Un nuevo dinamismo económico
EL BAJO desempeño de la economía chilena durante los últimos años vuelve a poner al crecimiento en el centro de las preocupaciones. Son muchas las razones que pueden invocarse para explicar su fuerte caída. Por de pronto, es un hecho que la coyuntura internacional ha sido desfavorable. Pero, esa explicación no basta.
Desgraciadamente, este gobierno ha confirmado que la economía sigue siendo el Talón de Aquiles de las fuerzas progresistas. Con una tasa de crecimiento promedio por debajo del 2%, su desempeño se compara muy desfavorablemente con la tasa superior al 5% obtenida por el gobierno anterior.
La previsión inicial con que se inauguró el actual gobierno apuntaba a una tasa del orden del 4%. El gran programa de reformas definido por el gobierno no incorporó medidas importantes para asegurar el dinamismo de la economía en un entorno internacional que iba a ser menos favorable. Fue un grave error que hoy se paga caro. Era evidente que un programa de reformas estructurales profundas iba a generar tensiones e incertidumbre. Era imprescindible compensarlas con propuestas que facilitaran y abrieran nuevos espacios de inversión.
La izquierda y el progresismo han insistido con razón en que el crecimiento no basta para resolver los problemas sociales. Está demostrado que tasas de crecimiento altas pueden incluso profundizar los niveles de desigualdad y producir un deterioro grave en el medio ambiente. Crecimiento no es igual a desarrollo.
Un alto crecimiento no es suficiente para generar progresos que alcancen a la mayoría de la población. Es, sin embargo, una condición indispensable. El bajo crecimiento afecta negativamente el empleo y los salarios reales, debilita las finanzas públicas y hace mucho más difícil el combate en contra de la pobreza.
La recuperación del crecimiento debe ocupar un lugar muy relevante en la agenda del próximo gobierno. Éste es el punto fuerte de la candidatura del expresidente Piñera. Sin embargo, hasta donde se conocen, sus propuestas para conseguirlo son poco novedosas. No se condicen con la aceleración del cambio tecnológico y la emergencia de una nueva economía.
El impacto de las nuevas tecnologías es brutal. La digitalización, la robotización, el big data, la inteligencia artificial producen transformaciones disruptivas. Todo está cambiando: el consumo, la distribución, las formas de producir, el funcionamiento de los mercados; las empresas aparecen y desaparecen a gran velocidad; las estructuras de costos sufren cambios abruptos y alteran radicalmente la competencia.
Es fundamental insertarse en ese proceso. La innovación es crucial. No podemos seguir produciendo lo mismo y de la misma manera. Hay que avanzar en la transformación productiva. Para ello no basta con una macroeconomía ordenada. Se requiere una estrategia orientada por una visión de futuro concordada entre los diferentes actores. El mercado no provee esa visión. El Estado es insustituible. Hay que generar una articulación virtuosa entre Estado y mercado, una alianza estrecha entre sector público y sector privado que ponga en el centro la innovación y el desarrollo productivo. Para cumplir ese papel el Estado tiene que modernizarse para ejercer un liderazgo participativo y persuasivo, ágil y eficaz, no burocrático. Con el actual no se llegará muy lejos. No pueden existir dudas acerca de la importancia de recuperar el crecimiento. El debate es cómo hacerlo y para ello hay que comenzar innovando en las propuestas. Gran desafío para la centroizquierda.
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