Es la misma vaina
"Me pasa la cuenta" -dijo.
"¿A usted o al municipio?".
"El alcalde no lo miró. Cerró la puerta y dijo, a través de la red metálica: es la misma vaina".-
Así concluye el brevísimo cuento de Gabriel García Márquez Un día de estos , uno de sus mejores cuentos. Su trama se desarrolla en un pueblo que debería ser Macondo y comienza con las palabras "El lunes amaneció tibio y sin lluvia…".
Ese lunes, el alcalde del pueblo, un militar corrupto y tirano, pero con un terrible dolor de muelas, ya no resiste más, ha pasado varias noches en vela y debe visitar a Aureliano Escovar "dentista sin título", un hombre privado, honesto, que detesta el abuso y a quien lo encarna, el alcalde.
Aureliano no se pliega ante sus amenazas, pero sí ante su deber frente al dolor de muelas. Aun así se la saca sin anestesia. "Tiene un absceso", explica, y le hace pagar unos cuantos muertos y abusos. Al alcalde le brotan lágrimas de dolor y también de rabia, creo yo.
Pero al irse se produce el diálogo que hemos transcrito. El matón, al recobrarse, reafirma su impunidad. Seguirá robando y abusando a rostro descubierto.
En este cuento se resumen de manera magistral dos rasgos que cruzan toda la historia de Latinoamérica, la fragilidad democrática que marca la indefensión del más débil, y el patrimonialismo en su sentido más clásico, el de vaciamiento del contenido republicano del Estado, que hace en los hechos que este no se considere como cosa pública, sino como señala el pensador argentino Natalio Botana "…como cosa privada que usufructúan y detentan los propios gobernantes, cosa privada cuya efectividad ejemplificadora se le puede ver en el clientelismo, en la corrupción y, en una palabra, en la pérdida de sentido de la universalidad delEstado".
Es un viejo rasgo de nuestra región, que acompaña todo el período posterior a las luchas por la independencia a las que siguieron un largo período de guerras civiles en las cuales las espléndidas constituciones hijas de la ilustración convivieron con realidades particularistas y patrimonialistas y conflictos entre caudillos que atrasarán la existencia de Estados "en forma" hasta después de la mitad del siglo XIX, cuando las economías estaban exangües y los caudillos, agotados.
Esa realidad también estará presente en los procesos de modernización del siglo XX.
En Chile, las cosas se resolvieron de manera conservadora, es cierto, pero mucho más rápida, lo que generó un Estado más organizado y capaz de sobrevivir con altos niveles de paz interna, pese a sus iniciales desventajas económicas y territoriales.
Sería absurdo sostener, sin embargo, que esos patrimonialismos no han estado presentes a través de nuestro recorrido histórico, ello se ha expresado en la larga persistencia de la desigualdad y el abuso.
Tampoco nuestra vida democrática ha seguido el curso de un largo río tranquilo, pensemos sólo en la larga dictadura que vivimos en el último cuarto del siglo XX, encabezada por un personaje que no sólo violó los derechos humanos, sino que metió las manos hasta los codos en la bolsa pública, tal como nuestro alcalde del cuento, claro que a mayor escala.
Me parece oportuno hacer estas reflexiones en momentos en que todo sale a la luz una vez concluida la bonanza económica en América Latina.
Comienzan a caer muchas máscaras y aparece, sobre todo en las experiencias neojacobinas, que ilusionaron a tanta gente con la promesa del "nuevo modelo", el viejo rostro del patrimonialismo, el abuso y la sinvergüenzura, pero no sólo en ellos, también en otros países que no han tenido esa marca autoritaria y fundacional.
Algo de eso, quizás de manera menos extendida y profunda, se ha develado en nuestro país. La desmesura negativa en la percepción de la realidad nos tiene mal, irritados y desconfiados, sobre todo porque pensábamos que éramos mejores.
Nos miramos al espejo y no nos gusta lo que vemos, ello nos hace retraernos a nuestro individualismo y centrar las esperanzas en un futuro cuya frontera termina en el estrecho círculo de nuestros cercanos.
Subvaloramos lo avanzado como país y empezamos a perder la esperanza de un futuro colectivo.
De eso nos hablan mes a mes las encuestas de opinión pública
El centro de este desengaño se concentra en la política y el símbolo del abuso en los políticos que parecieran ver el Estado como un botín.
Escuchamos y vemos las noticias de Brasil y como el viejo Marx refiriéndose a los prusianos pensamos "De te fabula narratur" (de ti habla esa historia).
¿Es justo hacer de los políticos el centro de la injusticia? Y más allá de ello, ¿es justo pensar que se pudrió todo?
Continúo pensando que no lo es, que es errado responder afirmativamente a ambas preguntas.
Es errado responder que sí a la primera pregunta, porque si bien la política ha estado por angas o por mangas en el ojo del huracán, ello no alcanza a todos los políticos y a toda la historia política reciente del país, y porque los actos de corrupción y las malas costumbres existentes son mucho más extensas y multiformes, pasan por las empresa, las iglesias, por el Ejército, el fútbol y podríamos continuar.
Tampoco se detiene en las tan mentadas elites, sino que se producen en la sociedad en su conjunto, plebeyos incluidos.
En los estudiantes que reclaman derechos, pero estudian poco y mal; en aquellos que no pagan el transporte público; en los que otorgan y reciben recetas médicas indebidas; en los que no votan por desidia; en los que se interesan sólo por sus beneficios corporativos y les importa un bledo el bien público; en los estafadores y, por lo menos, en una parte de los estafados.
Claro, los estafadores son unos delincuentes, pero entre los estafados por los esquemas piramidales deben existir algunas buenas almas que fueron cándidas, pero no todos poseen esas buenas almas.
Muchos de entre ellos apostaron en silencio, pasándose el dato boca a boca, por un camino mágico y corto a una ganancia descomunal quizás fruto de un deseo insuperable de adquirir más y más cosas que a lo mejor no precisaban con urgencia, con dinero que no tenían, para pegarle "el palo al gato" e impresionar a sus vecinos.
Vale decir, por codicia, estulticia, o ambas a la vez. Son víctimas, sí, pero no del todo inocentes.
Algunos quieren que ahora los indemnice el Estado, es decir, entre todos. ¡Naranjas!
De otra parte, resulta errado responder que sí a la segunda pregunta, porque lo que hemos descrito no ocupa toda la realidad, no es el cuadro completo. Tenemos también muchos méritos como sociedad, hemos avanzado notablemente en democracia, lo hemos hecho en muchos planos y podemos seguir haciéndolo. No lucíamos tan bien como creíamos, pero tampoco somos un esperpento.
Mejorar las cosas es, en buena parte, tarea de quienes hemos elegido para dirigirnos. Ellos deben entender a fondo la centralidad de lo ético en la construcción de la confianza pública. No parten de cero para ello, Chile tiene, además de las sombras, muchas luces en su historia, nombres, instituciones, costumbres y prácticas sobre las cuales construir.
Pero no es sólo tarea de ellos, es tarea de todos, nadie está libre de haber contribuido a esta atmósfera de desencanto y puede mirar la paja en el ojo ajeno haciéndose el leso con su propia viga.
Estamos todavía a tiempo.
A la cultura de los derechos se debe sumar la de los deberes y responsabilidades. La construcción del futuro debe hacerse con esfuerzo, serenidad y sobriedad.
No es una galera, pero tampoco una pista de baile.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.