La utopía de la competencia perfecta
Hay pocos ejemplos de algo que haya golpeado más duro a la imagen del empresario y de las virtudes del sistema de libre empresa que el llamado "cartel del confort". Los tiempos han cambiado. No sólo ahora las prácticas atentatorias de la libre competencia son contrarias a la normativa vigente, sino que, además, la ciudadanía está más empoderada para exigir que se respeten las reglas del juego, en particular cuando la transgresión a éstas les impone un costo.
La paradoja del asunto es que la defensa de la competencia da lugar a algunos casos señeros, amenazándola sistémicamente, ya que quienes están en contra del sistema de libre mercado aprovechan la oportunidad para alzar sus voces, exigiendo cambios radicales y una sociedad con mayor injerencia del Estado.
Los mercados pueden tener un lado oscuro y las violaciones a las reglas de la competencia son un golpe al sistema de libre empresa. El mercado depende de la competencia para su legitimidad y salud. Como lo establece uno de los fallos del caso de la Standard Oil en los EE.UU.: "El corazón de nuestra economía siempre ha sido la fe en el valor de la competencia". De ahí que la acción concertada para elevar los precios defrauda a los consumidores, privándolos de un beneficio al que tienen derecho.
Las reglas que Chile se ha dado para proteger a los mercados competitivos funcionan, y lo hacen muy bien. Como ha dicho el fiscal nacional económico, nadie que esté participando en acuerdos de colusión puede ahora dormir tranquilo. Y es muy positivo que así sea. Es por ello que la urgente revisión que se pretende hacer a nuestras normas en estas materias arriesga un retroceso en lo que pretenden cautelar: una mayor competencia.
Las sanciones posibles frente a los casos de colusión son principalmente cuatro: multas, penas privativas de libertad, acuerdos de reparación a los consumidores y pérdida reputacional. Con mucho, los costos más elevados se encuentran en los últimos dos puntos, lo que transforma a los actos colusivos en un pésimo negocio. Lo relevante para calcular los costos esperados de las sanciones es la probabilidad de ser sorprendido y condenado. Paradójicamente, ambas probabilidades pueden disminuir con penas privativas de libertad, aumentando la impunidad. Ello por dos razones: primero, porque hará menos frecuente que los infractores recurran al sistema de delación compensada y, segundo, porque elevará el estándar de la prueba a la hora de que los tribunales estén dispuestos a condenar a prisión a los acusados.
La colusión no es una falta fácil de probar. Entre otras razones, porque los que hacen trampa para subir los precios, también se hacen trampa entre ellos compitiendo de manera solapada, evitando así que los efectos de la colusión puedan observarse. En los carteles los mayores precios obtenidos generan un incentivo para intentar capturar más demanda, lo que se busca a través de formas de competir distintas al precio. Las prácticas colusivas tienen incorporadas así las semillas de su propia destrucción. Aquello es más cierto aún cuando no hay barreras de entrada o se está abierto al comercio internacional. Por eso es que la jurisprudencia internacional ha considerado irrelevante si la acción de colusión produjo o no los beneficios buscados por el cartel, bastando el mero intento de ponerse de acuerdo para hacerse merecedor de una sanción.
Ultimamente, muchos son sacados al pizarrón por ciudadanos que, empoderados por las redes sociales, les exigen más a sus líderes. Hasta ahora todos (la Iglesia, los políticos, los empresarios, la judicatura…) somos percibidos como poco confiables. Para quienes desconfiamos de las utopías, lo ocurrido no es más que un ejemplo de que las cosas, como lo dicta la segunda ley de la termodinámica, tienden a la entropía o desorden. Lo que hay que hacer es volverlas a su lugar y sacar las lecciones que corresponda. Nuestra institucionalidad tiene todos los elementos necesarios para reducir la entropía del sistema, por lo que sería un error llegar a concluir que el modelo de libre empresa no suma con creces mucho más de lo que resta.
Reconocer, disculparse y reparar el mal causado (del inglés recognize, apologize and repair) es el comportamiento adecuado para una organización en que uno de sus miembros es sorprendido en falta. Escuché las tres acciones de esta estrategia reparatoria por primera vez del CEO de una importante multinacional europea. Cuando un accidente ocurrido en las afueras de una de sus plantas en Europa del Este le costó la vida a un vecino que paseaba por sus inmediaciones, él viajó al lugar y dio la cara, haciéndose responsable del siniestro. Por el bien del mercado y la aceptación del modelo de libre empresa por parte de los consumidores, la acción reparatoria debiera ser el centro de la solución en estos casos.
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