Spiritualized: mejor ponte la ropa




Cada vez que se habla y escribe de Spiritualized se gastan líneas dedicadas al uso y abuso de las drogas del líder y único miembro estable del reputado grupo británico, Jason Pierce. El asunto parece ser un medio y un fin en su obra, tema persistente en cada entrevista. Y la verdad es que todo ese barullo sublima lo que realmente importa, la música. Que consuma narcóticos como caramelos, si tiene consecuencias artísticas concretas en el actual capítulo de su carrera, es cierta chatura, una comodidad aburrida, una propuesta de apariencia trascendente, sin embargo fallida en su intención de conmover. El jueves por la noche se presentó en el Teatro Municipal de Santiago con asistencia casi completa como parte del ciclo S.U.E.N.A., con el proyecto Spiritualized Acoustic Mainlines. Allí traslada a formato desenchufado sus canciones mediante un cuarteto de cuerdas, un tecladista, que además toca armónica, y un coro femenino de cuatro integrantes. En total, una decena de músicos en escena distribuidos homogéneamente, la mitad vestidos de blanco, los otros de negro, lindo detalle, aun cuando otras encarnaciones de esta alineación han tenido el doble de intérpretes en directo.

Pierce, que logró recuperarse con drogas experimentales de una severa falla hepática hace un par de años, canta con la energía de un convaleciente, a la vez que insiste en un carácter litúrgico como eje del espectáculo. Señor, Jesús, amén y alma son algunos de los tópicos que figuran en sus títulos y letras, parte del andamiaje que insinúa una experiencia religiosa. Pero si el góspel es una de sus intenciones más notorias, las gratas armonías transitan por canciones carentes de la sangre, el vértigo y el espíritu encendido de aquella música con fines cristianos. Los resultados se acercan más a la pasividad de un grupo de parroquia, de pálido cometido, refugiado en composiciones de pocos acordes y medios tiempos de muy escasas variables.

Spiritualized no logró mayor comunión en el Municipal, sino aplausos respetuosos y un poco más efusivos hacia el final, tras algo más de una hora de concierto, de fanáticos que por cariño y respeto soslayaron que las canciones de Jason Pierce son mucho más atendibles con ropaje sónico de alto voltaje. Desnudas, reducidas a una espiritualidad endeble, el encanto disminuye de manera radical.

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