¡Que gane Chile!




Y llegó el día de las elecciones primarias. Después de varias semanas de campaña, franja electoral y debates -algunos francamente para el olvido-, hoy sabremos quién es el candidato único del Frente Amplio y Chile Vamos para los próximos comicios presidenciales. La verdad sea dicha, existen pocas dudas sobre el resultado que conoceremos por la tarde; y tanto Beatriz Sánchez como Sebastián Piñera deberían ser proclamados como los respectivos vencedores.

Sin embargo, y nunca debiendo descartar por completo la posibilidad de una sorpresa, lo que se juega hoy tiene menos que ver con el resultado y más con otra variable que puede impactar de manera muy significativa a quienes son protagonistas de este proceso, como también a los otros partidos que observan desde sus casas. Me refiero, obviamente, a la participación electoral.

Para el caso de Chile Vamos, teniendo como referencia las 800 mil personas que participaron la vez anterior, sería un revés el bajar de dicha cifra. De hecho, y salvo declaraciones de última hora -cuyo propósito es justamente contener las expectativas- fueron los propios dirigentes del piñerismo quienes se pusieron la meta de un millón de electores. Y la cifra no es casual. No solo es importante dotar de evidencia empírica al triunfalismo que rebalsa en dichas filas, sino también contrarrestar la incidencia de los bolsones electorales que se le presumen a Ossandón. Cualquiera sea el caso, las dudas que se han generado en las últimas semanas alentarán la conducta del "voto útil", perjudicando de manera significativa la votación de Kast.

El Frente Amplio tiene un desafío similar, aunque con una diferencia importante. Salvo que tomemos como referencia esa votación "por internet", cuya convocatoria y estética no superó el estándar escolar, se trata de una fuerza política sin historia en este tipo de procesos. A primera vista, podría pensarse entonces que cualquier cifra es aceptable. Sin embargo, una participación que no se acerque a la mitad de lo que convocarán sus contrincantes hoy, echa por tierra dos importantes supuestos de su relato. El primero, que se trata de una fuerza política con vocación de poder, que dejó la estrategia testimonial y que pretende presentarse como una alternativa viable a la Nueva Mayoría. Lo segundo, es que detrás de su discurso subyace la promesa de que es posible reencantar a un conjunto de ciudadanos, especialmente jóvenes, que hace muchos años se marginaron del proceso electoral.

De esa manera, el silencio de Goic y la comentada frase de Guillier no fueron casuales ni improvisadas. Una baja participación en las primarias podría atenuar el bochorno que para la Nueva Mayoría significó quedarse fuera de esta competencia, dando la sensación térmica -aunque solo sea eso, una sensación- de que todavía tiene algo que mostrar. Si por el contrario hoy asistimos a una votación que en total supere el millón y medio de personas, comienza a escribirse para el oficialismo la crónica de su muerte anunciada.

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