Momento de comunión




Ocurre muy pocas veces. Menos de las que se quisiera, pero ocurre. Películas baratas provenientes de géneros bastardos que, sin mayores abolengos ni entorchados, sorprenden por la calidad de su ejecución y la resuelta inteligencia de su mirada. Esa experiencia, que es insuperable y que hace poco tuvimos con Estación zombie, del coreano Yeon Sang-ho, se repite ahora con ¡Huye!, una pequeña película de terror realizada en su debut por un cineasta de color, Jordan Peele, comediante de la televisión gringa, que logra no solo redimir su origen sino también constituir una fantástica experiencia.

De ¡Huye! pueden decirse varias cosas sanas: que es de aquellas películas que dejan en ridículo la división entre cine arte y cine comercial, porque tanto la inteligencia como la estupidez son transversales; que en el cine no hay necesariamente argumentos malos porque todo depende del talento para desarrollarlos; que la producción más industrializada no tiene excusas para caer en el adocenamiento y la rutina porque incluso en la más pinche de las películas siempre está la posibilidad de inyectar sagacidad, ironía, imaginación, buena o mala fe al material que se tiene entre manos.

¡Huye! tiene rasgos que son muy divertidos. Una chica viaja por el fin de semana con su novio a la casa de sus padres porque quiere presentárselos. El único problema es que no les ha dicho que el muchacho es negro y él teme que este factor pueda generar fricciones, tal como las generaba en Adivina quién viene a cenar, la célebre realización de Stanley Kramer con Spencer Tracy, Katherine Hepburn y Sidney Poitier que en los años 60 le recordó a los norteamericanos blancos que una fracción importante de la población del país tenía otro color. Las aprensiones del protagonista resultan infundadas porque los padres de la jovencita son liberales, votaron por Obama y en principio abrazan y promueven la multiculturalidad. Pero nada es tan así como parece al comienzo y donde estas imágenes mejor funcionan es cuando van agregando datos laterales y aislados que, primero en un segundo plano y después en términos muy explícitos y frontales, van configurando un clima raro y perturbador que indica que el protagonista se ha metido literalmente a la boca del lobo.

¡Huye! se cubre de gloria precisamente en la construcción de esta atmósfera enrarecida. El público cinéfilo podrá reconocer ahí la efectividad de recursos que ya utilizaron cineastas como Polanski o Brian de Palma, entre otros. No importa que los espectadores más silvestres no los reconozcan porque igual los disfrutarán en la dinámica paranoica a la que el protagonista va entrando, en las observaciones sobregiradas que le suelta por teléfono el amigo que se quedó en su departamento y en los hecho cada vez más perturbadores que el relato va acumulando.

Como no son muchas las cintas que interpelan por igual al cinéfilo que al público que, premunido de baldes de cabrita, toma asiento en su butaca para que le cuenten una historia truculenta, ¡Huye! -obra construida a partir de la descolocación básica de la población afroamericana en la Norteamérica blanca- permite asomarnos a la utopía de un cine capaz de cerrar las brechas. Vengan todos: los sofisticados y los rupestres, los amantes de la entretención idiota y los del buen cine, los que buscan menos y los que buscan más. Es la comunión perfecta. No para siempre: es apenas por una vez y por un momento. Pero es una de esas experiencias que solo el cine puede lograr.

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