La ofensiva sobre Mosul y sus interrogantes




El inicio de la recaptura de Mosul, una operación largamente esperada, ha despertado un comprensible entusiasmo entre los iraquíes. Considerada la segunda ciudad más importante después de Bagdad, Mosul es el principal bastión del Estado Islámico (EI) en este país, desde que Abu Bakr Al Bagdadi proclamara precisamente allí la creación del califato en junio de 2014.

Sin embargo, desde el propio Presidente Obama hasta asesores y analistas se han apresurado a aclarar que esto puede tomar semanas o incluso meses. Aunque se habla de 45.000 efectivos del Ejército iraquí (apoyados por fuerzas especiales de Estados Unidos), lo cierto es que no será fácil recuperar esta urbe de poco más de 1,5 millones de habitantes.

Los militantes del Estado Islámico, con toda seguridad, defenderán esta posición a cualquier precio, ya que es el enclave urbano más importante que controlan en Irak. Por lo tanto, desde su perspectiva cargada de fanatismo, usar civiles como escudos humanos, realizar ejecuciones masivas, ajusticiar prisioneros o llenar de explosivos las calles y edificios, serán solo algunas de sus estrategias.

Para el EI es fundamental retener el control de Mosul ―donde hace dos años humillaron al Ejército iraquí―, en la medida que la ofensiva aérea internacional finalmente le ha causado daños concretos. Según un informe de IHS Jane's, en 2015 el autoproclamado califato abarcaba 90.800 km2 entre Irak y Siria, pero hoy esa cifra se redujo a 68.300 km2.

Esta milicia yihadista necesita demostrar que, a pesar de esta operación militar, mantiene su cohesión y capacidad de ejecutar acciones más allá del territorio que controla. Es esperable que el EI intente perpetrar nuevos atentados en países europeos, sobre todo cuando se acerca el primer aniversario de los brutales ataques cometidos la noche del 13 de noviembre en París.

Pero Mosul también tiene otras implicancias. Esta será la mayor operación militar estadounidense desde la invasión a Irak en 2003. Si bien la presencia estadounidense será muy acotada, una "victoria pírrica" no sería un buen cierre para el último año de Obama en la Casa Blanca.

Asimismo, si los chiitas (corriente islámica mayoritaria en Irak) deciden cobrar venganza contra el Estado Islámico ―compuesto de sunitas radicales― ejecutando a todos los que se crucen en su camino, la recaptura de Mosul se convertirá en un baño de sangre que solo alimentará la guerra sectaria que persiste en este país desde la caída del régimen de Saddam Hussein.

Sin mencionar que los combates, además, podrían generar hasta un millón de desplazados, lo que gatillaría una nueva crisis humanitaria en el país y la región.

Irak no ha conocido la estabilidad en más de una década y no son pocos los que creen que este país acabará desmembrándose en tres tercios: uno chiita, uno sunita y otro kurdo.

De este modo, vale la pena señalar que los kurdos han gozado de un alto nivel de independencia desde la desaparición de Hussein, sumado al control de importantes reservas de petróleo. Su lucha contra el Estado Islámico ―tanto en Irak como Siria― es una apuesta a largo plazo, pensando que la comunidad internacional pudiera "recompensarlos" con el nacimiento de un posible Kurdistán autónomo.

En ese contexto, la idea de un eventual "Sunistán" ―tal vez teniendo a Mosul como capital― no resulta tan descabellada, y sería la solución menos desastrosa para poner fin a la crisis política y religiosa que desgarra a Irak desde hace poco más de 13 años.

Pero, primero el Estado Islámico debe ser derrotado en Mosul y que, tras su eventual retirada, se imponga el orden y se garantice la seguridad de todos sus habitantes (sin distingo de religión o etnia). Algo fácil de escribir en el papel, pero difícil de llevar a la práctica. Sólo queda esperar para ver si esta emblemática ciudad iraquí se convierte en la primera gran derrota del Estado Islámico.

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