebastián Piñera a La Moneda, la nueva oposición hizo de la desconfianza su principal arma política. Día y noche se le habló al país de conflictos de interés, de abusos de poder y de mentiras oficiales.

Los diversos casos de pedofilia en la Iglesia Católica y de colusión empresarial abonaron también el terreno. Piñera cometió el error de asumir el gobierno sin haberse desprendido de la administración de sus negocios, y afirmando, además, que su gestión haría en veinte días lo que la centroizquierda no había hecho en veinte años. Al final, fue culpado hasta de la salida de Marcelo Bielsa de la selección chilena de fútbol, y su coalición política terminó su breve paso por el Estado siendo humillada y barrida en las urnas.

La estrategia de la desconfianza logró, sin embargo, su objetivo: con ropaje y discurso transformista, la antigua Concertación volvió al poder, teniendo en sus manos el enorme desafío de concretar el océano de promesas que había ofrecido.

Pasados los primeros meses, la tarea fue mostrando sus dificultades, las reformas perdieron progresivamente respaldo, hasta que a mediados del verano ocurrió lo impensable. Las denuncias de irregularidades en el financiamiento de campañas políticas llegaron a orillas de la propia Nueva Mayoría, y un caso de presunto tráfico de influencias explotó en el seno de la familia Bachelet.

Ahora, el genio de la desconfianza está liberado y será muy difícil volver a meterlo en la botella. La bronca fue alimentada con entusiasmo por demasiado tiempo, y buena parte de la población tiene 'sed de sangre'.

Nada ni nadie posee hoy la credibilidad suficiente para tomar el problema en sus manos y darle conducción. De tanto sembrar tormentas se ha empezado a cosechar tempestades.

La palabra 'acuerdo', que en otros tiempos fue expresión de mesura y responsabilidad, pasó a ser sinónimo de 'arreglín' e impunidad. La política dinamitó sus propios caminos y la situación quedó en poder de los fiscales. Ironía del destino: el genio de la botella anda suelto y sus víctimas están siendo, precisamente, aquellos que requirieron de sus servicios.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.