The Voice Chile: Drama vs. talento
The Voice puede ser una experiencia intensa porque el programa descansa en una clase de incertidumbre que hace rato no veíamos en la tele chilena. Durante 90 segundos, cada concursante canta frente a un jurado que está de espaldas. Nicole, Alvaro López, Luis Fonsi y Franco Simone escuchan aquella voz sin rostro y deciden si lo seleccionan para sus respectivos equipos, donde ellos van a actuar de coaches.
A veces, el concursante debe decidir entre varios jurados. A veces, ningún jurado aprieta el botón rojo y el participante abandona el escenario. Por supuesto, ese minuto y medio que dura la presentación es angustioso. Todo se juega ahí, gracias a la magia de la televisión pues es el momento exacto en que una vida cambia de rumbo y escapa hacia un lugar impredecible; es el momento donde el silencio de los jurados decreta la pena del fracaso total. La cámara enfoca no solo al cantante sino que se concentra en los jurados. Juega con sus miradas, hace primerísimos planos de sus manos suspendidas ante el botón rojo, muestra los modales de sus dudas y la confusión de sus juicios como algo profundo e insondable, acaso el misterio de un arte inesperado.
Gracias a aquello lo que vemos adquiere una intensidad inusitada, muchas veces agónica: en el programa la duda es más importante que la certeza, la incertidumbre más relevante que el talento. Quizás esto se deba a que el show es engañoso. The Voice Chile es antes un show dramático que un concurso de talentos, una colección de relatos de vida antes que una competencia técnica. Así, en cada emisión, el espectador accede a una colección de historias que le dan sentido al programa. Gran parte de ellas son lacrimógenas y televisivamente perfectas. Canal 13 demuestra acá que hace los mejores castings de nuestra pantalla abierta pero también que no teme en explotar sin pudor la vida de los concursantes.
Accedemos así, sin más, a las historias del cantante ciego al que el jurado finalmente no selecciona; a la muchacha que tiene un extraño fetiche con la lana y a su hermana (que al parecer no fetichiza nada); a la pareja que compite por separado; y a la hija del despedido director de un canal de la competencia.
A lo anterior hay que sumarle un jurado que actúa en consecuencia con lo anterior. Mientras Luis Fonsi parece un Luis Jara futurista, Franco Simone se presenta como un crooner crepuscular, Nicole como la estrella cercana a la gente y Alvaro López como un rockero con su carrera en pausa. Todo funciona sobre ruedas. López y Fonsi juegan a pelearse, Simone habla desde el más allá y Nicole aspira a ser la mejor amiga de quienes la eligen. Hay un extraño fiato en todos que quizás provenga de la conciencia de que se trata de un show que depende justamente del espesor climático que cada uno pueda darle al asunto. Aquello vuelve al programa algo divertido pero engañoso pues es capaz de ordenar el delirio y lo camp de nuestra industria para darle un barniz de respetabilidad pop.
Basta pensar en la participación de Luis "Toco Toco" Pedraza, un oscuro integrante de "Rojo" que luego se volvió pastor evangélico y que apareció la semana pasada en The Voice buscando resucitar su carrera haciendo el cover de un superhit de Miley Cirus. Es con esta clase de épica donde el programa de C13 adquiere sentido. La tele devora a la tele y el programa de talentos ritualiza la experiencia hasta volverla un símbolo de superación personal, un mundo que revierte la lógica de lo real para proponerse como un futuro radiante.
El show demuestra, de este modo, que la televisión es algo opuesto a la vida pues sus materiales son los del sueño y delirio, tal y como sucede con Pedraza: su historia es la de muchos, su historia es la de alguien que no se resigna a sumergirse en el olvido y que quiere quemarse, a cómo dé lugar, con los rescoldos de su propia celebridad.
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