Las preguntas de Keynes




Cada vez que atravesamos una crisis económica global, el nombre de John Maynard Keynes vuelve a la primera línea. El economista inglés fue una figura gravitante en la primera mitad del siglo XX y su legado trasciende las fronteras de su especialidad. Amigo de Lytton Strachey, Virginia Woolf y Bertrand Russell, tuvo siempre un pie en la cultura, la ética y la sicología, dimensiones que los economistas tienden a subordinar en relación a la eficacia y el crecimiento.

Y es bueno aclarar de entrada que Keynes no era un idealista ni un nostálgico. Era un hombre curtido en el mundo de las finanzas, que ganó y perdió mucho dinero en la Bolsa, alguien que llevaba un diario de su vida sexual y que era capaz de comprar durante un viaje, con igual pasión, un cuadro de Cézanne o 17 pares de guantes.

Al revés de Hayek, comprendió que las recesiones no se curan solas y que el famoso equilibrio del mercado está lejos de ser la norma. Lo frecuente es la inestabilidad. "A la larga todos estaremos muertos", dijo, así que no tenemos tanto tiempo como para esperar a que venga esa mano invisible que solucionará nuestros problemas. La intervención del Estado en épocas de crisis tenía para Keynes un valor moral: ampliar el gasto público y facilitar el acceso al crédito es el único remedio para intentar reactivar la economía cuando el sector privado no puede invertir. La pregunta implícita en sus postulados es: ¿por qué no intervenir cuando se está produciendo infelicidad?

La reciente publicación de sus ensayos bajo el título Política y futuro le dan la razón al historiador Tony Judt: "Keynes es ante todo un filósofo que acabó tratando con datos económicos".

Los textos reflejan la amplitud de intereses y en todos emergen interrogantes que no han perdido un ápice de vigencia. En "Las posibilidades económicas de nuestros nietos", escrito en 1928, el autor vislumbra que dentro de 100 años, principalmente gracias a los avances tecnológicos, el ser humano dispondrá de más tiempo para sí mismo. ¿Qué hacer con el ocio, entonces? Es allí donde aflora el espesor cultural de Keynes, quien es capaz de ver la angustia que puede provocar la libertad cuando el único norte es el dinero, o cuando no existe el deseo de aprovechar esas horas "improductivas" con actividades que alimenten el espíritu. "Preferir lo que es bueno a lo que es útil", sugiere hacia el final de su célebre ensayo.

En el trabajo titulado "¿Soy liberal?", Keynes se queja de los conservadores, que no ofrecen ningún estímulo para que la vida sea más entretenida y se limitan a defender los privilegios heredados. Asimismo, critica a los progresistas, dominados por una facción que desprecia las instituciones existentes y cree que por el solo hecho de derrocarlas, estaremos mejor. Es inevitable sentir que Keynes está vivo y que, de pronto, se dio una vuelta por el atribulado Chile actual. No en vano, se pregunta si hay espacio para una fuerza política que no responda a la división de clases. Dicho de otra forma, ¿existe una burguesía educada, libre de reaccionarios y también de resentidos?

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