Mentiras Verdaderas: Otra vuelta de tuerca




Mentiras verdaderas lleva varios años al aire sin que se sepa muy bien qué clase de programa es. Sabemos que no es un late, por ejemplo. Sabemos también que desde hace un buen tiempo dejó de ser un programa serio. Un día puede marcar la pauta con algún tema urgente y al otro poner a alguien a llorar en cámara y, luego, darle dos horas a algún exorcista salido quizás de qué submundo de YouTube. Alguna vez Pamela Jiles explicó con cierto didactismo la trama idiota de varios escándalos políticos. Alguna vez tuvo música en vivo. Alguna vez tuvo panelistas. Y si ahora hay un día (los lunes) en que se vuelve un espacio cultural, antes había otro día (los viernes) donde el profesor Rossa hacía rutinas de stand up que en realidad eran puros chistes cochinos.

Esta indefinición es su principal atributo, pero también su peor problema. Cuando comenzó, el 2011, el show estaba hecho a la medida de Eduardo Fuentes, que era un animador liviano que traía cierta frescura y novedad en el formato. Fuentes tenía hambre y ganas de demostrar que estaba para cosas mayores por lo que se dedicó a consolidar el espacio, a dejarlo todo en cada episodio, a riesgo de parecer cliché o autocompasivo. Cuando volvió a Canal 13 como un hijo pródigo, Jean Phillipe Cretton lo reemplazó. Cretton había sido notero de CQC y luego se había encargado de Calle 7, el Yingo de TVN. Ahí Cretton empezó a curtirse, entre medio de los gritos, los piscinazos y los líos del corazón de varias decenas de personajes olvidables.

Mentiras verdaderas fue el canto del cisne de Cretton, que logró algo que Fuentes no había hecho, que era empatizar con el espectador. Aquello sucedía no porque fuese alguien especialmente brillante sino todo lo contrario: su curiosidad podía ser parecida a las del público. De este modo, Cretton creció en cámara, volviendo al show en una especie de vitrina donde exhibió los modos en que aprendió tanto de política como de cultura, sacudiéndose la etiqueta de animador juvenil para volverse una suerte de rockero de multitienda, inofensivo pero simpático al aire.

Ignacio Franzani acaba de reemplazarlo. Franzani estaba en TVN hace años y ahí no sabían muy bien qué hacer con él, más allá de ponerlo a cargo de varios proyectos culturales. Mentiras verdadera" supone un cambio de registro que podría implicar algo parecido a su madurez. Por ahora, Franzani lo ha hecho bien. Luce cómodo y le da al show un peso que Cretton no tenía. Por supuesto, hay desajustes pero no son culpa suya porque el programa está desbalanceado desde hace tiempo. De hecho, Franzani debe padecer a una producción que está un poco a la deriva: las entrevistas son demasiado extensas, no ha habido innovaciones formales, carecen de una pauta propia (trajeron a Carlos Tejos un par de días después de que estuviese con Álvaro Escobar en Mega) y es posible preguntarse qué interés tiene la cháchara delirante del ufólogo Cristián Contreras para que lo sigan invitando semana tras semana a hablar incoherencias.

Con todo, es interesante ver Mentiras verdaderas ahora mismo, ya que su animador debe encontrarle otra vuelta de tuerca al formato y acomodarlo a su gusto. De hecho, el programa debería ser un espejo de lo que sucede en su cabeza, algo que en La Red no han percibido aún. Ese es su principal capital.. En un momento en que los programas de conversación proliferan hasta volverse banales, sería bueno ver qué pasa si Mentiras Verdaderas se sacude sus peores tics y deje de ser una corte de milagros para quizás, convertirse en ese espacio arriesgado y filoso que siempre aspiró a ser.

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