El otro fútbol




De un tiempo a esta parte, las generalizaciones han comenzado a resultarme fastidiosas. Primero, obligan a ver la vida en blanco y negro. Segundo, invisibilizan a las minorías y a las excepciones. Y tercero, se repiten como cantinela de loros, a tontas y a locas, limitando la reflexión. La sentencia corre para cualquier tipo de generalización. Algunas son lamentables -varias veces oí decir aquello de que todos los pobres son flojos-, otras dañinas -todos los políticos son corruptos-, y ni hablar de aquellas referencias negativas a la chilenidad vertidas por chilenos que a pesar de dispararse en los pies parecieran no sentirse tocados por su propia crítica.

Escribo esto porque de un tiempo a esta parte -sobre todo después de los escándalos de la FIFA y los actos de corrupción cometidos por dirigentes de las diferentes federaciones, incluida la chilena-, la imagen que uno tiene del fútbol es precisamente la de una organización cuya misión parece ser la corruptela y el enriquecimiento ilícito. Hablamos del fútbol e imaginamos una patota mafiosa que se llena los bolsillos de dinero. Y, aún cuando eso es una realidad, el fútbol también ofrece otras caras que dejan abierta la puerta para volver a creer en él.

La historia de Erison Turay es una de esas puertas.

La descubrí revisando las fotos premiadas de la World Press Photo. El trabajo de la fotógrafa turca Tara Todras-Whitehill obtuvo el tercer lugar en la categoría de Deportes, en la modalidad historias. En su foto-reportaje, Todras-Whitehill se interna en el corazón del club de fútbol que el propio Erison Turay fundó luego de ser diagnosticado y librarse de las garras del ébola.

El peor brote de esta enfermedad se inició en diciembre de 2013 y se extendió prácticamente hasta enero de 2016 cobrando la vida de 11 mil personas. La enfermedad atacó principalmente a los habitantes de Guinea, Liberia y Sierra Leona. Edison Turay vive en Sierra Leona, donde murieron casi cuatro mil personas.

Turay sobrevivió a la enfermedad luego de un tratamiento que se prolongó casi por tres semanas. Sus abuelos, hermanos y tíos no corrieron la misma suerte. Turay fue testigo de la muerte de 38 de sus familiares. Sólo su madre y algunos sobrinos pudieron seguir con vida tras el paso del ébola.

Sin embargo, tras librarse de la muerte, Turay se dio cuenta de dos realidades. Primero: iba a ser muy difícil que encontrara trabajo -los otros veían con recelo a los sobrevivientes, por temor a contagiarse-. Segundo: debía aprovechar el tiempo que tenía y luchar por hacer lo que más quería. ¿Y qué era lo que más quería Turay?: jugar al fútbol.

Pero no era fácil porque nadie quería incorporar a un sobreviviente del ébola a sus equipos. Entonces, tuvo la idea de crear un club de fútbol que congregara a todos los que, a pesar de haber perdido todo, habían zafado de la enfermedad. Así nació el Kenema Ebola Survivors FC, integrado por hombres y mujeres. A esa acción siguió la creación de The Ebola Fighters. Un equipo conformado por los médicos y enfermeras que trabajaron en Sierra Leona combatiendo la enfermedad.

Durante el año pasado, Kenema Ebola Survivors y The Ebola Fighters se enfrentaron en diferentes ocasiones, congregando a miles de personas. Más allá del resultado de esos encuentros, Turay rescataba en una entrevista con The New York Times los abrazos finales, las palabras que se dedicaban unos a otros, la compañía: "Jugar al fútbol nos ha permitido olvidar que estamos solos. Ahora todos somos hermanos".

Desde que conocí esta historia, cada vez que oigo la palabra fútbol, vuelvo sobre ella. Y no saben cuánto me alegro de que sea así.

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