Responsabilidad personal en una dictadura




"La triste realidad es que la mayoría del mal es causado por gente que nunca se decide a hacer el bien o hacer el mal", escribió Hannah Arendt poco antes de morir (en 1975). La frase resume del más famoso trabajo de esta filósofa, el reporteo del juicio al ex coronel de la SS Nazi Adolf Eichmann. En 1961 Eichmann fue juzgado por haber sido el encargado de coordinar los trenes nazis por toda Europa, es decir, el transporte a los campos de concentración y exterminio. Fue esta experiencia, y su reporte también de los juicios de otros nazis,  lo que llevó a Arendt a concluir que la mayoría no eran malos, ni pervertidos, ni sádicos, sino que fueron personas "terroríficamente normales" quienes cometieron crímenes atroces.

<em><strong>El reporte de Arendt desencadenó un diluvio de acusaciones en su contra,</strong> ya que muchos interpretaron su perspectiva como una defensa a Eichmann. <strong>Arendt se vio obligada a explicar mejor su visión,</strong> reflexionando directamente sobre el tema de la responsabilidad personal cuando se es parte de una dictadura, y muy particularmente, sobre la responsabilidad de aquellos civiles que nunca mataron a nadie pero fueron parte activa del régimen (como fue el caso de Eichmann, quien "nunca mato a nadie" y "no tenía nada en contra de los judíos.")</em>

Su conclusión es más aterradora que la teoría del monstruo sádico. Observa Arendt que el mal totalitario es cometido en el día a día de manera banal, trivial, hasta con indiferencia. El mal es tarea cotidiana de seres humanos irreflexivos, cuyo mayor problema es que nunca se atrevieron a juzgar lo qué hacían, o como eso estaba conectado con los crímenes más atroces.

¿Cómo podemos juzgar, entonces, a esa gente?

Lo primero que señala Arendt es la urgencia de dejar de lado la excusa de la culpa colectiva,  refiriéndose a teorías de "decadencia moral" o "fraccionamiento social" que explicarían los sucesos de la historia con fuerzas que escapan a la libertad humana. En la práctica, dice Arendt, esto no es más que una manera de excusar a los que realmente hicieron algo, porque donde todos son culpables nadie lo es.  Podemos reflexionar sobre el contexto y aprender de él, pero al final del día cada uno es responsable de lo que hizo o dejo de hacer.

Lo segundo que debemos mirar con suspicacia es la teoría del engranaje. Esta teoría nos dice que las personas "utilizadas por el sistema" no son más que piezas del engranaje que es una dictadura. Cada pieza es prescindible sin que cambie el sistema y por lo tanto la responsabilidad personal de quienes la hacen funcionar es algo marginal, ya que el resultado es siempre el mismo. En efecto, en una dictadura suelen ser muy pocos quienes toman la mayoría de las decisiones. ¿Quiere eso decir que nadie más que el líder puede considerarse personalmente responsable?

Para Arendt la respuesta es un claro no. Lo cierto es que son las pequeñas piezas del engranaje las que sostienen los grandes crímenes; y sin esas piezas –funcionarios civiles y militares varios- una dictadura no puede sobrevivir. Nadie, por fuerte que sea, puede lograr matar a 3,000 personas sin la ayuda de otros. Si esos otros no están disponibles la dictadura se cae.  Y si bien ese otro podría en teoría ser cualquiera, la cosa es que no fue cualquiera, sino alguien.

Arendt reconoce que es difícil señalar la responsabilidad concreta que corresponde a esos "alguienes" que nunca dieron ordenes directamente criminales pero desempeñaron pese a todo un rol importante en dictadura; legitimando el régimen que cometió los crímenes, guardando silencio y tolerando cosas pese a estar en condiciones de denunciarlo y/o defendiendo la continuidad de ese régimen. En cualquier dictadura esta gente suele no haber matado nunca a nadie, ni haber sido testigo directo de la muerte o tortura de nadie.

Arendt propone empezar por preguntar: "Y porque, si es Ud tan amable, se convirtió en una pieza del engranaje o siguió siéndolo una vez que se encontró siendo parte de él?"

La respuesta más típica es "obedecía órdenes". Sin embargo, Arendt considera que la obediencia es sencillamente imposible pasado prekinder. "Un adulto consiente allá donde un niño obedece", escribió Arendt, "si se dice de un adulto que obedece, lo que hace es apoyar la organización, autoridad o ley que reclama obediencia." Para la autora, incluso en el caso más extremo, en que alguien te apunta con un arma y te dice: "mátalo o te mataré", te está tentando, y eso es todo. Las circunstancias servirán para que podamos juzgar tus actos, sin duda, pero la libertad humana no es posible de eludir. La única pregunta con sentido que podemos hacernos si estamos dispuestos o no a pagar su precio.

Solo quien está consciente de esto, de lo inescapable de su libertad, puede rechazar la tentación  del mal. No necesariamente a oponerse con todas sus fuerzas y convertirse en mártir, pero al menos tener la disposición a resistir el mal. O en el peor de los casos, a sentir remordimiento por haber elegido un mal, a ser consciente de su responsabilidad.  Al contrario, cuando el mal se asume como obligación, cuando no provoca remordimiento alguno, cuando sus consecuencias se olvidan tan pronto como se cometen, ahí las posibilidades del mal humano carecen de límites.

Y he ahí se desprende la principal observación de Arendt: <b>la mayoría de quienes participan de una dictadura rara vez se decidieron a hacer el mal, sino que son personas que fueron incapaces de oponer su propio juicio frente a lo que se les presentaba como "los hechos de la historia", "el precio a pagar" o "el deber patriótico", etc.</b>

"Juzgar" -palabra que a propósito he usado incansablemente en esa columna- es la clave. Juzgar es tener consciencia de nuestros propios actos y sus consecuencias. Pensar nuestras acciones desde el punto de vista de otro, y evaluar si estamos dispuestos a vivir con las resultados. Juzgar es una manera de pensar, pero es más bien activa ya que evalúa nuestro actuar en el mundo. Juzgar no es tarea de los más inteligentes ni de los más educados, es la tarea de todo ser humano que sabe que tiene que convivir consigo mismo y más le vale asegurarse que esa persona no sea un criminal. Se puede renunciar a juzgar, pero no se puede renunciar a esa convivencia con uno mismo, por eso que para Arendt juzgar no es tanto un deber por el bien común, sino sobre todo un deber de protección de la propia dignidad (lo mismo, el pedir perdón).

Arendt considera una segunda respuesta a la pregunta ¿Por qué apoyó una dictadura?: El argumento del mal menor. Esta respuesta es más común en civiles, quienes presentan todo lo bueno que hicieron en sus cargos como excusa para dejar pasar el mal que otros hicieron en otros cargos. Los "excesos" no solo no eran parte de su trabajo, sino que son la contracara de un montón de "bien" (del cual ellos estaban a cargo, usualmente).

La falacia, dice Arendt, es que quienes eligen el mal menor rápidamente olvidan que están escogiendo un mal. Lo que hizo esa gente no es distinto del que siguió órdenes: renunciaron al juicio sobre sus acciones ya que se negaron a pensar en el precio que se estaba pagando. Se concentraron en sus actividades inocuas sin juzgar como ayudaban, reproducían y legitimaban a la organización que cometía un mal que, en estos casos, ningún esfuerzo de la imaginación podría llamar "menor".

Y aún más, esas personas –civiles con cargos alejados del "mal"- difícilmente se encontraron en la situación extrema en que la opción es "matas o te mataré." La mayoría tuvo numerosas oportunidades de evitar estar involucrado, de renunciar a su participación. Pero parece ser que incluso cuando hay muy poca gente que estuviera plenamente de acuerdo con los crímenes, habían suficientes disponibles para mantener en pie la organización que los cometía. Algunos incluso se ofrecieron. ¿No podemos, acaso, juzgarlos por ello?

La respuesta de muchos ha sido no, "no podemos juzgar". Podemos hablar de crímenes cometidos en dictadura mientras se critique globalmente la historia y se haga hincapié en "el contexto", pero reprochar a algún participante en concreto, sobre todo si ese alguien no torturó ni mató directamente a nadie, es fuertemente criticado.

Señala Arendt que detrás de esta reticencia a juzgar personas normales cómplices de males atroces se oculta el secreto temor de que uno en el lugar del otro habría hecho lo mismo. El otro problema es que la mayoría de nosotros no tenemos referencias en nuestra vida cotidiana para crímenes amparados y ordenados por el estado. Además, son crímenes para los cuales es increíblemente difícil pensar en un castigo adecuado. Por un lado el mal es tan absoluto, grande y total que ningún castigo podría repararlo. Por otro lado hay gente cuya participación fue tan absurdamente banal que parece igualmente absurdo castigarlos por simplemente dar comunicados de prensa, o manejar helicópteros, o coordinar trenes….

Pero nada de eso debiera detenernos, dice Arendt. ¡Si nos negamos a juzgar estamos cometiendo precisamente el error que cometieron ellos! Si algo hemos aprendido de las dictaduras es que nada es más peligroso que no juzgar. Incluso si no se puede pensar en un castigo adecuado, y sobre todo si creemos que en el lugar del otro podríamos haber llegado a hacer lo mismo, es nuestro deber juzgar. Debemos preguntar ¿Por qué apoyó? Y también ¿Por qué siguió apoyando?  Debemos juzgar si esas acciones fueron buenas o malas, si deberían haber sido distintas. Y sobre todo, debemos juzgar si esas personas merecen o no seguir siendo parte de la vida política de nuestra sociedad.

Cuando se trata de una dictadura, dice Arendt, solo quienes se retiraron por completo de la vida pública y rechazaron cualquier tipo de responsabilidad en el régimen  pueden evitar responder por su responsabilidad. El resto siempre tendrá explicar su decisión de ser parte de un "engranaje" criminal, incluso si no podemos acordar un castigo y sobre todo mientras pretendan seguir teniendo cargos de responsabilidad.

Responsibility and Judgment (colección de ensayos)

Esta columna es ciertamente mi propia lectura de la filosofía de Hannah Arendt. Alguien podría tener otra lectura, pero lo dudo. Más probable es que se me acuse de no tener ninguna idea original si no copiarle todo a Arendt. Por si queda alguna duda aclaro: todo lo escrito aquí fue antes dicho o escrito por Hannah Arendt (Las traducciones de sus citas textuales son mías, del texto original en Inglés, excepto en el caso de "Eichmann en Jerusalén")

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