Juguetes Sin "Género"
¿De qué estamos hablando? En esta navidad se ha lanzado por segunda vez la campaña "regala igualdad" a través de la cual el gobierno plantea que nos despojemos de los prejuicios y roles de género, para que aprendemos que todos los juguetes pueden ser para niños o niñas, y que no debiéramos encasillar a los niños en roles de género estrechos según lo que comúnmente asociamos como propio de hombres y de mujeres. Que Emilia quiera jugar a la guerra o Tomás quiera jugar a la casita no sólo es algo que debiéramos tolerar, sino que además promover y aplaudir.
Al mismo tiempo, el gobierno ha empujado la aprobación del proyecto de ley que crea el derecho al reconocimiento de la "identidad de género" de todas las personas, como una nueva categoría jurídica en el derecho. El proyecto de ley en cuestión aún contempla –pese a indicaciones en contrario– la posibilidad de que niños de cualquier edad (de cero a 18 años) puedan "beneficiarse" de un cambio legal de su nombre y su sexo a pedido de sus padres o bien por su propia iniciativa.
En una de las posibles versiones que se podrían adoptar del proyecto de ley, la solicitud de cambio no requiere de ninguna fundamentación, bastando con que el peticionario señale estar convencido de que su sexo registrado no se condice con su "verdadero" sexo/género[1]. En otra versión posible, se exigirá que se acredite que el menor presenta un cuadro de "disforia de género"[2]. Sobre esta posibilidad nos referiremos brevemente.
Disforia de género en niños: un problema de diagnóstico y tratamiento.
El criterio de diagnóstico del DSM-V para la disforia de género en los niños está definido "de una manera más concreta y conductual que en el caso de adultos y adolescentes"[3]. Esto quiere decir que algunos criterios de diagnóstico para la disforia de género en la niñez se refieren a comportamientos que son estereotípicamente asociados con el género opuesto (al que corresponde con su sexo). La angustia o ansiedad clínicamente relevante sigue siendo necesaria para la elaboración del diagnóstico de disforia de género en los niños, pero algunos de los otros criterios de diagnosis incluyen, por ejemplo, "una preferencia marcada por los juguetes, juegos, o actividades estereotípicamente usadas o realizadas por el otro género"[4].
En otras palabras, la forma de diagnosticar a un niño como disfórico de género –y por ende, transgénero– depende, en su primer elemento, de que el menor se comporte de una manera que no es conforme al género (rol y expectativas sociales asociadas a su sexo natal) que se corresponde con su sexo biológico masculino o femenino. El niño que prefiere jugar con muñecas (¿pero qué pensar de los casos en que juega a que las barbies pelean entre ellas?) o usar ropa con motivos "femeninos" está un paso más cerca que aquellos que no de ser eventualmente considerado (o convencido de ser) transgénero.
Es sobre este punto que se cruza la campaña del gobierno sobre los regalos sin prejuicios de género y los efectos del proyecto de ley, si es que llegara a entrar en vigencia. El gobierno está activamente haciendo una campaña con la finalidad de convencer a más y más papás de que no existe tal cosa como juguetes de niños o niñas, pues esa distinción sólo responde a nuestros prejuicios y estereotipos. Sin embargo, mostrando una inconsistencia patente, que los menores de 18 años puedan cambiar su nombre y sexo en forma legal –y por consiguiente ser tratados legal y socialmente como miembros del sexo distinto del natal– dependerá de que ellos sean diagnosticados con disforia de género (bien porque la ley así lo exija, o porque papás prudentes buscarán alguna confirmación de terceros antes de proceder de esta forma). Y como ya vimos, dicho diagnóstico depende en parte importante de que el menor manifieste una preferencia por "comportamientos que son estereotípicamente asociados" al sexo opuesto, lo que incluye una preferencia por los juguetes y juego estereotípicamente masculinos o femeninos. Luego, si el gobierno es exitoso en su campaña cultural, aumentará el número de niños o niñas que podrían manifestar una preferencia por juguetes que, en el contexto cultural global (en el que opera el diagnóstico de disforia), siguen siendo asociados como de hombres o mujeres, lo que en la práctica significará un eventual aumento de la base de niños que podrían ser (mal)diagnosticados como transgénero. En otras palabras, es plausible que parte de los diagnósticos tendrán como antecedente conductas fuertemente influenciadas por campañas como estas. Antecedente "fabricado" desde una oficina ministerial. En tal sentido, es un "diagnóstico político", no científico.
El criterio del DSM-V para el diagnóstico de la disforia de género en referencia a los juguetes género-típicos es insensato. El mismo parece ignorar el hecho de que un niño puede manifestar un género expresado –exteriorizado en rasgos sociales o conductuales– incongruente con el sexo biológico pero sin que eso implique que el menor se identifique como del género opuesto al correspondiente a su sexo. Más aún, incluso en el caso de aquellos niños que sí se identifican con el género opuesto al correspondiente a su sexo biológico, los diagnósticos de disforia de género simplemente no parecen ser confiables.
Por otra parte, hacemos ver que el DSM-V otorga un criterio de diagnóstico de una condición, pero no dice nada sobre el tratamiento apropiado, existiendo debate al respecto. Y no es claro que la forma de procurar el bien superior de estos niños sea adoptar un modo de actuar que "afirme" su preferencia de género, siendo tal vez lo razonable y éticamente correcto el buscar "armonizar" su convicción de género con su sexo biológico.
Al posible error diagnóstico se le suma la bajísima tasa persistencia de los cuestionamientos de identidad de género de los niños, que en su inmensa mayoría los superan sin intervención externa (esto es, sin que terceros refuercen sus convicciones) antes de la adolescencia o adultez. El mismo DSM-V reconoce que "en los machos natales (biológicos), la persistencia (de disforia de género) fluctúa entre el 2.2% al 30%. En las hembras natales, la persistencia varía entre el 12% y el 50%"[5]. Acotando estos rangos, y de acuerdo a la información que proporciona WPATH, que es la Asociación Mundial de Profesionales para la Salud Transgénero (World Professional Association for Transgender Health)[6], 4 de cada 5 niños que dicen experimentar disforia de género en su infancia no persisten en ella hasta la adultez[7].
Una paradoja con víctimas de carne y hueso
Junto con la creciente visibilidad social del fenómeno transgénero, aumentan las consultas por cambios de sexo en menores de edad[8]. Nuestra hipótesis es que esto pasa, al menos en parte, porque la cultura y la ley informan la conducta de los padres en este sentido. Si antes el hecho de que a una niña le gustara jugar al "paco y al ladrón" o un niño prefería jugar a "la casita" o con muñecas se interpretaba simplemente como una diferencia de gustos –que en todo caso, no hacía cuestionar su sexo–, bajo el nuevo modelo que la ley busca implantar, estos comportamientos son reinterpretados como indicativos de una identidad de género variante, que es tratada mediante el cambio de nombre y sexo legal (especialmente si los mismos papás reafirman a su hijo o hija, de buena fe, que su gusto por esos juegos y no otros son señal de que su sexo es distinto al que creían o les dijeron en forma previa, y no se capta que la identidad de género disconforme no es sinónimo de error en el sexo registrado). Así es como funcionan las ideas. Una vez interiorizada por el sujeto, el mismo interpreta el mundo a partir de ella. El proyecto de ley introduce y valida la noción de que los gustos sexo-atípicos son comúnmente sintomáticos de quienes son transgénero. Luego, al observar en un hijo un comportamiento atípico, la respuesta dada desde la autoridad al individuo es que eso es causado por su condición transgénero.
Desde el momento que el ordenamiento jurídico introduce el concepto de que existe un derecho a la identidad de género para los niños transgénero, eso no afectará sólo a los niños, sino también a sus papás. Es perfectamente posible –es más, es lo que se quiere– que ellos asuman una posición de defensa irrestricta de los derechos de sus hijos y que se conviertan rápidamente en los principales promotores y activistas por sus "derechos trans". Sería difícil esperar otra cosa de un papá y una mamá en esa situación. Pero siendo esto así, ¿qué tan fácil o qué tan probable será que esos niños cambien de parecer, como sabemos que será el caso para 4 de cada 5 de ellos? ¿Qué tan sencillo será para ellos concluir que estaban equivocados en su convicción, cuando sus papás han hecho campañas públicas para que ellos tengan acceso al baño de su identidad de género? ¿Para ser tratados según esa convicción en sus colegios? ¿O cuándo posiblemente han gastado dinero en abogados y colegios particulares para acomodar a sus hijos? Todos estos elementos pueden generar una presión considerable en los niños, quitándoles su libertad de tomar una decisión exenta de influencias externas, precisamente porque el elevar esta pretensión a la categoría de derecho genera una serie de condicionantes para ellos y sus familias.
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