Imagine dragons: acto de sumisión
El rock solía ser peligroso, pero fue hace mucho. Domesticado unas cuantas veces, la primera cuando Elvis regresó del reclutamiento cantando de uniforme junto a Sinatra, su último acto de subordinación lo encarna Imagine dragons, de fulminante éxito con apenas dos álbumes, una infinidad de premios incluyendo un Grammy por el exitosísimo single Radioactive, y otros cortes como It's time, utilizado hasta el hartazgo en campañas publicitarias y la empalagosa serie Glee. En resumen, una banda que refleja el estado del rock corporativo actual, de talante sensible, épico, esperanzador, y en compromiso profundo con la esfera comercial. Smoke + mirrors, publicado este año, fue el motivo de la segunda visita del conjunto de Las Vegas a Chile, esta vez al Movistar arena la noche del domingo, prácticamente repleto de público juvenil y un respetable contingente de niños.
En directo, Imagine dragons es efectividad y fórmula concentrada en torno a un guión de escasos matices, reiterativo y machacón. Las canciones suelen ser introducidas con largos pasajes de sintetizadores con la misma finalidad litúrgica de U2 en el clásico Where the streets have no name (1987). Luego, la base de cada tema resulta invariable: el pivote melódico trabajado en profundidad por el cantante y líder Dan Reynolds, arrellanado en una gruesa base rítmica a cargo del baterista Daniel Platzman, donde prima un toque tribal. La relevancia de ese ángulo resulta tan así, que un gigantesco bombo es permanentemente azotado por el vocalista para reforzar los clímax de su repertorio, y más de una vez toda la banda se vuelca tras distintos instrumentos de percusión, como una fraternidad en busca de un mismo latido. El complemento de los restantes músicos es secundario. El bajo de Ben McKee se posa como una masa de escaso contorno, y la guitarra de Daniel Wayne Sermon exhibe más variedad de efectos que de acordes.
Tal como sucede en grupos como Maroon 5 y Coldplay, Imagine dragons depende por completo del carisma de su líder. Reynolds no posee un timbre singular, pero domina los gestos, los movimientos y la actitud del cantante que asume el escenario como un púlpito, a la vez consciente de sus atributos físicos, que hicieron chillar a las chicas desde el arranque con la flamante Shots, donde canturrea sufrido en el coro "lo siento por todo, todo lo que he hecho". Para su público es suficiente, un segmento que creció con bandas de rock que no pretenden transgredir sino, por el contrario, abrazar la música como un formulado vehículo de ventas y promoción.
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