La naturalización de la violencia
Acabo de ver la escena en que el jugador de Audax Italiano Sebastián Pol agrede a un hincha cruzado y me cuesta entender que aquello haya ocurrido en una liga de fútbol profesional. Es cierto, no es el primer caso -la patada de Éric Cantona, cuando defendía al Manchester United, a un hincha del Crystal Palace se convirtió en legendaria-, mas eso no atenúa la gravedad de la acción.
El jugador dice estar arrepentido, que sólo quería asustar al hincha. Sin embargo, la patada existió y la determinación con la que Pol subió a la reja con el fin de consumar su intención también. No es usual que la violencia provenga de los futbolistas. A la hora de hacer el balance de actos violentos, son los hinchas o las personas que se infiltran en las barras quienes mayoritariamente son los responsables de tales hechos. El problema no es tanto la ocurrencia de estas situaciones como la naturalización de la violencia.
Lo digo con conocimiento de causa. Hago clases en tres colegios de Santiago Poniente -específicamente de la comuna de Lo Prado-. Los niños han crecido en ambientes violentos -el barrio, la casa, el mismo colegio- y quizá por lo mismo no siempre son capaces de discernir ciertas conductas o dichos que encierran, en sí mismos, altas cuotas de violencia. Saben que cuando dos adultos se dan de golpes en la calle es una situación violenta, pero no advierten que ciertos sobrenombres hirientes; que ciertos chistes sexuales que denigran, sobre todo, a la mujer, o que en ciertos tratos hacia el otro -manotazos, empujones, cachamales- hay también una carga de violencia importante. En todos esos casos, la violencia se ha naturalizado, es parte de la cotidianidad, se acepta sin chistar.
En el fútbol local, de un tiempo a esta parte, ha pasado lo mismo. El espectáculo se ha tornado violento y los actores que participan de él son incapaces de visualizar y actuar en contra de esa violencia. Sin ir más lejos, en lo que va del año la FIFA ha castigado dos veces a Chile porque la hinchada local ha proferido cantos xenófobos y homofóbicos a los jugadores rivales, esto en el concierto de los partidos clasificatorios al Mundial de Rusia 2018. En ambas ocasiones me ha tocado escuchar argumentaciones que rebajan el tenor de esos cánticos, aduciendo que desde siempre han existido como una forma de intimidar al rival.
Es probable que aquello sea cierto -que los gritos ofensivos o discriminatorios hacia el rival no sean algo nuevo- pero eso no libera a los cánticos de su carga de violencia evidente. Su recurrencia en el tiempo más que un argumento debiera ser motivo de vergüenza por no haberlos condenado en el momento oportuno.
Por lo mismo, en el caso del jugador argentino, es de esperar que el castigo sea ejemplar. Actos como el suyo no pueden ser analizados bajo la lupa de la permisividad, porque precisamente se corre el riesgo de que se naturalicen y el día de mañana nos parezca de lo más normal que un hincha entre a la cancha para lanzarle una patada a un futbolista o que tengamos que lamentar una situación todavía más grave.
Hace 21 años a Cantona lo sancionaron con el pago de 20 mil libras, una suspensión de nueve meses y la ejecución de 120 horas de servicios sociales. Es de esperar que este antecedente sea tomado en cuenta para evitar en el futuro situaciones similares. El arrepentimiento de Pol es valedero, pero eso no lo exime de un castigo.
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