La cultura del sexo: Real Sex
Esta semana el CNTV reveló qué programas los canales de televisión quisieron etiquetar como "culturales", para cumplir con la cuotas mínimas de exhibición exigida por la ley. Más allá de algunas situaciones impresentables (UCV propuso Qué Pachó y algo llamado Los caminos de la Iglesia) y otras dudosas (Tolerancia cero y El informante), aquel informe es relevante porque pone en escena qué significa dicho concepto para una industria que no sabe a dónde se dirige o cómo va a abordar su futuro o presente inmediato. La cultura del sexo, dirigida por Juan Pablo Sallato y Juan Ignacio Sabatini, y conducida por la actriz Nathalie Nicloux y el sexólogo Rodrigo Jarpa, viene a hacerse cargo de esa pregunta aunque la respuesta que entrega es, a todas luces, tibia.
Con la idea de recorrer cada semana una ciudad distinta (Tokyo, Río, San Francisco, etc.) y documentar cómo enfrentan la sexualidad, Nicloux y Jarpa dan vuelta por sexshops, bares stripper, mercados, tiendas medicinales, discotecas o talleres de autoayuda. Todo está filmado y editado de modo impecable aunque muchas veces aquella efectividad se estrella con una multitud de lugares comunes, como en el primer episodio, que abría con los conductores manejando un Mustang convertible rumbo a Las Vegas. Por supuesto, se entienden los papeles Jarpa y Nicloux. Él es el experto que teoriza y explica culturalmente el asunto mientras ella aporta el punto de vista -o la picardía- que puede llegar a identificar al espectador. Superficialmente, aquello funciona. Nicloux es mucho más empática que Jarpa, que puede pasar de despachar devaneos pseudofilosóficos sobre la relación entre sexo, cultura y consumo a preguntarle a la esposa del dueño de un club swinger brasileño cómo hace para tener el trasero tan grande. Es en esa distancia donde el programa expone su principal problema que es una confusión insólita entre lo solemne y lo banal, entre el análisis de los cuerpos como categorías sociales y el chiste de doble sentido que espera, expectante, ser dicho en pantalla.
En ese sentido, cabe preguntarse si La cultura… es un programa que resulta redundante para un mundo donde internet ha masificado no sólo la pornografía sino que, además, ha establecido nuevos modos de interacción sexual entre los ciudadanos. Por lo mismo, es imposible no remitirse a las viejas emisiones de Real sex, una serie documental que HBO emitió en los 90 y que parece ser el modelo del programa de Nicloux y Jarpa. Real sex era asombrosamente parecido al show de TVN, al registrar diversas prácticas sexuales e intercalarlas con confesiones azarosas en la calle. Determinado por un contexto histórico, en él podía verse qué significaba el sexo en los años inmediatamente posteriores al Sida y cómo, entre tanto freak y parafilia, podían definirse las identidades sexuales en el fin del siglo. En La cultura… aquel contexto está ausente y ha sido reemplazado por cierto exotismo chabacano, al modo de "La cámara viajera" de Sábados Gigantes; como si los chilenos viajaran sólo para registrar lo loco que está el resto del mundo.
Ese quizás es el tono que define al programa y permite que crezca cuando cambia, como en el capítulo dedicado a San Francisco y la cultura gay que definía su identidad urbana. Ahí se escapó de cualquier especulación turística para hacerse cargo de los espacios íntimos de la vida de varias parejas homosexuales. Ahí los entrevistados contaban cómo se habían conocido y cómo se habían casado, qué significaba tener hijos y cuál era su modo de enfrentar la religión. Ahí, Nicloux y Jarpa apenas importaban: eran simplemente los testigos de las vidas de los otros. Ahí el programa adquiría cierto espesor y parecía evolucionar, al dar cuenta sin estridencia de esos relatos cotidianos como modos en que los ciudadanos construían una comunidad simbólica mientras se detenían a pensar qué significaba eso (el sexo, la familia, la política) para todo ellos.
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