Simce, currículum y espiritualidad




Publicados los resultados del SIMCE 2016, es clave advertir señales de avance en equidad para el caso de la enseñanza básica, así como importantes desafíos aún pendientes en la enseñanza media. Con todo, y en vistas de la renovación las bases curriculares del 3º y 4º medio, es necesario advertir que una calidad de educación no puede ser monopolizada y arrebatada por mediciones cuantificables.

La calidad educativa que buscamos, lo cual determina toda la vida escolar y no sólo su fase final,  exige la pregunta por la formación integral. Dicha pregunta dice relación con el tipo de escuela, de docencia, de sociedad y de persona que la comunidad nacional en su conjunto defina, de cara a su propia historia, sus crisis, sus tradiciones, promesas y temple espiritual.

No se trata de renunciar a la funcionalidad de los instrumentos e indicadores, pero es claro que la integralidad de la formación humana - y que según la LGE (art 2), es horizonte de toda escuela-, implica aspectos no medibles que son igualmente importantes. Por eso creo que el currículum escolar debe ser reflejo de lo que los estudiantes necesitan de cara al siglo XXI. La atención de la dimensión espiritual de los estos es un camino propicio para el desarrollo de proyectos vitales (que no es lo mismo que individuales: un camino personal pleno lo es en tanto que busca el bien común), junto a la cohesión de saberes, formación del talante ético y construcción de una ciudadanía fraterna, plural, corresponsable y trascendente. Para eso se necesita, nuevamente educar para un "temple espiritual" (que no es lo mismo que etéreo), sino de traspasar la inmanencia de la auto-referencia.

En la propuesta de las bases curriculares para el 3º y 4º medio se consideran las clases de religión. Si bien no se analiza su relevancia, es de destacar la historia de la vida creyente, que invita a "trascender" -incluso hasta el encuentro personal con la plenitud como es el caso del cristianismo- los egoísmos de la ambición económica, cual diosa inmanente capitalista; a mirar al otro como presencia del Otro, tal como nos enseñaba el padre Hurtado; a superar la inútil y resentida rivalidad de clases; a considerar al que piensa distinto o al infinitamente pequeño y  no nacido, como hermano; o a trascender la libertad como chipe libre denostando al Estado como intervención contra-natura y asimilar la responsabilidad por el otro como debilidad. Una religión bien educada, procura espiritualidad a los ciudadanos y eleva la mezquindad de una política mal entendida.

Se trata de elevar las mediciones cuantitativas, usualmente vinculadas a una competitividad excluyente, con una espiritualidad que verdaderamente procura mirar al prójimo con autenticidad de corazón.

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