La falacia del programa de Bachelet




"Ni por un millón de votos cambiaré ni una coma de mi programa". Esta cita, aunque parezca, no es de Bachelet, sino de Eduardo Frei Montalva. Pero dado el modo en que ha estado marcado el debate sobre la reforma tributaria, su recuerdo se me representa como un dejà vu. Y es que inmediatamente fue conocido el proyecto, hemos observado desde el oficialismo distintos argumentos poco dialogantes que pretenden salir en su defensa y justificación, como por ejemplo la necesidad de aplicar una retroexcavadora contra el modelo, lo que nos recuerda el viejo "avanzar sin transar".

Todo esto se sostendría, no obstante, en el compromiso de cumplir con el programa de gobierno. Por eso mismo, para el oficialismo la discusión se cierra al afirmar que la ciudadanía ya habría votado a favor de "esta" reforma, y por tanto, se impulsará su aprobación para cumplir con dicho compromiso. Así las cosas, surge la legítima pregunta de si efectivamente es tan directa la relación causal entre la promesa electoral y el proyecto; es decir, es factible cuestionarse si el haber prometido una reforma tributaria para garantizar educación gratuita y de calidad, para así disminuir la desigualdad, es razón suficiente para pensar que la ciudadanía tiene que apoyar esta reforma sin importar cómo esté diseñada, ni su posible impacto.

Concluir aquello supone que la ciudadanía habría dado -al momento de votar- un cheque en blanco a este proyecto y a cualquier otro que impulse el Ejecutivo, cuestión que en rigor resulta temeraria. Y es que la promesa de generar mayor equidad en la carga impositiva, junto con impulsar mecanismos para el ahorro y la inversión en aras de una educación de calidad y gratuita, no resulta hoy tan clara. En ese contexto, resulta falaz el silogismo que supone que la mayoría obtenida por Bachelet justifica la aprobación de estas medidas. Así lo demuestran las diferencias que dentro de la misma ex Concertación han surgido respecto del proyecto.

Esto no significa desconocer la regla de la mayoría tan enrostrada este último tiempo, pues dicha norma no excluye otras que son tan relevantes en la política, como el diálogo y la deliberación. Por el contrario, si siguiésemos el argumento de que triunfo equivale a aprobación de las reformas, toda discusión sobre cualquier proyecto perdería sentido, cuestión que vulneraría un principio fundamental de la democracia, como es la convivencia en la diferencia. Lo que sucede es que Bachelet parece estar más preocupada de legitimarse ante su izquierda que ante su derecha, ya que es la primera la que más problemas le podría ocasionar, dado que la alianza es hoy minoría en el Congreso y el movimiento estudiantil podría tomarse las calles nuevamente. Con mayor razón, es un profundo error no dialogar en torno a los efectos que los cambios tributarios podrían generar en las personas con menos recursos y de clase media, pues no es equitativo encarecerle la vida a los chilenos con tal que la educación sea gratuita para algunos que ejercen presión, pero no de calidad para todos. Sin embargo, lo más preocupante es pensar que así será la lógica para tratar todos los proyectos futuros.

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