Raya para la suma




Más allá de las auspiciosas cifras y del cumplimiento de metas que eran difíciles de alcanzar, el gran aporte del gobierno de Sebastián Piñera fue haberle dado músculo, contenido y sangre al concepto de alternancia. El solo hecho de haberla hecho efectiva enriqueció nuestra democracia y permitió al país cerrar el círculo que se inició en 1990.

Al margen de las apreciaciones sobre su gobierno, fue bueno que Sebastián Piñera gobernara. Lo fue para el país, para la institucionalidad política y, dentro de todo, también para la derecha. En cada uno de estos aspectos, el Mandatario sentó estándares concretos de comparación que van a ser útiles en el futuro. Hasta Piñera la lógica de la política chilena estuvo muy secuestrada por los fantasmas del pasado. El temor o el afecto que esos fantasmas tóxicos justificó durante mucho tiempo eximentes, incompetencias y errores. De aquí en adelante, en cambio, ya no va ser tan así. Los gobiernos van a calificar ya no porque no hay otra opción o por la racionalidad del mal menor. Van a calificar en función de sus propios resultados. Siendo así, deberíamos avanzar a una política con menos subterfugios y más higiénica.

Lagos, Piñera

A su modo, al Presidente Piñera le correspondió hacer desde la derecha lo mismo que el Presidente Lagos hizo desde la izquierda: probar que su sector podía gobernar sin que el país ardiera por los cuatro costados y sin mayores traumas institucionales. Dicho así parece fácil y parece poco. Pero no lo es. Era fundamental, imprescindible incluso, que Chile fuera gobernado por una izquierda sensata y ese fue el gran desafío del Presidente Lagos, 30 años después de la caótica experiencia de la Unidad Popular. Lo mismo cabe decir de la experiencia de Piñera. Era fundamental, era imprescindible, que la derecha rindiera el test de probidad democrática después de sus largos años de meridaje con el régimen militar.

De más está decir que ninguna de las dos experiencias fue una taza de leche. El gobierno de Lagos a veces sometió a las instituciones a una presión (MOP-Gate, sobresueldos y el SII) de contornos impropios. Piñera hubo de bancarse la deserción de las responsabilidades políticas que le cabían a la Concertación el año 2011 y eso generó, en medio de ese carnaval de populismo, un vacío de poder enorme. Los dos gobiernos, sin embargo, terminaron bien y de una manera u otra Chile mató las dos veces el chuncho de los malos presagios. El resultado es que ya estamos en régimen y que hoy en Chile todos pueden ser gobierno.

Nunca tienen buen pronóstico los países donde el gobierno está vedado de antemano a un sector ciudadano. Por eso, entre otras cosas, Argentina va a seguir complicada por mucho tiempo. Y por eso el horizonte de naciones como Venezuela o Bolivia, donde la alternancia no está en la cabeza de nadie, va a seguir expuesto a a la inestabilidad.

Con Piñera, por lo demás, Chile completó el círculo. El país no sólo siguió avanzando, sino que la alternancia tuvo derivadas especialmente estimulantes para el empleo, el crecimiento económico y algunas modernizaciones del aparato público cuyos frutos ya se han visto o se van a ver en los próximos años.

Bien y no tan bien

A lo mejor hay que contraponer el gran logro de la administración -el manejo de la economía- con la falta de resultados (a la altura de lo que se esperaba, claro) en materia de seguridad ciudadana. Ahí sigue habiendo un vacío que no es sólo del gobierno, sino del Estado chileno. Es cierto que los temas de criminalidad y los brotes de extremismo que se observan en La Araucanía no se resuelven con recetas fáciles y que suponen mucho más inteligencia y coordinación de los poderes del Estado. Pero la complejidad es una pésima excusa para dejar las cosas como están. Son demasiadas clavijas las que están sueltas y no todas corresponden a la pobreza, a Interior, al Ministerio Público o a los jueces. También aquí entran en juego variables policiales que las instituciones tendrían que entrar a evaluar con más rigor y objetividad.

El futuro de la derecha

Donde el balance de Piñera es más difuso es en el legado que deja al sector. Es cierto que Piñera le dio a la derecha un estándar que rompió sin mayor anestesia con l'ancien régime. Era necesario hacerlo, aunque queda la duda si la mejor manera de desmarcar posiciones era haciendo estallar una granada -la de los "cómplices pasivos"- dentro del gabinete y de su propio referente político. Pero fue lo que el Presidente hizo y está bien: ya pasó. Hay ahí un capital para el futuro. Convengamos, sin embargo, que esta vez sirvió de poco. Después de todo, aquí hay un gobierno bastante exitoso que sin embargo no logró continuidad. Por otro lado, hoy el sector es menos de lo que era el año 2010 y los dos partidos muestran heridas de consideración. La UDI, porque quedó sin liderazgos y experimentó pérdidas fortísimas en la parlamentaria. RN, porque ha estado desgarrándose y muchos siguen viendo a la colectividad a punto del desbande.

Aunque para la derecha nada de esto es muy auspicioso, la verdad es que sí comporta lecciones. Una de ellas es que es distinto el pensamiento utópico ortodoxo del manejo del país real. La crítica en cuanto a que Piñera gobernó con ideas que no eran de derecha tiene mucho de injusta, de partida porque si Piñera fue elegido fue precisamente porque no representaba la quintaesencia del político derechista.

Es cierto que La Moneda -con ese cándido primer gabinete de gerentes espléndidos, encabezado por un ministro del Interior que les hacía el asco a los señores políticos- descuidó durante demasiado tiempo las variables políticas asociadas a la función gubernativa, pero los partidos de la Alianza deberían ser honestos y reconocer que tampoco lo hicieron mejor. El déficit político fue del gobierno y de todo el sector. La comedia de equivocaciones que protagonizó la derecha desde el hundimiento de la candidatura de Golborne lo prueba y dice mucho de la miseria, del oportunismo, de la falta de grandeza en que la derecha puede incurrir por no tener partidos fuertes y un mínimo espíritu de cuerpo para contener y disciplinar los personalismos.

Hoy todos coinciden que el Presidente va a seguir siendo un actor decisivo en el sector. Piñera es un político mucho más duro de lo que se supone y tiene una capacidad de sobrevivencia que ya la quisiera Robocop. En términos de capital político, de aprobación pública, no hay figura que se le compare en la derecha. El problema, sin embargo, entre otras cosas porque sería pésima noticia entrar al tobogán de los caudillismos, sigue estando en los partidos. Ya se vio que sin partidos no hay manera de mover las agujas del compromiso y de las emociones ciudadanas en el presidencialismo chileno. Vaya ironía: la derecha comienza a tomarle el peso a esta evidencia precisamente en momento en que el futura administración de Bachelet pareciera empeñarse en olvidarla.

Cuatro años después del ingreso de Piñera a La Moneda está fuera de dudas que gobernar no es sólo hacer las cosas bien. Gobernar también es convencer y entusiasmar al resto respecto a que nadie ni de lejos podría hacerlas mejor.R

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.