Lemebel y la izquierda




Pedro Lemebel tuvo indudables cualidades personales y literarias. De ellas han hablado, en estos días, diferentes actores del mundo de la cultura. Pero no está de más recordar que también existe una dimensión política de su obra, de su estética y de su performatividad, que representó desde un comienzo un desafío a la mentalidad y a la actitud de la izquierda chilena frente a la homosexualidad y la diversidad sexual.

Como recuerda Oscar Contardo en su libro Raro, una historia gay de Chile, la izquierda criolla no fue particularmente adelantada en estos temas y compartió los clichés y prejuicios del resto de la sociedad. Contardo repasa la prensa de izquierda de la Unidad Popular -principalmente Clarín y Puro Chile- constatando que la homosexualidad era un arma arrojadiza que permitía atacar, mofarse y destruir a los adversarios políticos. También consigna varios casos de militantes que por su orientación sexual fueron marginados políticamente. Una cita de las memorias del histórico líder del PC, Luis Corvalán, publicadas en 1997, ahorra más comentarios: "Entre mis pecados tengo el haberme opuesto, en cierta ocasión, al ingreso al partido de un valioso artista por el solo hecho de que era mariquita".

Posiblemente, un hito para la izquierda en esta materia fue la lectura de Lemebel, en 1986, de ese texto de rabiosa lucidez que es su Manifiesto "Hablo por mi diferencia". Lectura seguida con estupefacción por una audiencia para la cual temas como la orientación sexual eran, en el mejor de los casos, un asunto privado y no un tema radicalmente político que no aceptaba ser reducido a un análisis de clases o postergado por alguna "contradicción principal".

Con avances y retrocesos, episodios de discriminación y violencia, la sociedad chilena ha ido evolucionando en la inclusión de la diversidad sexual. Se acaba de aprobar el Pacto de Unión Civil y se debate sobre matrimonio igualitario. De este proceso, sin embargo, el discurso de Lemebel continuó ubicándose en el margen, quizás porque su visión de una homosexualidad vivida y escrita desde lo popular no concilió con la construcción discursiva del "buen gay" liberal. Así, Lemebel continuó expresando una visión más radical y desafiante de la diversidad sexual que no pudo ni quiso ser incorporada a las nuevas prácticas de "normalización" de ésta.

No obstante su crítica a la posición histórica de la izquierda frente a la homosexualidad, Lemebel siempre se reconoció, casi con porfía, como parte de ésta, lo que no siempre fue correspondido ("mi hombría no la recibí del partido, porque me rechazaron con risitas", escribió). Es justo decir que una de las pocas figuras políticas que sí reconoció esa pertenencia fue Gladys Marín. Al momento de su partida se debe recordar el desafío que representó Lemebel a los términos del debate sobre diversidad sexual en nuestro país, y de manera más específica, su contribución a que en los últimos años la izquierda comenzara a dar en este tema sus primeros pasos fuera de la caverna.

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