La Ley: A la altura
La Ley paga un sobreprecio en Chile por sus decisiones artísticas. ¿Motivo? Enfilar su trayectoria por los carriles más comerciales en los exigentes mercados de Norteamérica. Tonto, injusto, barsa. El grupo nacional más exitoso fuera de nuestras fronteras, y que nunca ha lucido precisamente como chileno -la facha de Beto Cuevas, su profesionalismo de primer mundo-, maneja además otro valor soslayado: sentido del timing. La Ley se fue de acá en el momento justo hace 20 años cosechando recelos entre sus pares y la prensa. Con el mismo olfato anunciaron pausa en 2005 cuando sus discos -sobre todo Libertad (2003)-, estaban a un paso de la auto parodia.
Adaptación rotula preciso cómo reacciona una banda de pop rock comercial para retornar a la competitividad. Con este álbum el trío del cantante Beto Cuevas, el baterista Mauricio Clavería y el guitarrista Pedro Frugone, pretende mirar de frente a Invisible (1995), su título más relevante. Producido por la propia banda junto al franco-estadounidense Jean-Yves "Jeeve" Ducornet y el argentino Guillermo Porro, este octavo álbum luce tironeado entre la necesidad de emular referentes simbólicos de éxito masivo, y cómo afectó a cada miembro salir del círculo de un grupo de relevancia internacional.
Las primeras canciones demuestran que los ejemplos a seguir son los de Coldplay, The Killers y Maroon 5, épica de aviso publicitario y cachondeo en clave desfile de Victoria's secret. Reino de la verdad y Guerras de amor representan esa primera opción, mientras Ya no estás encarna la música de pasarela. Rompe el muro se sube a la manida EDM (Electronic Dance Music) aunque, curiosamente, no depende de programaciones y sintetizadores. Es en esa clase de detalles que asoma otro disco, uno más interesante donde -se puede conjeturar- surge un gallito entre Cuevas en su posición de líder y rostro, y Clavería con Frugone como contraparte instrumental. Ambos, quizás subvalorados, no solo son buenos músicos sino que han crecido. El enfoque más ambiental de la guitarra y el disparo de samples desde la batería nos hacen olvidar que La Ley era una banda donde los teclados ocupaban gran espacio.
En el remate de la primera mitad a contar de Child, surge un grupo que respira más y que compone una canción emotiva sin parecerse a otro artista, con Beto Cuevas registrando una de las interpretaciones más intensas de su currículo. Horas retorna a la EDM con un coro irresistible -otro punto alto-, como Amar para deshacer también confirma que cuando La Ley busca su propia interpretación a lo que ahora sucede, el resultado gana en consistencia. La última, Dime adiós califica entre lo más selecto de su cancionero: balada lacrimógena que coge vuelo pausadamente hasta asumir las formas de un himno sinfónico. Pero antes de que eso suceda, Frugone y Clavería se dan un gustito instrumental hilvanando un tiempo con elementos folclóricos, que luego da paso a un melancólico cierre de cuerdas.
En medio del pesimismo grunge Beto Cuevas escribió "un nuevo día vendrá, y cantaremos, shalala liber, shalala libertad". Esa pluma ligera sigue intacta. Letras con carácter de autoayuda, referencias cósmicas, actitud positiva. Todo propicio para las pretensiones absolutamente masivas de una banda que regresa a la altura de su mejor tradición.
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