Madre y maestra




Margot Loyola arrugaba la frente cuando se le preguntaba por listados dieciocheros, las vertientes de la cueca o la escasa figuración del género en meses ajenos a las Fiestas Patrias. Porque para ella el folclor no era objeto de debate ni de respuesta corta. Sino un asunto más profundo, de alto vuelo, un tema de vida.

Incluso en la vejez, sus palabras se escuchaban fuerte, como en sala de clases. Se explayaba en ideas profundas, poéticas, casi filosóficas. Ella decía, por ejemplo, que si no cantaba, se moría. Y que ella no había descubierto el folclor, sino que el folclor la había descubierto a ella en el vientre de su madre. Y también decía, quizás su frase más potente, que ella era pueblo.

Como muchos hijos de la provincia, se crió en Linares escuchando tonadas y cuecas que le enseñaba su madre y que también aprendió de su padre bombero y comerciante. Pero lo que la diferenció del resto fue que el folclor se convirtió en su obsesión, en su estilo de vida. Partió recorriendo Chile, hablando con los viejos, aprendiendo sus canciones, anotando los acordes y las afinaciones en un papel.

Luego viajó por el mundo con la misma misión. A la gente del campo no les hablaba con tono enérgico. Dicen, los que la vieron, que lo hacía con un tono cariñoso, casi maternal. Que les preguntaba por su vida y que luego venían las canciones. Esas canciones hablaban de esas vidas y eso Margot Loyola lo entendió como nadie. O quizás como sólo alguien más en Chile: Violeta Parra, su amiga, su comadre. A quien, según dijo en estas páginas en septiembre de 2010, la emparentaba la "angustia existencial, dos rosas espinudas, dos mujeres campesinas".

Margot no se equivocó. Porque ella y Violeta fueron las folcloristas más grandes que ha tenido el país y como pasa con muchas hermanas, aunque no sean de sangre, eran diferentes por personalidad. Blanco y negro. Una más académica, que creía que la folclorista no tenía que andar "politiqueando", y la otra más rebelde, que creía que la cantante que no se comprometía estaba perdida como.

Juntas, y no en competencia, son las voces excluyentes del folclor chileno. Maestras y madres de un patrimonio sonoro que no olvidará sus nombres. El de Violeta del Carmen Parra Sandoval y el de Ana Margot Loyola Palacios.

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