No, gracias, no me sirvo




Nada me puede aburrir más que Star Wars, sus secuelas, precuelas, mistificaciones, poleras, fetiches, esoterismos y colgajos. Me tranquilizo pensando que mi desencuentro es sobre todo efecto de un problema generacional. Quizás haber visto la película a los 10 o a los 15 años haya sido lo más parecido a una experiencia lisérgica prematura. Como yo la vi ya cerca de los 30, me conmovió, convenció y emocionó menos que una botella de cerveza. Sin embargo, echarle la culpa al desfase generacional es engañoso. De hecho sé que hay gente incluso mayor que yo que esconde con devoción su traje de la Princesa Leia o de Darth Vater en el closet.

Puesto que apenas me ha dado el cuero para entender parcialmente el mundo en que vivo, el esfuerzo de procesar y meterme en los trabajosos códigos del mundo paralelo que la saga propone siempre me pareció una fastidiosa variante del arte de gastar pólvora en gallinazos. Lo reconozco: me cuesta la ciencia ficción. Mucho antes que Vargas Llosa me comprara por la solidez del imponente edificio narrativo que construyó y por el testimonio irrecusable de su compromiso con la libertad, hubo una frase suya -creo que en La orgía perpetua- que me interpretó para siempre: "Prefiero la pornografía a la ciencia-ficción".

Digo todo esto al margen de toda altanería. Me carga la crítica de cine entendida como un oficio profesional para echar aviones abajo y por lo mismo no me escandaliza ni me irrita ni me descompone el furor que estas películas generan. Lo miro con una simpatía algo boba. Qué amoroso, me digo. Ya es bastante que la gente lo pase bien yendo al cine, donde a menudo las satisfacciones son tan módicas e intercambiables. El problema mío es que estos mamotretos me resultan fastidiosos y soporíferos. No, gracias, no me sirvo. Que haya gente que se los trague y se entusiasme, en cualquier caso, me parece bien por ella, pero eso ni amarrado me llevaría a tomar en serio a George Lucas, de quien sin embargo recuerdo con especial cariño su película American Graffiti, estrenada el 73, antes que se convirtiera en George Lucas.

Cuando se lanzó Star Wars el año 1977 parecía ser el gran blockbuster de la temporada, pero la verdad es que con el tiempo terminó siendo mucho más que eso. Esta es la realización que -más que Tiburón- abrió las puertas a la reinvención industrial de Hollywood y de hecho, de ahí en adelante, las películas comenzaron a concebirse, a filmarse, a promoverse y a estrenarse de otra manera. En términos de importancia lo que estaba fuera de la pantalla pasó a ser tan decisivo, si es que no más, que lo que estaba adentro. Hoy, 40 años después, la moral Star Wars ha capturado más que la mitad de la cartelera y, bueno, por eso el cine está como está y, al menos Hollywood, va camino de convertirse en una sucursal, en un subterráneo desprovisto de todo encanto, de la industria de los video juegos. A mí que me emocioné con Ford, que me perturbé con Hitchcock, que me maravillé con Billy Wilder y que creí encontrar un amigo en Elia Kazan eso -es lógico- no me puede parecer sino lamentable.

Mucho más que las películas de la serie rescato sí el discurso misional que la sustenta. Sí, en principio me parece interesante el esfuerzo de colonizar para el cine la imaginería del cómic y la embriaguez de los sueños fantasiosos de la infancia. Tampoco veto por anticipado la erótica de la evasión por la evasión, aunque en el fondo me va un poco a contrapelo por la maldita y a la vez sagrada conexión que siempre vi y sentí entre el cine y la realidad, antes de saber que André Bazin -¿el mejor crítico de cine de todos los tiempos?- estaba diciendo en Francia que este partido se jugaba en esa cancha y no en otra. Por eso cuando lo leí sus textos me llegaron a parecer la voz del Olimpo.

No hay vuelta que darle: Star Wars terminó ganando la batalla, globalizándose, masificándose, estandarizándose y controlándolo todo. O casi todo. Lo que me interesa del cine está recluido en ese casi. Es una parcela pequeña, un tanto crepuscular quizás, pero a mí me parece no solo superior sino también más grande.

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