Los Milagros: Un asunto de ciencia, fe y libertad
Hemos conocido en los últimos días, la singular historia de la chilena Verónica Stoberg, cuya sanación inexplicable fue considerada como el milagro que se necesitaba para canonizar al sacerdote español Faustino Míguez (1831 – 1925), quien ya había sido proclamado beato en 1998. Verónica esperaba su cuarto hijo (año 2003) cuando en la semana 36 de embarazo, sufrió una preeclampsia severa, síndrome de HELLP (alteración de la encima hepática con encefalopatía hipertensiva y hemorragia abdominal masiva) y estado de coma grado 3 en la escala de Glasgow, que ponía en peligro inminente su vida y la de su hijo. Por ello se decidió realizar una cesárea de urgencia para al menos salvar una de las dos vidas. Su hijo nació sano, pero el equipo médico tuvo la ingrata misión de comunicar a su esposo que no había nada más que hacer por la madre desde el punto de vista de la medicina.
La familia, amigos y una religiosa del colegio Divina Pastora de la Florida (donde estudiaban sus hijos y Verónica hacía catequesis), la encomendaron entonces al beato Faustino rogando por su sanación en contra de todo pronóstico. Con el paso de las horas y los días, la situación cambió. La hemorragia cesó y los parámetros analíticos se normalizaron, la gravedad empezó a disminuir y -lo que fue más impresionante para su equipo médico - el daño cerebral desapareció por completo. Un "milagro". Pero, ¿qué constituye exactamente un milagro?
La apologética nos habla de tres condiciones necesarias para que un fenómeno sea catalogado de "milagro":
1ª) Que el hecho caiga bajo el dominio de los sentidos, un hecho sensible, que pueda ser examinado, considerado y verificado.
2ª) Que el hecho supere las fuerzas de cualquier agente creado y por ningún motivo pueda atribuirse a una causa natural.
3ª) Que reconozca a Dios por autor, ya que se trata de un hecho sensible y contrario a las leyes de la Naturaleza.
En las Sagradas Escrituras encontramos innumerables milagros ejecutados por Dios a través de los patriarcas del pueblo de Israel, los profetas, los apóstoles y del mismo Jesucristo que era seguido por multitudes a causa de los milagros que realizaba. En Mateo 10,8, Jesús mismo encomienda a sus discípulos: "Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente".
La evangelización de Occidente posterior a la muerte de Jesucristo y de sus apóstoles, estuvo también plagada de episodios milagrosos que propiciaban la conversión de millares de personas, mostrando más eficacia que los sermones. Baste recordar uno (los ejemplos son literalmente millones), San Patricio, patrono de Irlanda, resucitó a 33 personas, la mayoría de éstas ya sepultadas. Reunió a todas las serpientes venenosas que asolaban a los habitantes de la isla y las ahogó en el mar, a vista de muchos. Salvó ileso de varios atentados contra su vida, organizados por miembros de la poderosa casta de los druidas, que dominaban a los reyes de los clanes de Irlanda, por medio del temor. Incluso, la historia relata el caso de uno de los asesinos cuyo brazo quedó paralizado de por vida cuando iba a asestar el frustrado golpe mortal.
Parecen historias fantásticas, salidas de imaginativas novelas. No se puede comprobar científicamente su veracidad, aunque sean crónicas difundidas por historiadores de renombre. Sin embargo, hoy en día, la ciencia, la tecnología y en particular la ciencia médica, puede ayudar al análisis y certificación de los milagros, más allá de toda duda. Aunque los escépticos no quieran admitir un milagro, al menos admitirán que un determinado hecho tiene una causa no natural, desconocida, ya que trata de un fenómeno que no pudo ser provocado por acción humana o por las leyes de la naturaleza.
Ahora bien, en cada causa de beatificación o canonización de un difunto, existen 9 rigurosos pasos a seguir, por lo que el proceso puede tomar décadas. No viene al caso describir cada una de esas etapas en este breve espacio, pero una de las últimas es en efecto, la verificación a ciencia cierta de 1 milagro, en caso de beatificación y dos milagros en caso de canonización. Cuando el(la) difunto(a) ha sido mártir, es decir, ha muerto a causa de su fe, se admite la verificación de sólo un milagro para su canonización.
Para examinar y verificar la ocurrencia de un milagro, existe una comisión especial conformada por médicos que prestan servicios en la Congregación para la Causa de los Santos del Vaticano. Se denomina "Consulta Médica" y está formada por un pool de 60 facultativos que se turnan para examinar las causas. Se conforma un equipo de 5 de ellos cuando se asigna un caso, los que durante 1 año se reúnen cada dos semanas a examinarlo, con miras a emitir un informe que señale si se trata o no de una sanación que la ciencia médica no puede explicar. Por cierto, tienen acceso a todo el historial médico, los exámenes realizados, las declaraciones juradas de los integrantes del equipo médico, familiares y todos quienes puedan aportar antecedentes. En estos casos, la norma es que una curación asombrosa no será considerada milagro hasta que se pruebe lo contrario.
Todos estos médicos son expertos destacados en su especialidad. Más de la mitad de ellos son profesores, investigadores o jefes de departamento de prestigiosas facultades de medicina; los demás son, con pocas excepciones, directores de hospitales. En su conjunto, "Consulta Médica" representa todas las especialidades de la medicina, desde la cirugía hasta las enfermedades tropicales. No es requisito ser creyente para integrar dicha comisión.
Mientras la ciencia hace lo suyo, la fe tiene que hacer otro tanto y por ello estos casos son no pocas veces, objeto de burla o incredulidad. Las personas somos libres de creer o no. Incluso, caminando Jesús en este mundo, haciendo milagros patentes, como alimentar a una multitud de 5.000 con sólo dos peces y cinco panes, o devolviendo la vista a ciegos de nacimiento, o resucitando a su amigo muerto hace 4 días, hubo quienes no creyeron que era el Mesías y lo persiguieron, llevándolo a su muerte. Incluso Judas, su discípulo y amigo, no creyó.
Se dice que la fe es un don, sin embargo, eso no significa que sea privativa para unos pocos. Dios quiere que todos crean en Él, no va a elegir a quien darle el don de la fe y a quien no. Pero sí se trata de un don que somos libres de acoger… o rechazar. La fe es al final del día, una decisión. Un milagro puede impresionar, puede ser un "empujoncito", puede hacer que nos cuestionemos, pero también puede olvidarse al día siguiente. Creeremos si queremos creer. Si no, Dios respetará nuestra autonomía.
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