La inmigración en Chile. Del problema a la oportunidad




La inmigración ha emergido con fuerza en el debate comunicacional, legislativo y electoral. En eso influye ciertamente el clima creado por Donald Trump en la reciente elección norteamericana, así como la situación actual de Europa, que ha recibido a millones de inmigrantes en los últimos años y que ha visto renacer las fuerzas políticas xenófobas y ultranacionalistas. A esto se suma la realidad de la creciente llegada de extranjeros a Chile, en medio de un ambiente electoral que podría ser pasto fértil para el populismo, pero también para la tergiversación de propuestas y declaraciones. Como afirma Jorge Fábrega en 'Los inmigrantes y la formación de instituciones', "la presencia de inmigrantes suele generar intensos debates públicos, polarización, expresiones xenófobas y, en términos generales, tensión social", lo que es curioso, si consideramos que los inmigrantes son apenas el 3,2% de la población mundial, y en Chile la proporción es incluso menor (el artículo en el libro de Catalina Siles, editora, Los invisibles. Por qué la pobreza y la exclusión dejaron de ser prioridad, Instituto de Estudios de la Sociedad IES, 2016).

Nuestro país no está ajeno a estas tensiones, como queda claro al mirar la percepción social sobre el tema. La reciente encuesta CADEM N° 151 (Primera semana de diciembre de 2016), registra lo siguiente: el 71% considera que la cantidad de inmigrantes es alta y solo el 7% que es baja; el 75% estima que deben existir políticas más restrictivas hacia los extranjeros y sólo el 24% se muestra partidario de la política de puertas abiertas; el 73% está de acuerdo en endurecer los requisitos para el ingreso de inmigrantes al país; el 50% manifiesta que si el inmigrante comete delito deber ser expulsado inmediatamente del país. La portada de La Tercera (domingo 4 de diciembre) es elocuente, destacando estos resultados poco estimulantes, pero donde aparece una declaración positiva del nuevo alcalde Santiago, Felipe Alessandri: "A los inmigrantes hay que acogerlos y no estigmatizarlos".

Es que estamos frente a un tema serio, que exige de atención y rigurosidad para ser abordado en el debate nacional y en las políticas públicas. Sin embargo, es necesario considerar previamente un aspecto fundamental. Las personas migran, en general, desde sociedades que están en problemas, en donde viven en la pobreza y sufren una realidad difícil,  hacia sociedades que son más prósperas y ofrecen mejores oportunidades. Esa es la dinámica de los cambios, que lleva a apartarse de la tierra, de las familias y las propias costumbres. Lo resumió muy bien el Papa Francisco para el caso europeo: "Ante la tragedia de decenas de miles de refugiados que huyen de la muerte por la guerra y el hambre, y que han emprendido una marcha movidos por la esperanza". Por esas razones -ciertamente menos dramáticas- han llegado tantas personas a vivir y a trabajar en Chile,  no sólo desde Haití o Colombia,  sino también desde España en diferentes épocas y desde Perú en el último tiempo.

Es necesario,  al abordar el tema de la inmigración, considerar tres fundamentos doctrinales sobre el tema. 

En primer lugar, Chile debe ser un país de brazos abiertos. Cada vez que se aborde el tema y sus derivadas, o que se propongan nuevas normas legislativas, se discuta sobre oportunidades o delincuencia, siempre debe hacerse desde una perspectiva, y ella debe ser la de la apertura nacional y la igual dignidad de todas las personas. El tema lo ha sintetizado de manera muy interesante el escritor rumano-francés Tzvetan Todorov: "ser civilizado significa ser capaz de reconocer plenamente la humanidad de los otros, aunque tengan rostros y hábitos distintos a los nuestros; saber ponerse en su lugar y mirarnos a nosotros mismos como desde fuera". Esto exige un gran esfuerzo político y pedagógico, especialmente cuando surgen sentimientos xenófobos o de un nacionalismo estrecho, o peor todavía cuando hay manifestaciones externas de desprecio o falta de acogida hacia los inmigrantes.

En segundo lugar, es necesario reformar y actualizar la legislación nacional en todo aquello que contribuya a proporcionar adecuadas condiciones de vida para los inmigrantes: como ha expresado Patricio Navia otra expresión de populismo es "creer que pueden venir todos", lo que demanda exigencias para todos. Respecto de Chile, exigir el pleno respeto a las leyes, resguardando derechos y deberes, en un marco que combine la integración de todos al país y el respecto a sus legítimas tradiciones. Respecto de los inmigrantes, la certeza de que vienen a trabajar, a aportar sus talentos y esfuerzo, de lo cual ya hemos visto frutos. Hoy podemos apreciar el desarrollo creciente de la gastronomía propia de otras naciones, el surgimiento de iniciativas comerciales y sociales entre los inmigrantes y la incorporación de nuevas generaciones al sistema escolar. Sin embargo, también se han denunciado condiciones de explotación que enfrentarían muchos trabajadores extranjeros, lo que resulta indignante e inaceptable en cualquier caso. Según algunos han señalado, parte del problema estaría en que algunos extranjeros ingresan "por turismo", pero que en realidad vendrían a trabajar, siendo presas fáciles para las mafias explotadoras. Eso debe resolverse a escala humana, nunca abusando de condiciones de precariedad.

En tercer lugar, el aumento de la inmigración ha dejado fuera de la discusión un aspecto lamentable del Chile actual, como es la bajísima natalidad. Entre 1962 y 1979 el promedio pasó de 5,4 a 2,7 hijos por mujer, y a fines de siglo ya se acercaba a los 2 hijos, cifra equivalente a los de sociedades europeas. Precisamente esa es otra de las razones por las cuales se produce la inmigración, que emerge como una alternativa frente al envejecimiento de la población. Chile debería abordar seriamente el problema poblacional, promoviendo iniciativas que permitan más nacimientos, mejor calidad de vida tanto para los recién nacidos como para sus madres, y evitar todas aquellas condiciones que permitan el estancamiento poblacional o hagan más difícil la crianza de hijos.

Con todas estas consideraciones -y otras que debieran hacerse en un debate que sea tan maduro como antipopulista- la sociedad estaría en condiciones de enfrentar el tema de la inmigración con menos prejuicios y con los brazos más abiertos. Chile es un país cuya historia se ha escrito con muchas olas de inmigración en diferentes épocas. La mayoría de ellos se ha integrado al país, realizando aportes con su trabajo y talento: han llegado desde Asia, Europa y distintos sectores de América Latina y el Caribe, y en menor medida desde África. Asimismo, numerosos chilenos han partido fuera del país a estudiar, trabajar, o incluso afectados por condiciones políticas adversas, quienes en su mayoría han sido bien recibidos.

Lo mismo les ha ocurrido a los numerosos extranjeros, nuevos amigos de Chile, que han llegado a estas tierras. Muchas veces han encontrado cariño, trabajo y desarrollo personal, pero otras personas, lamentablemente, han sufrido algunas manifestaciones de racismo e incluso explotación.

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