El legado internacional de Barack Obama y la guerra fría
Cuando comienza el octavo año de su mandato, el esfuerzo de ponerle un fin más tangible a la guerra fría, se percibe como el gran legado internacional de Barack Obama. En la política exterior delineada en su discurso en el congreso sobre el estado de la nación, se observa que la misión consistía en terminar con el incubo diseñado para combatir un enemigo – el comunismo- que no existía. Siempre adornada y reciclada, la guerra fría, como una estrategia permanente por la supremacía, comenzaba a perjudicar al mismo Estados Unidos.
A pesar de la coyuntura con una Rusia enfrentada a Estados Unidos en dos enclaves de geopolítica fundamental, como son el Cáucaso y el Medio Oriente, los países que pesan en la economía global, a la cual Rusia está asociada, no quieren más guerras, ni regionales, ni menos mundiales. Tampoco quieren guerra fría.
Sin embargo, permanecen todavía como recientes las imágenes de los atentados a las Torres Gemelas y las decisiones de invadir Afganistán (2001) e Irak (2003), por parte de Estados Unidos en alianza con un grupo de países de la OTAN. Reposicionaron un estado de situación que no se diferenciaba del clima de relaciones internacionales existente durante el período más álgido de la confrontación entre la Unión Soviética y Estados Unidos. La reinstalación de la acción preventiva que Estados Unidos adoptó en su política exterior, colocaba al antiguo diseño de la guerra fría en una etapa superior.
Después del fin de la confrontación bipolar, la situación se presenta más desfavorable para el registro y el análisis desprendido de las presiones del poder. Las guerras limitadas reales, el terrorismo de Estado o de corporaciones privadas, el complot, el asesinato, las masacres, se fomentaron como parte del catálogo de la conquista del poder y la supremacía. Los hechos ocurren en un escenario internacional fragmentado y disperso, en donde se hace difícil observar la severidad de sus consecuencias en un contexto de lucha más desigual y, donde los códigos de la lealtad, están marcados por la presión indebida y la recompensa del dinero.
Las llamadas redes sociales del sistema digital exhiben este fenómeno en forma más cruda y en donde tampoco se distingue siempre lo real de lo ficticio. La idea es generar exaltación para desordenar y atrapar, sea la ventaja económica o la semilla adversaria escondida.
Obama heredó y se manejó en ese mundo convulsionado. En el discurso se refleja no obstante la dualidad propia de una tarea inconclusa con sinsabores aunque con logros importantes, como los de abrir relaciones con Cuba y empeñarse por el fin al bloqueo. Desactivó la crisis en torno a Irán, terminó con la ocupación en Irak, y la situación en el enclave Afganistán/Pakistán está contenida. Con el estado Palestino está al debe. Sin embargo, Israel nunca tuvo un presidente en la Casa Blanca menos proclive a complacer todas las angustias existenciales de un estado militar. Dejó entrever una tenue luz en un plan de paz para Siria, aunque la salida de Assad parece una manía. En el Consejo de Seguridad de la ONU, su gobierno debió haber contribuido a ponerle fin al plan de derrocar al presidente sirio. En este plano ha sido muy condescendiente con dos aliados que han cometido barbaridades en Siria como son Turquía y Arabia Saudita.
Hans Morgenthau, uno de los insignes teóricos del llamado "realismo duro", observaba que "la historia no muestra una correlación exacta entre la calidad de los motivos y la calidad de la política exterior". Tampoco las buenas intenciones de un estadista en política exterior garantizan resultados "moralmente loables o políticamente exitosos". Las cualidades políticas y morales de los estadistas residen en sus actos y no en las motivaciones, una de las incógnitas más impenetrables del individuo. "¿Cuántas veces los estadistas han sentido el impulso de mejorar el mundo y sin embargo han terminado empeorándolo? ¿Cuántas se han fijado en un objetivo en cambio han terminado consiguiendo otro que nadie deseaba?", afirmaba. Estas palabras encajan en la motivación de derrocar al presidente en Siria y en el discurso de Obama se ve reflejada la frustración por los resultados.
Con la versión última de terrorismo, que algunos sectores en Estados Unidos y Europa Occidental asocian al fundamentalismo islámico, sin profundizar en problemáticas culturales y políticas más amplias, se está produciendo algo similar de lo ocurrido en no anticipar la velocidad de la debacle soviética y sus efectos. Algo no funciona en el cuerpo teórico de las disciplinas que se encargan de lo político, y allí subyace un tema relevante e insuficientemente advertido.
Es así que al concentrar el fenómeno del terrorismo actual en el fundamentalismo islámico, no solo se reduce el análisis político, sino que se reducen las posibilidades de erradicar la esencia del sistema de la guerra fría que permanece. Un sistema que indujo a concentrarse en una versión de terrorismo, islámico y fundamentalista, esquivando la constatación de que se trata de una industria montada para desestabilizar estados, y particularmente el de Siria.
Por de pronto, aparece una disyuntiva desagradable y peligrosa. Las potencias occidentales al no reconocerlo a cabalidad, manteniendo una visión unilateral, o están desnudando una falencia de base, o simplemente se benefician con que el sistema de la guerra fría que les dio la victoria contra el comunismo continúe. Esto comprueba que la supremacía global todavía está en suspenso.
En un año no estará Barack Obama desde la presidencia para ampliar el foco y contener a termocéfalos deseosos de bombardear por doquier. Se le echará de menos por muchas razones y nos falta espacio. Aún con su manía contra Assad, su extraño subjetivismo reduccionista sobre Rusia y la desmedida expectativa sobre el TTP.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.