La vida de Bryan




Para la gran masa, Bryan Adams (54) pasó a la historia por la edulcorada (Everything I do) I do it for you, y títulos para rechinar los dientes, como All for love junto a Sting y Rod Stewart, confabulación de gargantas rasposas al servicio de un pop para escuchar con pantuflas. Pero hace 30 años el artista rock canadiense más vendedor de todos los tiempos lanzó Reckless, disco clave de su biografía, con más de la mitad de las canciones convertidas en éxitos, incluyendo Summer of '69, Heaven, Run to you y Somebody. No sólo era una seguidilla de hits, sino también una declaración de principios guitarreros adaptados consistentemente a las texturas artificiosas, de aquel período rendido a los sintetizadores.

Con este disco de versiones de clásicos del rock y del pop de los 60 y 70, los tiempos de su infancia y juventud, Bryan Adams practica un sonido mucho más verosímil y directo, lejos de la ampulosidad que convirtió en sello junto a Mutt Lange, el mismo que grababa esos coros de estadio por computadora con Def Leppard. Su voz figura sin efectos, como si le escucháramos en la cabina del estudio. La interpretación resplandece, a pesar de esa textura gastada característica.

En la adolorida I can't stop loving you de Don Gibson, famosa por Ray Charles, Adams traza un camino alternativo combinando las versiones previas -algo del country de Gibson, un poco de la vibra religiosa de Charles-, hasta llegar al soul. En el clásico setentero Kiss and say goodbye, de The Manhattans, el canadiense va con todo y la banda responde clara y contundente. Un título inigualable de Bob Dylan, Lay lady lay, está rendido primorosamente desde las guitarras, mientras Adams marca un fraseo desdeñoso, afilado. Rock and roll music, de Chuck Berry, y Down on the corner, de Creedence clearwater revival, reciben tratamientos distintos: la primera es primitiva, la segunda algo acartonada. El enfoque de ese temprano himno del dream pop encarnado en Never my love, timbra tonalidad californiana guitarrera. Sunny, de Bobby Hebb, acá conocida como Cielo, por Buddy Richard, es otro momento estelar de Adams al micrófono. La tremenda The tracks of my tears, de The Miracles, recibe una atención similar. El cierre con God only knows, de The beach boys, con la solitaria compañía de un piano, resalta la belleza conmovedora de la pieza compuesta por Brian Wilson. Tanto la selección afortunada de canciones como la opción de rehuir esta vez la fórmula, refleja el carácter renovado y vibrante de una estrella mundial.

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