La "tercera vía" a ninguna parte
Alejandro Guillier ha regresado de Francia. Allí, tal vez para acallar las malas lenguas que le reprochan un currículum incompleto, participó en un foro de transparencia. Además volvió con renovados bríos porque siendo esa nación cuna de la más grande o vistosa conmoción política de los tiempos modernos, sin duda es el spa ideal para recibir vigorizantes masajes revolucionarios. De ese modo el candidato fáctico del Partido Radical y teórico de la NM llegó hablando de cuán muerto está el sistema de las AFP, al que describió como "un desastre". Habló también de hacerles cirugía mayor a las isapres, pero sobre todo de profundizar la obra del actual gobierno. Todo eso, en especial lo último, cayó como el tradicional balde de agua fría en las cabezas de quienes, cuando Guillier acababa de saltar a la arena presidencial, creyeron lo que el hombre insinuó y/o hizo pensar, a saber, que su afán era el del caballero reposado que viene a poner orden y apoyar las reformas, pero "con cuidado", quizás incluso -no lo dijo pero se podía pensar- pausarlas. Chile ahora está notificado: ninguna de esas esperanzas o ilusiones tiene ni un átomo de realidad.
¿O se trata sólo de un discurso dirigido a los oídos de la feligresía hiperizquierdista que sigue a los comandantes Boric y Jackson? Después de todo en ese segmento hay bastantes votos. Los jóvenes que de niños "no estaban ni ahí", ahora, con la barbita y bigote propios de la cosmetología de izquierda, son abrumadoramente progres y miran con sospecha y hasta desdén "la obra" del actual gobierno, aunque no porque sea torpe y destructiva sino porque no lo ha sido lo suficiente. Y también hay, en la NM, retroexcavadores de la cohorte demográfica adulta y aun de la tercera edad avanzada. Todos por igual quieren oír los versos más reformistas esta noche y Guillier está empezando a recitarlos.
Sin embargo los dichos del candidato no pueden simplemente evaluarse o hasta descartarse sobre la base de la consabida diferencia entre lo que se dice para encantar las orejas de la clientela y "los hechos" que posteriormente se perpetrarán cuando se ha llegado al poder. El asunto es más complejo. Esa mirada de cínico realismo es menos realista de lo que parece, o por lo menos es de doble filo; bien pudiera ser que las "palabras para la galería" hayan sido las primeras que pronunció, las cargadas de perfume a moderación, no las que pronuncia ahora. Agréguese a eso que un político NO ES enteramente dueño de la capacidad para materializar o desestimar lo que dice o dijo, sino cuando mucho el socio mayoritario; a diferencia de las promesas y enunciados del ciudadano común, cuya eventual puesta en ejecución sólo depende de él, un político es lo que es por su clientela electoral, la que tarde o temprano le cobra la palabra. A esas consideraciones hay que sumar una tercera: no sabemos qué piensa y siente realmente el señor Guillier respecto de estas materias y no es improbable que él mismo no lo sepa bien. Pero lo sepa o no, lo quiera o no, le guste o no, está posicionado en el tobogán del sector que desea representar, el de las reformas, el tobogán revolucionario, el que "la lleva", el que hegemoniza los discursos, el que es políticamente correcto y conduce a La Moneda. No se ve cómo, aun de querer, podría salir de ahí.
El caso Bellolio y otros
Casi en los mismos días en que regresaba Guillier para entregarnos la Buena Nueva, la lista renovada y renovadora que iba por la presidencia de la UDI con Bellolio a la cabeza fue derrotada por una que, de acuerdo a los tratadistas, es cercana a los montepiados coroneles de Novoa. Con eso se derrumbó otra esperanza de los moderados de la nación. Dicho sea de paso, hacemos equivalente el ser renovado a ser moderado y quizás sea válida también la equivalencia entre ser moderado y razonable y entre razonable y realista, aunque con la salvedad que el realismo de los renovados de izquierda y derecha de hoy lo es en referencia a un mundo real que dejó de existir. Este, el de hoy, no es ya el propio de los plácidos intervalos históricos cuando el tema más ardiente es si modificar o no el color de las estampillas; este es el período de los que quieren cambiarlo todo, refundar el país, guillotinar a los momios y salvar a la humanidad. En períodos así, cuando la realidad adquiere rasgos superrealistas, nada más irreal que un "hombre práctico" de viejo cuño. De ahí la patética irrelevancia e ineficacia de los moderados cada vez que se desatan estas fuerzas. El llamado a la moderación puede sonar siempre tan plausible como lo es el llamado a la paz universal, pero no es más eficaz. Es una ley histórica que cuando un sector político se inclina hacia iniciativas más extremas que lo acostumbrado, se produce una reacción contraria también extrema y entre esos dos polos que se alejan los moderados pierden piso y terminan flotando en un limbo de la más penosa irrelevancia. Bien vistas las cosas, el "moderado" es más una fantasmagórica entidad semántica que política; cuando corren tempestuosos vientos revolucionarios, su eficacia es inexistente; cuando corren amables brisas de moderación, su existencia es innecesaria.
La decé ha dado una u otra vez ejemplo de la vigencia de esa ley histórica, pero además, obstinada en darnos lecciones de insuficiencia institucional, lo hace también de aquella según la cual en las fuerzas políticas de centro las fuerzas centrífugas operan a tiempo completo intentando separar, casi siempre con éxito, las sensibilidades románticas de las realistas, las radicales de las conservadoras y las que se conectaron a las cañerías donde fluye el poder y privilegio de las que no. Debido a la acción conjunta de ambos procesos la decé no ha tenido casi presencia en el sórdido plano de los hechos, si bien mucha figuración en el proscenio de las pataletas. Otro ejemplo de lo inefectivo de las fuerzas moderadas en situaciones extremas lo ofrece la oposición en Venezuela, donde su intento de llegar a alguna parte con una "mesa de diálogo", mueble favorito de los moderados, sólo ha servido para favorecer a Maduro.
Acaso también es muestra del mismo fenómeno la campaña de don Ricardo Lagos, quien no termina nunca de taxear por una interminable y pegajosa pista de despegue. Su dificultad para remontar en las encuestas deriva precisamente que se huele en él - y se le reprocha estentóreamente- al moderado, al "estadista" más dado a pensar que a sentir, a ir con tino que con desatinos, a enfriar el partido cuidando la pelota que jugando a los pelotazos.
"Tercera vía"
Tiempos como los nuestros no son amigos ni de la moderación ni de la gradualidad ni mucho menos de "los acuerdos", virtudes que para las sensibilidades históricas o más bien histéricas del momento suenan como horribles transacas conducentes a que todo cambie para que quede igual. Los tiempos exigen vuelos épicos, tsunamis arrolladores, por último, si todo fracasa, un melodramático "kaputt". En cuanto a la "tercera vía" que los partidos y sensibilidades de centro suelen ofrecer como alternativa de esos batifondos y que muchos ciudadanos demandan como si fuera la piedra filosofal, se trata de una ilusión. En efecto, donde se nos dice que existe o ha existido la "tercera vía" sencillamente se están bautizando de ese modo los lapsos en los que la vía capitalista ha contado con suficientes recursos para una muy generosa política de pan y circo. La "tercera vía" no existe como modelo per se; simplemente es una opción presupuestaria, el efecto benéfico y por desborde o derrame de la riqueza del sistema, no la causa de dicha riqueza. Es consecuencia y no prospecto, bonos para toda estación, no estrategias de futuro. Puede vérselas también, si se desea, como treguas entre batallas. Como presuntas vías son conceptualmente callejones sin salida o sólo con caleteras conduciendo a un transitorio resort. Si acaso hay un lema puramente fantasioso en la jerga política, es este acerca de la "tercera vía". En la historia real no hay terceras vías, sino lapsos de reposo en la sala de recuperación.
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