La moral Lemmy




Lo de Lemmy tuvo que ver con algo tan necesario como autovalidarse. Con aferrarse a un credo que le permitiera seguir adelante después de un ninguneo feroz. En 1975, con 29 años de edad y después de pasar cuatro al frente de una banda de sicodelia rockera llamada Hawkwind, el británico que honraba con su propia vida el espíritu lisérgico del mencionado conjunto fue desvinculado por drogarse demasiado. Una decisión insólita que Ian Fraser Kilmister superó rápidamente iniciando un nuevo grupo con el mismo nombre de la última canción que había firmado con sus ingratos colegas y juramentándose que no transaría nunca más. Que pasara lo que pasara, él nunca iba a cambiar y que de ahí en más iba a ser como Chuck Berry o Little Richard o sus viejos héroes de niñez, esos que grabaron mil veces el mismo disco sin culpa alguna.

La doctrina ortodoxa y sin renuncias del músico británico que falleció esta semana a los 70 años de edad terminó siendo la mayor inspiración valórica que recuerde el mundo metalero. Dicho de otro modo, gracias a Lemmy existe la idea instalada de cierto conservadurismo en el gusto y de abierta adolescencia en la práctica de los amantes del rock pesado. Esa convicción inquebrantable, algo infantil por momentos, de que en la vida no hay que transar ni venderse. Que la cosa verdadera, auténtica, consiste en seguir siendo siempre el mismo.

La ética de Lemmy, justificada en su caso, se lee hoy como una idea de doble filo en el  mundo que inspiró. Por un lado se le celebra que no haya alterado nunca su repertorio, como AC/DC o los Ramones. Sin embargo en otros géneros, más sensibles al juicio ambiental, ese mismo "atributo" se convierte en un argumento de crítica o de falta de ideas. En la escena del rock duro, que hoy llora la muerte de su Moisés, muchos se han colgado de ese discurso para defenderse de críticas razonables. Es cierto, Lemmy no cambió nunca. Ni de ropa. Pero el hombre siguió publicando álbumes valiosos como Bad Magic, que lanzó en agosto pasado. En cambio, otros como Metallica, Megadeth, Kiss o los mismos Black Sabbath se han aferrado a la "moral Lemmy" para disculparse por trabajos derechamente mediocres.

Quizás es el viejo pecado del heavy metal: de ver coherencia en la misma reiteración que en otros géneros se interpreta como un lastre. Al menos Lemmy, el más conservador de un estilo tan conservador como el rock duro, murió co n las botas puestas. Y eso en el mundo que habitó es el mayor triunfo posible. Aunque discutible para el resto de los mortales.

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