Silvio Rodríguez : sin intermediarios




Un fenómeno underground, alternativo, antes que las acepciones quedaran desdibujadas. Vetado en la mayoría de los medios, corría en cintas mal copiadas como banda sonora en dictadura pero, curiosamente, también conquistaba a un público reaccionario. Silvio Rodríguez sigue siendo un caso único en el cancionero latino. Influye para bien -seguidores que le divisan como guía-, y para mal mediante imitadores burdos y descafeinados, desde Ricardo Arjona hasta Ismael Serrano. Ajeno, el cubano se mantiene en un carril donde solo cabe su voluntad y autonomía, quizás la mayor conquista de un artista. El miércoles, en la primera de tres noches en el Movistar Arena absolutamente copado (jornadas agotadas que culminan este sábado), Silvio Rodríguez dedicó, con escasas excepciones, hora y media de concierto a su nuevo álbum Amoríos que incluyen, según relató, algunos títulos reecontrados. El material oscila entre los ambientes tenues -el suave inicio con Una canción de amor para esta noche, el toque taciturno de Con melodía de adolescente-, y otros ligeramente rítmicos como Tu soledad me abriga la garganta.

La calma se resquebrajó ante el anuncio de la tetralogía Exposición de mujer con sombrero, fechada en 1970, que no figura en la discografía oficial, pero ampliamente difundida gracias a versiones piratas. El público montó el primer karaoke de la noche con Óleo de mujer con sombrero, mientras los restantes cortes de aquella selección contrastan en temperamento y energía con las nuevas composiciones más arrellanadas, en un lenguaje que debe muchísimo al jazz, como suele ocurrir con los músicos cubanos y su impronta académica, que a veces marca una distancia más allá de la necesaria. El Silvio en plena erupción de los inicios resulta emocionante todavía; escudriñar los rastros de un joven músico que a hurtadillas del dogmatismo político de su isla, saboreaba a Los Beatles.

Siguió un bloque irregular con Carta a Violeta Parra ("todos esos Parras son como míos", proclamó), para luego dejar el escenario a Isabel y Tita Parra acompañadas solamente de un guitarrista, en una pasada que finalmente no conectó demasiado con el resto del espectáculo.

El último tercio cumplió con las expectativas del seguidor que espera le sirvan aquellos títulos que moldearon la juventud como El mayor, La maza, Quién fuera, El necio, La era está pariendo un corazón y Ángel para un final. En el bis, el astro caribeño sacó una cámara y le pidió a las 12 mil personas que sonrieran. A cambio cantó La gota de rocío y finalmente Santiago de Chile -"ciudad acorralada por símbolos de invierno"-, en un nuevo abrazo con este cantante que, como ninguno, se hizo regalón eterno de este pueblo sin intermediarios.   

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