Recuento de mitad de año
Me piden del diario un resumen de fin de año. "De mitad de año", respondo. El periodista no entiende. Me repite. Le repito. Bueno, fin de año para ustedes y mitad de año para nosotros, los mapuches. ¿Para qué discutir? Los mapuches, al menos los muchos que conozco, poco y nada se complican con estas cosas. "¿Vas a celebrar la Navidad?", me pregunta una colega del suplemento Tendencias de La Tercera. Por supuesto, le respondo, con regalos, pan de Pascua y cantidades industriales de cola de mono. Mi hija, de nueve años, no me perdonaría jamás hacerme el leso. Como tampoco nosotros, con mis hermanas, hubiésemos perdonado a la Jacinta, nuestra madre, que de chicos siempre nos regaloneaba en estas fechas.
Sí, muchas familias mapuches celebramos la Navidad. Y en lo personal, Año Nuevo, San Sebastián -son legendarios en Ragnintuleufu los torneos de fútbol rural cada 20 de enero- y cuanta fiesta foránea se me cruce por delante. Si, lo sé, soy un promiscuo cultural, pero eso ya lo saben mis lectores. Y sobre todo mis lectoras. No soy un bicho raro, aclaro. Los mapuches, si por algo nos caracterizamos, es por poseer aptitudes interculturales únicas. Lo demuestra precisamente el fin de año (de ustedes), que para nosotros es el inicio del Walüng, el tiempo de recogida de las cosechas, tiempo de nguillatún y kamarikún, tiempo de kelluwün y de mingako, tiempo de agradecer, de reunirse y de compartir.
Junto a las fiestas chilenas, propias del calendario católico, diciembre para los mapuches también es un mes de ceremonias y festejos. Sin ir más lejos, a tres nguillatunes y un ngeikurewen, cambio de rewe, estuve invitado este fin de año (de ustedes). En uno de esos nguillatún, en Huilio, más de dos mil mapuches se reunieron para agradecer a la tierra su generosidad. "Por primera vez muchos peñi y lamngen evangélicos han entrado a la ceremonia", me contó José Ancán, mi anfitrión, en el breve rato que pude pasar a saludarles.
Eran miles en Huilio. Y traían al presente, a campo abierto, una ceremonia de siglos. Lo mismo en Carahue, en Quillén Alto, donde asistí con toda mi familia invitado a la bella ceremonia donde el peñi Víctor Caniullán renovó su newen y compromiso como machi. Cultura e identidad ancestral mapuche, a la vena.
Somos un pueblo intercultural, qué duda cabe. ¿Si existen mapuches que se niegan a celebrar fiestas foráneas? Por cierto, tenemos una identidad pero no somos idénticos, cosa que se agradece, ya que somos un pueblo y no precisamente un regimiento. Los hay, sobre todo en el activismo, que por definición siempre ve las cosas más en blanco y negro. Pero insisto, la mayor parte de los mapuches conviven en los dos códigos culturales: el propio y el chileno. Y lo hacemos a diario, cosa que nos diferencia del chileno monocultural y monolingüe, también llamado por mi abuelo como "monosapiens-sapiens". Ya sospecharán el origen de mi humor negro.
Los mapuches somos abiertos al cruce cultural, al sincretismo, al intercambio y a transitar de un lado al otro del Biobío sin mayor complicación. ¿Por qué al chileno le cuesta tanto hacer el recorrido inverso? Tal vez esta sea la gran pregunta que nos deja el 2014 que termina (para ustedes). Las razones, por cierto, son diversas. "El peso de la noche", me comenta un amigo vía Twitter. Y vaya si tiene razón. Existe un antiguo régimen que se niega a desaparecer. Un estado de cosas que se arrastra desde la Colonia y que tienen a Chile convertido en el país con el estándar de reconocimiento de su diversidad étnica más pobre del continente. Así es. El Chile OCDE, paradójicamente, el más pobre de todos. Da como para ponerse colorado, ¿cierto?
¿Por qué en la discusión de la reforma educacional se habla tan poco de los contenidos educativos? ¿Nos tendremos acaso que contentar los mapuches con recibir, ahora gratis, la misma mala educación, racista y prejuiciosa de siempre? ¿Seguirán los libros retratándonos como cazadores-recolectores o tribus de salvajes buenos para nada que "fueron" pero ya no "son"? ¿Y si de una vez por todas al "Desastre de Curalaba" le llaman victoria al enseñarlo a nuestros niños y niñas? ¿Y si reemplazamos a Barros Arana y Vicuña Mackenna por los historiadores Jorge Pinto y José Bengoa? Mejor aún, que sea por Pablo Marimán y Fernando Pairicán, los "Eric Hobsbawm" del Wallmapu, los "Franz Fanon" de nuestra descolonización.
Un pueblo que habitaba entre el rio Biobío y el Toltén. Una broma interna que tenemos con mi hija cada vez que le pregunto por los mapuches, por su gente, por su pueblo, por su nación. "Un pueblo que habitaba entre el rio Biobío y el Toltén", me repite como loro. Créanlo, es casi lo único que le enseñan en el colegio. ¿Y si hablamos en 2015 de educación gratuita, de calidad e intercultural para todos? ¿Y si avanzamos en la oficialización de las lenguas de nuestros pueblos? ¿Y si nos atrevemos a pasar del multiculturalismo light a una política de real reconocimiento de derechos?
El tiempo de lo simbólico fue el 2014. Año de peticiones de perdón, de reconocer la deuda pendiente y de poner, Huenchumilla, varios puntos sobre las ies. Huenchumilla, tal vez el principal acierto de la Nueva Mayoría en dos décadas de políticas indígenas, corrió la línea de lo posible. Y lo hizo con inusitada destreza política y comunicacional. "Somos un Estado, pero un Estado formado por muchas naciones", se despachó el pasado domingo y nada menos que en El Mercurio, el principal promotor de aquella fantasía de la "nación única e indivisible".
Si algo le sobra a Huenchumilla son cuñas para los medios. Y frases célebres. Es el Marcelo Bielsa de los intendentes regionales. Como Bielsa, para Huenchumilla no hay mejor defensa que un buen ataque. Así lo demostró en 2014. Sus conferencias de prensa, verdaderas clases magistrales, plagadas de citas y reflexiones sobre la democracia, el carácter del Estado y la identidad de Chile. En 2015, con cosas concretas, deberá demostrar cuánto pesa realmente como político. En La Moneda, de ministro, esperamos todos. El tema territorial, se ha repetido hasta el cansancio, no puede seguir esperando. Es la herida abierta que sangra.
Mi resumen de mitad de año: existen dos Chile. Uno anclado en el siglo XIX y otro que tímidamente reclama su lugar, con Huenchumilla como principal estandarte público. Clarísimo quedó hace pocos días, con el desvío de los vuelos en el Aeropuerto de La Araucanía, medida tomada por la DGAC ante la realización de un nguillatún en el sector de Trapilhue, cercano al terminal aéreo. Mientras El Mercurio en su editorial se preguntaba, alarmado, a dónde llegaría Chile con este "tratamiento de excepción" dado a los mapuches, pilotos de Lan y Sky recibían hasta aplausos de sus pasajeros al anunciar que sus vuelos serían desviados "por respeto a una ceremonia mapuche". Lo mismo el Intendente, que respaldó desde un inicio la histórica medida.
Esto último me lo contó un pasajero, a poco de aterrizar en Freire. "Pedro, Chile está cambiando", me dijo, emocionado. Brindemos entonces por ello este fin de año. O mitad de año, como usted prefiera. El orden de los factores, cada día que pasa, alterna cada vez menos el producto.
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