Eres mi tesoro: La clase media
La nueva teleserie de Mega comprueba por qué el canal privado lleva la delantera en el género. Eres mi tesoro podría verse como un culebrón más o menos genérico del horario de almuerzo, pero tiene una fluidez y una claridad que llevan a preguntarse si en realidad sería una vespertina tanto mejor que Papá a la deriva.
Protagonizada por María José Bello y Alvaro Morales, el relato de la taxista que se enamora de un empresario en plena crisis matrimonial bien puede haber sido un drama típico del horario, acaso algo truculento y filmado de modo más bien precario. Está todo ahí para que lo sea, todos los elementos que se exigen de modo más o menos obligatorio, como una forma fija. Porque sí; Eres... incluye: una niña discapacitada, el consabido chantaje sexual, zorrones abajistas que seducen a muchachas arribistas, príncipes de barrio que sufren de amor, algún pariente en la cárcel, líos económicos, etc. Y, como debe ser, el melodrama descansa en un conflicto imposible de solucionar: la heroína debe elegir entre su esforzado amor de la cuadra y el millonario con el corazón roto y es en aquella indecisión donde se revela la fuerza de lo que vemos, ese suspenso emocional que solo un buen culebrón puede proveer. Esto determina al personaje de Bello, cuyo mejor atributo es el estoicismo que deja ver a ratos el abandono que quizás la define. Pero es acá donde se produce la inflexión: la teleserie crece gracias a la inversión en cuanto a los roles de género de los personajes principales; pues no hay victimización en el rol de Bello sino un desolado pragmatismo que tiene como contrapunto a un Morales que construye su personaje sobre la base de una vulnerabilidad tan física como emocional.
Gracias a todo lo anterior y al hecho de que está escrita y narrada de modo eficaz, Eres... evade dentro de lo posible la caricatura, pero también la crueldad. De este modo, no es una comedia pero tampoco un drama atroz que explota a sus personajes para violentarlos de modo gratuito. De hecho, en los capítulos reina una suerte de naturalismo plácido que permite que el drama funcione a escala humana, existiendo desde una ambigüedad gris que es más bien extraña en este tipo de producciones.
Hay un aporte ahí, en el hecho de evadir cierta estridencia para enfatizar las necesidades de un relato más bien clásico. Esa mezcla entre ese tono tradicional en un contexto actualizado hace que Eres... funcione y enganche, al poner a los personajes en relación a la discusión sobre cómo se construye la identidad en el marco de la convulsión diaria del país. Así, el culebrón traza un relato romántico cuya principal gracia es describir un mundo donde la norma son las familias con padres ausentes y madres solas, llenas de conflictos y frustraciones, todos ciudadanos que viven al día en medio de una ciudad cada vez más hostil. Que la protagonista trabaje de taxista solo refuerza la voluntad de dar cuenta de ese mapa y de esa realidad de un modo, incluso, mucho más eficaz que los programas periodísticos del mismo canal que la emite.
Así, lo que prima en la teleserie es un discurso social que da una fuerza inusitada al melodrama. En ese discurso está la pregunta sobre los lugares comunes de los roles de género pero también sobre la composición de la nueva clase media. Eso quizás se deba a que una de las virtudes de Mega es haber apostado por relatos que detallan a la familia chilena del presente, dándole una visibilidad y dignidad necesarias. Ahí está la idea de que quizás los culebrones no deberían construirse como fantasías de escape sino relatos que aborden las ficciones de lo cotidiano para reflejarlas de un modo casi alegórico y, con eso, darles un nuevo sentido.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.