Los desafíos del multiculturalismo




Entre la vasta colección del Museo Británico en Londres se encuentra un objeto de greda cubierta en cuneiforme. Es el Cilindro de Ciro, Rey de Persia. Cuenta la historia de la liberación de los judíos del imperio, permitiendo su regreso a sus tierras ancestrales en Israel y la reconstrucción del Templo en Jerusalén en el año 538 AC.  Su significado histórico radica en que es considerado como uno de los primeros documentos que garantiza la libertad de culto en un imperio multicultural. Es decir, es tal vez la primera declaración de derechos humanos en la historia de la humanidad.

Impresiona que casi tres milenios más tarde seguimos tratando de definir los límites de la tolerancia en sociedades multiculturales. Chile, por tanto tiempo aislado del mundo, tiene un récord mixto en esta materia. Por cierto, tenemos una sociedad fundada en el sofocamiento de los derechos de los pueblos originarios, deuda que aun queda pendiente. Por el otro lado, durante el último siglo y medio el país ha atraído, y en general aceptado, olas de inmigrantes alemanes, ingleses, palestinos, italianos, y otros que han traído sus comidas, culturas y religiones.

Pareciera, sin embargo, que como sociedad estábamos dispuestos a recibir inmigrantes mientras estos significaban el 'perfeccionamiento de la raza'. Hoy por hoy la inmigración proviene de otros países latinoamericanos, de Haití, la República Dominicana, y en menor medida, algunos países asiáticos. La cantidad de residentes nacidos en el exterior se ha duplicado en una década. Tanto el Estado como la sociedad no han dimensionado lo que esto implica.

El episodio de la semana pasada en que se vio involucrado un programa de Chilevisión es un ejemplo de la forma en que aun no nos hemos adaptado a esta nueva realidad. La creciente diversidad de la sociedad nos obligará, como sociedad, a adaptar nuestro comportamiento. El debilitamiento de la sociedad jerárquica, como sostiene Charles Taylor, hace que valoremos, y basemos nociones de ciudadanía en, otras cualidades, como autenticidad y dignidad.

Por eso ya no es aceptable que los afroamericanos sufran la indignidad de que se les toque el pelo en el metro, como me contaban algunos alumnos de intercambio hace unos años. Es impresentable que a los inmigrantes de distintos países asiáticos se les traten de chinos, o a los que provienen del medio oriente de turcos, sea cual sea su proveniencia. No puede ser que se considere que un reconocimiento legal y cultural para los pueblos originarios sea visto como una amenaza para la unidad de la república. Y es increíble que a través los canales de televisión se transmitan chistes burlándose de las mujeres, los mapuches, los homosexuales, o como ocurrió recién de uno de los crímenes más horrorosos del siglo XX, el Holocausto.

A diferencia de lo que comúnmente se sostiene, la democracia no es solamente un sistema gobernado por una mayoría. (De hecho, bajo los sistemas mayoritarios como el nuestro, rara vez es gobernada por una mayoría). Una de las verdaderas pruebas de las democracias es cómo tratan a sus minorías, sean éstas políticas (los grupos o partidos que pierden elecciones), raciales, religiosas, étnicas o sexuales. Pero el país esta cambiando. Es cosa de revisar el último censo (cuando el INE decida republicarlo en su sitio web) y ver cómo han aumentado la cantidad de evangélicos (un 16% de los chilenos), los que conviven con una pareja del mismo sexo, o el porcentaje de inmigrantes del Perú.

¿Significa esto una limitación a la libertad? De algún modo sí, tal como el costo de vivir en una sociedad vehiculizada implicó la adopción de nuevas reglas. Pero los beneficios de una sociedad abierta y multicultural sobrepasan los costos, como bien lo ha explicado Richard Florida.  La apertura en el siglo XXI no puede ser solamente comercial, y la diversidad no solamente implica más sushi y pad thai, sino que más creatividad y competitividad, y al final del día, mayor prosperidad. Por eso, después de miles de años, se sigue recordando Ciro, Rey de Persia.

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