El improperio como herramienta política
El 21 de mayo está a la vuelta de la esquina, y como ya es costumbre, los héroes de Iquique pasarán nuevamente a un segundo plano en pos del "listado" de deberes cumplidos por el gobierno de turno. Compromisos que por su cantidad y relevancia - reforma al binominal, reforma educacional y tributaria - estresan tanto a la Moneda como a la Nueva Mayoría, al igual que a una oposición en búsqueda de su yo perdido, carente de una posición clara y uniforme frente a estos grandes temas.
Escalona sintetiza acertadamente el momento cuando declara que percibe "un clima de crispación política que no debería ser", pero es... Prueba de aquello es la columna del rector Peña, en donde fustigó a los "poderosos de siempre" el domingo pasado.
En definitiva, el escenario propicio para que entren a primar en las discusiones la descalificación e insulto. Es por esto que me puse a reflexionar sobre el asunto, excluyendo a la presidenta Bachelet por ejercer el rol que ocupa, sobre el insulto tanto en el debate público como político.
Aristóteles en su retórica, ya nos decía que las palabras usuales comunican lo que ya conocemos. No así las metáforas, a través de las cuales podremos lograr algo nuevo al comunicar ideas, imágenes o sensaciones para las que no poseemos palabras precisas. Aunque en el caso del insulto - del latín "insultare", ofender, saltar, contra - las palabras están enfocadas en ofender a otro irritándolo y provocándolo a la vez. Lo que ya estamos comenzando a ver en la política chilena.
Algunos ejemplos ya históricos, como la pelea de Escalona con Gómez:
O este compilado, que incluye los memorables improperios de la senadora Matthei, entre otros.
Pero, no podemos desconocer que el improperio es parte del día a día. Basta con ver las barras bravas, los conductores en las horas punta del tráfico e incluso en el ambiente intelectual, en donde Jorge Luís Borges posee una sabrosa anécdota reflejada en su texto "el arte de injuriar". Trata de un bar y dos comensales que discutían acaloradamente sobre religión cuando sorpresivamente uno le arrojó un vaso de vino al otro, ante lo cual el agredido replicó así: "Esto, señor, es una digresión; espero su argumento".
Definitivamente, descalificar es parte de nuestro yo cotidiano nacional. Habermas lo tenía clarísimo cuando nos advertía que el ataque personal, va en detrimento de la búsqueda conjunta de consensos racionales entre los discursos. Algo que obviamente puede encontrar su mejor punto en contextos polarizados, como al que nos estamos aproximando. Es decir, en este tipo de escenario, el insulto es más propicio y recobra más valor porque los bandos tratan de validarse frente a la opinión pública, particularmente a través de la estrategia de ellos versus los otros con lo que se definen a sí mismos y a sus adversarios en la lucha por el poder y la influencia social en lo público... Nosotros los empresarios frente a ellos que destruirán lo que se ha logrado hasta hoy, la campaña del Sí versus el No y, así sucesivamente.
Nada que decir, tal como afirmó Diógenes de Sínope "el insulto deshonra a quien lo infiere, no a quien lo recibe". Emplear el improperio y la descalificación, aun entendiendo el contexto, es la simple y áspera constatación de la carencia de argumentos para sostener un debate público. Es evidenciar que no tenemos la suficiente capacidad para usar el lenguaje y respetar la palabra. Es la comprobación de que puede más el odio personal que el valor institucional.
Observemos este corto video que contrapone a dos grandes oradores como Ricardo Lagos y Jaime Guzmán en un panel histórico, representando posiciones absolutamente opuestas, pero sin jamás llegar a la descalificación e insulto.
El filósofo Schopenhauer agregaría a lo ya dicho, que "Quien insulta pone de manifiesto que no tiene nada sustancial que oponerle al otro; ya que de lo contrario lo invocaría como premisas y dejaría que el auditorio extrajera su propia conclusión; en lugar de ello, proporciona la conclusión y queda debiendo las premisas".
Nuestros políticos y dirigentes cada vez con más frecuencia trastabillan en la ecuación lógica de la construcción del mensaje cuando participan del espacio público, llámese parlamento, calle u otro lugar abierto; lo relevante es el establecimiento de la disculpa pública como forma de terminar con el despropósito acontecido.
¿Serán las organizaciones empresariales, dirigentes políticos y autoridades capaces de aplicar esta máxima dado los desafíos que enfrenta el país?
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