Sabingo: La tele del fin de semana




La televisión del fin de semana es algo peculiar. Salvo el prime time del domingo, donde hace tiempo se ha declarado una batalla sangrienta, el resto de las horas de transmisión no parecen importarle mucho a nadie al punto de que se podría intuir que los canales han renunciado a pensar qué programar el sábado y el domingo.

Esa renuncia es entendible, pero también supone una suerte de languidez y falta de imaginación, de abandono; algo que traduce colocando en pantalla cualquier cosa sin demasiado criterio ni orden, casi siempre todo lo que sobra o lo que está fondeado en sus bodegas o archivos. Caben así documentales de la BBC buenísimos, series compradas sin un público objetivo, proyectos aprobados con fondos públicos, programas campesinos musicalizados con charango, cápsulas donde alguien recorre Chile para mostrar sus maravillas o simplemente algún reportaje reciclado de una década anterior donde todos los entrevistados lucen distintos, salidos de ese universo paralelo que es el pasado.

Eso queda claro al ver Sabingo, que Chilevisión pone al aire los sábados y domingos después de almuerzo. Más allá de su desafortunado nombre, el programa es la continuación de Sin vergüenza, un show que se empezó a programar hace años con el objetivo de darle cabida a figuras como Karol Dance o Carolina Mestrovic. Sin vergüenza era barato e improvisado y servía para que los talentos surgidos en Yingo no pudiesen huir a otros lados. Ahí Rodrigo Salinas se volvió notero, mientras se exhibían compilaciones de YouTube, imágenes de ovnis y fantasmas, cámaras escondidas pirateadas de mil lados distintos y repeticiones de Kramer o de algún humorista del Festival de Viña.

Originalmente conducido por Mestrovic y Julio César Rodríguez (que fue reemplazado por Juan Pablo Queraltó y ahora por Andrés Caniulef), Sabingo repite al dedillo el mismo esquema: notas sueltas enlazadas casi al azar, privilegiando un tono magazinezco ligero hecho de noticias del corazón y reportajes turísticos de manual. De hecho, basta ver el último programa, donde en poco más de media hora exhibió notas sobre las biografías de Miguel Bosé y Eros Ramazzotti, el agroturismo en Hijuelas, la ruta de las empanadas en Concón, otra sobre las picadas de Santiago como Don Peyo o el Rincón de los Canallas, las aventuras de Rodrigo Salinas en Isla de Pascua (lejos lo más original y divertido), la historia de la señora Crepita de Machalí (ganadora de un premio al mejor charquicán) y de Olga (quien hace dulces en Curacaví). Nada de esto está mal pero no carece de novedad u originalidad.

Solo más de lo mismo. Salvo Salinas, el resto del programa multiplica la sensación de que durante los sábados y domingos solo hay espacio para caminos rurales, artistas del recuerdo y un tedio disfrazado de etnografía gastronómica.

Hay algo frustrante ahí pero también demoledor, porque es en el fin de semana cuando es posible percibir el vacío de ideas de la industria y la atomización del medio. Acá la televisión abierta es una especie de fósil que emite imágenes también fósiles. Están ahí los destellos de lo que la tele chilena alguna vez fue, al modo de un museo improvisado  donde el espectador se mueve por azar y a desgano, esperando tener la suerte de estrellarse con algo interesante.

La ausencia de Sábado Gigante solo subraya dicho abandono pero lo mismo podríamos decir -yendo hacia atrás- de shows como Venga Conmigo u Hombre al agua, por poner ejemplos diversos. Nadie parece extrañar ninguno de ellos pero justamente su vacío (que Sabingo no ayuda a llenar en modo alguno) implica en apariencia la ausencia de estructura o de foco, de alguna fuerza de gravedad sobre la que ordenar la parrilla; pero también el hecho de que los canales no han sabido ofrecerle ideas frescas al espectador en ese horario.

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