La retirada
Fue la Nueva Mayoría la que calentó la sopa en la cual el gobierno ahora se está cocinando a fuego no tan lento. Lo sucedido era completamente previsible y, en parte, es el resultado del clima antiempresarial que comenzó a instalarse en el país a mediados de 2013, cuando medio país se sumó a la condena al lucro, al menosprecio del crecimiento económico y al anuncio de una reforma tributaria que -en la forma en que la describían sus profetas más entusiastas- olía más a venganza que a equidad.
Pues bien: en esas estamos. En menos de un año y medio, el gobierno convirtió al jaguar de la región en un gato mojado que mes a mes debe salir a corregir sus metas y estimaciones de crecimiento. Siempre a la baja y siempre echándole la culpa de la cojera al empedrado.
Ahora ya no son sólo los ministros Valdés y Burgos, sino también los sectores más responsables del oficialismo -partiendo por el PS, porque en esta materia otra vez la DC dejó pasar la oportunidad- quienes comienzan a tomar en serio la hipótesis de que quizás las cosas no se hicieron bien y que a este paso el país va directo a un costalazo.
Es curiosa la manera en que se han estado imponiendo estas percepciones. Todo ha ocurrido, desde luego, al margen de la Presidenta, que al menos hasta el sinceramiento del viernes pasado seguía refugiada en un terreno sin conexión con la realidad. Tampoco es que los ministros-eje del gabinete hayan dado señales muy explícitas de un cambio de rumbo. Sin embargo, todo indica que algún trabajo preliminar han hecho, sobre todo de cara a los partidos oficialistas, en parte para sacarlos de la embriaguez refundacional en que los dejó la dupla Peñailillo-Arenas y, en parte, para pedirles oxígeno y apoyo a las rectificaciones que tendrán que hacer.
El tema es cuándo. La verdad es que no hay mucho tiempo. Con la llegada del ministro Nicolás Eyzaguirre, que asegura un canal expedito de comunicación y confianza con la Presidenta, el nuevo equipo político va a tener que equilibrarse en una línea roja que no sólo es delgada, sino también sinuosa. Hay indicios de inquietud, pero hasta el momento no hay acción ni cambios. Se entiende: no va a ser fácil desarmar la cantidad de mitos y entuertos que, habiendo entrado al programa de gobierno de la Nueva Mayoría, se transformaron por este solo hecho en verdades relevadas. Aunque nadie lo ha dicho oficialmente, ya está en remojo, por ejemplo, la promesa de la educación superior gratis y universal. Las platas simplemente no alcanzan y está claro que el compromiso asumido por la Presidenta en este plano sólo correspondió a un arrebato populista. Nadie sabe en qué va a terminar la reforma laboral. Nadie sabe tampoco qué quiere hacer el gobierno con las AFP y las isapres. Más complicado aún es imaginar la manera en que el gobierno podría zafar del "proceso constituyente" previsto para sep- tiembre. Los hechos están demostrando que la voluntad de partir de cero en este tema correspondió a otro arrebato emocional. No hay proyecto ni hoja de ruta; la coalición ni siquiera se ha puesto de acuerdo desde dónde quiere partir y adónde quiere llegar. Tampoco hay claridad respecto del cómo, del procedimiento. Es una gracia que entre tanta nebulosa a alguien se le haya prendido la ampolleta advirtiendo que no es bueno mantener tantos frentes simultáneos de incertidumbre, en particular para que la economía pueda volver al dinamismo que tuvo. Es cierto que todavía quedan cabezas duras en el oficialismo a los cuales les cuesta entender qué maldita conexión puede haber entre Constitución, garantías individuales, propiedad y tasa de inversión; sin embargo, en función del comportamiento reciente de la economía, incluso esta gente podría empezar a darse cuenta de que no es posible ajusticiar así como así al capitalismo y pretender que siga generando mayor actividad, consumo y empleo.
El mayor problema que tendrá la definición de la nueva hoja de ruta del gobierno -entendiendo por tal lo que podrá llevarse a cabo durante este gobierno y lo que va a tener que echarse al canasto de las ideas inservibles o inviables- va a estar en las razones o en los pretextos. El gobierno podría decir que parte de su programa no lo podrá realizar porque no hay manera de financiarlo. Es un modo de sacarse los balazos. Pero no es lo más sano para el largo plazo. Lo que en rigor correspondería hacer sería reconocer que un fetiche como la educación superior gratis y universal tiene alcances completamente regresivos en un país como el nuestro y que plantearlo ahora, cuando la educación preescolar todavía es excepcional y la educación básica y media son un desastre, constituye una irresponsabilidad y un escándalo.
Luego de que la Nueva Mayoría se comprara en su momento todas y cada una de las demandas del Estado protagónico y garantista, todos y cada uno de los sesgos antiempresariales acuñados por ese fantasma que adoptó el nombre de "la calle", y todos y cada uno de los sentimientos de vergüenza asociados a la obra realizada por los gobiernos de la Concertación, ciertamente es duro tener que salir a recular y a dar explicaciones. Las retiradas son siempre complejas. Hay que tener mucho coraje para destruir la lealtad a lo que fue un error. Y hay que tener responsabilidad para construir otra lealtad asociada a un acierto. Javier Cercas escribió páginas estupendas en Anatomía de un instante sobre los llamados "héroes de la retirada": Adolfo Suárez en España, el general Jaruzelski en Polonia, Gorbachov en la antigua Unión Soviética... Cuesta creer que Bachelet quiera unirse a este grupo. Pero no hay otra salida para los gobiernos que parten apostando mal. Reconocer ese error implica grandeza y liderazgo. Dos cosas que acá no se ven por ningún lado.
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