Liderazgo de amplio espectro




A guisa de explicación de todos nuestros problemas políticos y económicos, aunque a veces también de cualquier laya de desarreglos, desde hace mucho tiempo se espeta la consabida frase "es que falta liderazgo". Es expresión para todo uso y embadurnada con una ligera capa pastelera de academicismo, por lo cual infunde respeto y se resiste a pasar de moda; abunda entonces en los dichos de políticos, columnistas, analistas, ensayistas, discurseadores, juristas, etc. Hoy día la "falta de liderazgo" se achaca principalmente a la señora Presidenta y es partiendo de ese presunto déficit que se examinan obsesivamente sus palabras y gestos en busca de una explicación del misterio de por qué carece del Santo Grial. A su "liderazgo ausente" se debería la multitud de falencias de la actual administración. Tácitamente se supone que de haber contado este gobierno y desde un principio con dicha virtud teologal, los problemas o no existirían o habrían sido ya resueltos.

El éxito de público y crítica de este cliché se basa en la fácil simpleza con que permite culpar de los problemas a UN individuo, fórmula mucho más atractiva que devanarse los sesos investigando un intrincado mecanismo causal. A una maraña de causas y efectos no podemos hacerle reproches ni detestarla, como hacemos con los "culpables". Adicionalmente el cacarear sobre los "problemas de liderazgo" permite darse aires de cultor de alta ciencia política. Lamentablemente es una explicación insuficiente. La aceptación masiva de un concepto no garantiza su validez científica, como lo atestigua el haberse creído por milenios que la Tierra era plana. Tal vez de ser la Tierra plana y el liderazgo una cosa o artefacto que se posee o no se posee tal como se lleva o no un llavero en el bolsillo, nuestros problemas serían mucho más tratables; sencillamente se buscaría a alguien que "tuviera" dicho artículo. Es esa fijación en la creencia del liderazgo como cosa virtuosa y transportable y/o existente en el DNA genético de tal o cual persona lo que ha motivado y sigue motivando innumerables ilusiones.

Relación, no "cosa"

El liderazgo no es un objeto. No es un árbol o un paraguas que se pueda poseer o no; es, como la distancia y el tiempo, una relación entre dos o más entidades y por tanto sin existencia empírica, aislada y autosuficiente que pueda ser apropiada y usada. ¿Quién tiene o puede tener "distancia"? ¿En qué sentido se puede meter al bolsillo lo temprano o lo tardío? El liderazgo, no siendo objeto, no puede ser tampoco virtud o atributo personal de quien, por tenerlo, sería seguido por el prójimo; es una relación social en la que dos o más personas acuerdan un curso de acción común y una de ellas se hace cargo -ya veremos cómo y por qué- de encabezar el desfile. Es en ese momento que llega a existir el liderazgo, el cual, además, por evidentes razones lógicas no puede explicarse por razón del liderazgo. Esa popular falacia se llama petición de principio.

Volviendo al punto: sin acuerdo previo no hay seguidores ni seguidos, no hay liderazgo en busca de feligreses ni feligreses en busca de liderazgo. Siendo, la existencia de un acuerdo, condición previa y sustantiva de toda conducción, eso significa que lo decisivo en el adónde se marcha, en cómo se marcha y quién encabeza la marcha no es una cualidad magnética, carismática o gravitacional de cierta persona, a priori, sino una interacción que distribuye roles conforme a la tarea común, post factum. El liderazgo resulta de alguna clase de debate, reflexión colectiva o apercibimiento de la realidad compartido y aceptado por todos y es sólo cuando dicho consenso existe que uno de los miembros encabeza la procesión. A lo más, forzando el término, podría  denominarse "líder" al primero en percibir o articular lo que el grupo ya hacía con menos lucidez, pero eso no es liderazgo.

¿Por qué tal persona encabeza la acción y no otra? A veces es por efecto de la posición de autoridad que ya se tiene en el grupo; en otras, por tradición de quienes han de encabezar los rituales colectivos; también porque es quien articula mejor la meta común. Sin embargo, ninguno de esos atributos es liderazgo, sino facilitaciones para desempeñarlo. No hay una misteriosa, "carismática" cualidad personal, no hay liderazgo en sí para llevar a los demás adonde se quiera; el liderazgo no se tiene, sino es condición recibida; no es posesión personal, sino un mandato. Por eso, de acuerdo a las circunstancias, se ha observado con frecuencia que la misma persona que en una ocasión apareció revestida de gran liderazgo, en otra puede aparecer como totalmente desprovisto de aquél.

Hablar de "liderazgo" y su falta no permite ver que falta no un líder, sino consenso. Consenso dentro del gobierno, consenso dentro la NM, consenso de ésta con el gobierno y consenso de todo el país.

El consenso y el cóctel

En efecto, tras la "falta de liderazgo" que se le adjudica a la Presidente Bachelet lo que realmente no hay es, para empezar, un sólido acuerdo dentro de su coalición. Esa carencia es una falla geológica atravesando la NM transversal y longitudinalmente desde sus inicios, el abismo existente entre los imbuidos de un ánimo más revolucionario y los que sólo desean discretas y manejables reformas. La primera encarnación de ese cisma fue la flatulenta división entre "complacientes" y "autoflagelantes", cosita puramente verbal y lloriqueante. Los primeros estaban satisfechos con el sistema, los segundos dolidos por no avanzarse más; estos últimos gemían por sus perdidas ilusiones de la pubertad y se flagelaban por haber caído en el pecado de perderlas, pero ahora, en este segundo advenimiento, los ex flagelantes están muy complacidos por su rescatada pureza y flagelando a los ex complacientes, acusándolos de haber sido quienes vendieron sus ideales y fueron cómplices del capital.

Sobre esa falla geológica se apoya un segundo nivel causal: la vaguedad conceptual y carencia de operacionalidad del programa. ¿Cómo acordar con lo que, en su laxitud, permite y hasta obliga a diversas interpretaciones? ¿Cómo convertir en pasos concretos una idea difusa? El consenso entraña definiciones comunes, no interpretaciones heterogéneas. Y no pudiéndose tener dichas definiciones, aun las cuestiones más anecdóticas, tales como a quién se nombra en un cargo, se convierten en materia contenciosa, conflictiva, lo cual, a su vez, para no agravar la gresca, conduce a la parálisis: si no podemos acordar en alguien, acordemos en ninguno...

Hay que insistir en los mortíferos efectos de la naturaleza del programa. Es, en su esencia, menos una guía de pasos a seguir que una salivosa arquitectura verbal nacida de las más nostálgicas fuentes del lenguaje y doctrina marxista, neomarxista, Tercera Vía y reformismo ñoño de cosecha DC, menjunje hoy por hoy del todo difunto pero aún capaz, como las polvorientas momias de las películas de terror, de salir a caminar a los tumbos con una apariencia de vida. A ese elemento doctrinal han de agregarse los aggiornamientos valóricos que perpetró la izquierda ingurgitando grandes tragos de ese progresismo modelo 1980-1990 nacido en onda alternativa y sensible.

El tercer nivel es generacional. Llegaron al escenario gritando y danzando, marchando y posando, nuevas cohortes demográficas cuyo doctorado en ciencias sociales consistió en escuchar cuentos de política-terror de abuelos, padres y tíos. Como es costumbre, llegaron con la misma pretensión de toda nueva camada, salvar la galaxia. En su colosal inexperiencia e ignorancia toman como descubrimientos sublimes los contenidos de folletería de museo y como dogmas recientes a principios más añejos que las botellas de champán rescatadas del Titanic.

De este cóctel poco de eficacia puede surgir. Las incoherencias e inoperancias conceptuales y de gestión tienen ese origen: es, esta mezcla, el fantasma que le pena a todo régimen de similar talante ideológico. El planeta está repleto de ejemplos. No habrá liderazgo, entonces, mientras no haya ideas claras mutuamente consentidas. Ojalá buenas ideas.

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