La reina del spoiler




Lo que parece un inminente destripe de tragedia serial, es interrumpido por el locutor que avisa a todo parlante, "Próxima estación, Avenida de América. Correspondencia con líneas 4, 6 y 7". Es el momento de levantarme y arrancar, bien lejos de aquel estudiante que con entusiasmo de metralla cuenta a sus compañeros el capítulo final de la serie Mad Men. Recién lo estrenaron ayer y como no lo pude ver, me niego a que mi esperado panorama se transforme en el remake de un comentario adolescente. Focalizo un punto vacío al otro lado del vagón y cuando me levanto diciendo "permiso", la sensatez pone freno de emergencia. "Capullo, no te hagas el spoiler", reclama uno de sus amigos. "Contigo siempre es lo mismo", agrega otro, y aunque la burla se convierte en mordaza, no me fío, total, espectador que arranca sirve para otra escena. Desde mi trinchera sorda los veo aletear, al parecer, el bocón no ha vuelto a decir ni pío, aunque el locutor del metro sí, "Pío XII" para ser exactos y en esa estación, me tengo que bajar.

Con paso de niño, aplano las cuadras que separan el Metro de la oficina recordando mis años en blanco negro y carta de ajuste. Sin mando a distancia y con cuatro canales en la televisión, de vez en cuando aparecía en horario prime una crítica de espectáculos que para mí siempre fue una viejita de nombre María Romero. El rumor decía que era íntima de Marilyn Monroe, Robert Mitchum, Gene Kelly y claro, amaba tanto el cine que no había caso, siempre contaba el final de las películas. De una comedia adelantaba cada chascarro, de un western anticipaba incluso hasta quien recibía el último balazo y si la trama era carcelaria, el que no se escapaba eras tú porque siempre relataría la fuga y sus intentos.

Mi tía Mariluz la odiaba. Apenas la presentaban gritaba: "¡¡Saquen a esa vieja!!" y corría para parapetarse en su pieza "es que siempre cuenta el final del chiste" y realmente, su placer por arruinar la gracia no tenía género. Capaz de cacarear quién era el padre de Luke Skywalker, a falta de palomitas, la pregunta que todos masticábamos en esos días era por qué cresta lo hacía. ¿Contando argumento y desenlace buscaría que sus televidentes se ahorraran el precio de la entrada? Como bien clarito lo escribió Rivera Letelier, en esa novela que trata de una familia salitrera tan pobre que sólo podían comprar una entrada al cine, entonces el padre mandaba a la hija que mejor contaba historias, con la única condición de que a su regreso relatara a todos la película con detalle, inflexión y final.

Lo cierto es que, de chiripa, la señora Romero se convirtió en el spoiler de lo que serían estos tiempos, donde destripar el secreto de una serie, película o juego para muchos se convierte en afán. El control remoto ya es de espacio y tiempo, cada individuo es su propio director de programación que decide ver lo que quiere, cuando y como se le da la gana. Un caldo de cultivo para aquel virus que produce la incontinencia verbal y que hoy se propaga como pandemia.

Netflix, la empresa que cambió el paradigma al tirar de una vez toda la programación a la parrilla, realizó una encuesta a dos mil televidentes para descubrir los efectos que producía entre los espectadores esta mala maña, descubriendo que los hombres son más sanguchito de palta que las mujeres, ya que un 42% reconoce haber divulgado algún adelanto, frente a sólo un 26% de señoritas. Lo curioso es que el 76% de los encuestados aseguraron que no les molesta demasiado ser víctimas de un spoiler, incluso, hasta lo encuentran provechoso porque les ayuda a descubrir series o películas que no conocían. Por mi parte, definitivamente no los tolero, como soy de los que prefiere ir al cine incluso sin haber visto el tráiler, me convierto en un intransigente frente al tuit acusete, el post hocicón o cada comentario aguafiestas y claro, sin que parezca un accidente, elimino a la sucia rata de todas mis redes sociales porque la venganza puede caminar lento, pero siempre llega.

Una tarde de hace 35 años quizás, paseando con mi tía por Huérfanos nos topamos con un rotativo de alboroto. Estaban dando la avant premiere de una película. Todos los invitados muy elegantes. Obviamente con mi tía nos acercamos y entre el choclón vimos a María Romero. "Vamos a saludarla", dijo la Mariluz y acepté con la frágil sospecha de que la empapelara a garabatos, pero como mi tía siempre ha sido una dama, con una gran sonrisa le dio la mano diciendo "mucho gusto, soy su admiradora". "Encantada", contestó la señora. "Le fascinará la película", agregó mi tía, y luego se inclinó hacia su oído para susurrarle "el asesino no es el policía, es el marido", y con cara de cine mudo quedó la crítica. Recién a las dos cuadras le dije a la Mariluz "no tenía idea que habías visto esa película". "No la vi", contestó, "pero la gracia es que ella tampoco lo sabe".

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