The Switch: La fiesta triste
Lo mejor de RuPaul's drag race, el programa de transformistas que en Latinoamérica transmitió el canal VH1, siempre fue la posibilidad de unir la visibilización de los espacios de los ciudadanos transgénero con un inesperado aire de fiesta; como si cada episodio fuese capaz de doblar el formato apretado de la competencia (esa mecánica perfecta que impuso alguna vez Project runway) para volverlo quizás el eco de una discoteca llena de luces donde los participantes brillaban como estrellas de la noche. Aquello era divertido pero también contundente: las drag queens no solo eran amas y señoras del arte de construirse a sí mismas y la identidad que querían proyectar, sino también heroínas que eran capaces de encontrarse en esa ficción que podía ser la pista de baile.
Anoto esto porque el show de RuPaul puede lucir como el referente principal de The switch, de Mega, pero no es así. Mal que mal, por más que el canal privado haya comprado la franquicia, el programa -donde se busca al "mejor transformista de Chile"- es en realidad una versión más o menos extrema de The voice donde lo que cuenta es, antes que el baile y los artificios del maquillaje, el drama humano explotado de la peor forma posible. No exagero: si respecto a Botota Fox (una de las drags chilenas más famosas) Karla Constant es capaz de decir que "antes de morir le prometió a su madre ser un artista famoso, para ganar dinero y sacar a su familia de la pobreza", las cámaras no vacilan en mostrar cómo un ex pastor evangélico de Valparaíso deja flores en el mar en homenaje a un hijo fallecido para presentarlo luego en el tribunal donde tramita el divorcio con su ex mujer.
Es ahí donde quizás la ausencia de originalidad pesa porque hace que eclosione la moral determinista y clasista que el canal patentó gracias a programas como Cara y sello. En ese sentido, el show está subordinado a estos relatos más que al mismo concurso, por más que se agreguen niveles de dificultad por medio de una competencia de canto que tiene jurados inexplicables como Patricia Maldonado o Juan Pablo González. Pero aquello funciona: como The voice, The switch es un concurso de talento que sirve como excusa para explotar las historias de pobreza o discriminación de sus participantes. Eso hace que el problema de The switch sea un asunto formal: en realidad se trata de varios programas en uno donde lo más relevante (la competencia como una puesta en escena de la transformación y búsqueda de identidad de los concursantes) es en realidad algo subordinado a un tono exploitation que normaliza la diferencia de género, en aras de inspeccionar la supuesta extrañeza de las vidas de los concursantes.
De este modo, en medio del actual debate público sobre la visibilidad y los derechos de los ciudadanos LGBT, Mega exhibe solo lo superficial, gracias a que actúa con prejuicios de hace una década atrás. No es raro porque quizás aquello representa la distancia de la tele abierta en relación a un presente donde en Youtube, un webshow como Amigas y rivales (donde un grupo de drag queens pelean y se destrozan alegremente en el backstage de la discoteque Fausto) lleva un buen rato tocando los mismos temas con un humor feroz y destemplado. Amigas y rivales tiene todo lo que a The switch le falta: la honestidad y empatía del lenguaje real, sentido de la autoparodia. Quizás Mega no tenía que saquear ideas de C13 o buscar franquicias extranjeras que avalaran su propuesta. Bastaba sacudirse sus propios tics hechos de lugares comunes y moralina noventera; para ponerse a mirar y pensar en el pulso y la lengua de la calle.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.