Genet y la rebelion




Mientras la patrona no está, las criadas se divierten. Las hermanas Clara y Solange, interpretadas por Catalina González y María Gracia Omegna, son empleadas domésticas y juegan a representar el rol de dueña de casa y su asesinato con un té envenenado. El director Rodrigo Soto actualiza acertadamente Las criadas, compleja obra que el dramaturgo francés Jean Genet creara en 1947 a partir de un hecho policial que aún provoca conmoción. Fue uno de los primeros textos del autor, lo escribió mientras estaba en la cárcel y su primera representación fue hecha por hombres, los presos. Genet se inspiró en el más estremecedor y macabro crimen en la historia de Francia: el caso de las hermanas Papin.

En la versión de Rodrigo Soto, las empleadas son esclavizadas por una tiránica mujer que habla en alemán y usa peluca rubia y abrigo de piel. Más allá del realismo, la talentosa Alexandra von Hummel lleva al límite de la farsa el rol de la señora, cuya imagen omnipresente se amplía a través de una frívola gigantografía que compone la escenografía de la obra. Catalina González y Omegna aparecen en ropa interior evidenciando un incestuoso vínculo. Luego, recrean la despótica relación patrona-criada. Solas en casa, invierten roles en un siniestro juego de máscaras: Clara se convierte en la señora, y Solange, en Clara. Ambas también serían amantes. Al llegar la dueña de casa y ponerse el servil traje de mucama, la postura corporal y las voces de los personajes cambian de inmediato a una actitud sumisa y domesticada. Incluso, parecen encorvarse y reducirse de tamaño, mientras realizan con desprecio la limpieza de los muebles del hogar, con un poco de saliva y un trapo, y, de paso, usan los perfumes, joyas y vestidos de su empleadora. En definitiva, un excepcional trabajo interpretativo y de oscura fuerza poética.

El caso real en el que se inspiró Genet es aún más espeluznante. La señora maltrataba a las trabajadoras: jamás les dirigía la palabra y sólo escribía notas para comentar cómo les había quedado la comida y las tareas del hogar. Para confirmar que limpiaban el polvo pasaba el dedo por los muebles con un guante blanco. Imposibilitadas de rebelarse, las dos empleadas generaron un instinto asesino contra esa figura de poder que amaban y odiaban y concretaron un feroz crimen ritual. Todo partió por una plancha que provocó un cortocircuito y dejó la casa sin luz eléctrica. Entonces asesinaron a la mujer y a su hija para evitar que las regañara por el desperfecto. No intentaron huir, ni negaron el crimen. "Las masacramos", se limitaron a decir. Una de las criadas fue condenada a diez años de cárcel. La otra a la pena de muerte, pero terminó en un manicomio, donde se negó a comer y murió de anemia.

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