Las paradojas de votar
A una semana de la segunda vuelta electoral parece difícil predecir su resultado. Como pocas veces, se anticipa una votación estrecha, donde será clave quiénes concurran a las urnas a expresar su decisión. Es por ello que podría esta vez cambiar la tendencia que se ha observado en las dos elecciones pasadas, donde en la segunda vuelta votaron menos personas que en la primera. En Francia, por ejemplo, suele ocurrir que en el balotaje participan más electores.
Para los economistas, la paradoja no es por qué la gente no vota en una elección, sino por qué lo hace. No parece haber un incentivo claro para que un votante vaya a las urnas. La razón es muy simple: la probabilidad de que el voto de un elector pueda cambiar el resultado de una elección en que votan cerca de siete millones de personas es simplemente cero. Dado que sufragar tiene un costo (tiempo perdido, locomoción, riesgo de ser vocal de mesa involuntario, etc.) no resulta sorprendente que en primera vuelta solo un 46,7% de los ciudadanos haya participado. Incluso cuando estaba vigente el voto obligatorio, en las presidenciales del 2009, la abstención se empinó al 41% si se incluye a los no inscritos.
Los estudios también dicen que a mayor opción de triunfo es mayor el incentivo a participar. En sistemas de voto voluntario, el elector tiene dos decisiones que tomar: votar o no votar y por quién hacerlo. A partir de ello, hay dos combinaciones de resultados que lo dejarán disconforme: que gane su candidato y no haya votado, porque no se sentirá partícipe del triunfo, o que pierda y haya votado, porque se sentirá más afectado por la derrota. Eso podría explicar, por ejemplo, la fuerte baja en la votación de la centroderecha en la segunda vuelta de 2013, cuando competía contra una candidata que era claramente favorita y cuyos electores querían ser parte de la victoria.
La otra paradoja se refiere a la motivación que tiene una persona para informarse adecuadamente acerca de los candidatos, si siente que su voto no decide nada por sí solo. Algunos analistas sostienen que los electores padecen de miopía e ignoran la información que va más allá de lo inmediato. Ello permite explicar por qué los políticos suelen creer que en año de elecciones hay que tirar la casa por la ventana, estimulando la economía, ya que los electores tendrían memoria corta.
Si los ciudadanos utilizan correctamente o no la información para sus decisiones políticas es algo en debate. En un estudio acerca de cuán eficiente es el mercado electoral de los EE.UU., Sam Peltzman concluye que los electores valoran un voto informado, procesan algo de antecedentes macro y premian o castigan al político que juzgan responsable de la situación evaluada. Si las condiciones económicas son buenas, se favorecerá a la coalición que gobierne.
Las investigaciones concluyen que los votantes consideran para ello tres dimensiones económicas: el crecimiento, que recompensan, y la inflación y el desempleo, que castigan. Respecto de lo corto de la memoria, la miopía no sería tan severa, ya que, en promedio, los electores evalúan a los postulantes de la continuidad recordando hasta los últimos tres años. Esto pudo incidir, por ejemplo, en que Ricardo Lagos no llegara a ser candidato, pues había dejado La Moneda 11 años antes.
Si aplicamos estos criterios a la realidad nacional, se confirma que la actual elección debiera ser reñida, porque si bien el gobierno lo ha hecho mal en crecimiento, las cifras de desempleo e inflación no son malas, con lo que la continuidad obtendría dos puntos de tres. Por su parte, el candidato del cambio, Sebastián Piñera, muestra credenciales superiores en estas tres dimensiones; sin embargo, gobernó hace cuatro años, lo que sobrepasa el plazo de los tres vigentes en la memoria de los electores. De ahí que la campaña sea clave para inclinar la balanza a favor de uno u otro, lo que parece haber entendido el gobierno que se ha desplegado por completo a apoyar a Alejandro Guillier, empañando el proceso, dadas las restricciones establecidas en la ley de financiamiento electoral.
En parte por la caída en la imagen de nuestras instituciones, hay que agregar que el voto es más individualista y volátil. Los electores lucen un menor compromiso emocional profundo con sus candidatos y cambian con mayor facilidad de posición. Si bien todavía la mayoría vota igual de elección en elección, ese porcentaje ha disminuido. Menos gente se identifica con una tendencia política y más gente cambia de lado de elección en elección.
Las emociones parecen haber aumentado su importancia. Si el enojo o la rabia es lo dominante, entonces las personas se la juegan por cambios más radicales. Si predomina el temor de perder lo que se ha logrado, prefieren quedarse con lo que tienen. En una semana más, la decisión parece ser entre una ruptura con los últimos 30 años, o volver a la democracia de los acuerdos que ha sido relevante en la construcción del Chile de hoy. El país ha avanzado mucho en todas las dimensiones desde el retorno a la democracia y no parece ser esta la ocasión en que debiera primar la rabia por un cambio radical, sino el interés por seguir avanzando por la ruta que hemos construido entre todos. La respuesta la sabremos el próximo domingo.
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