Todos somos buitres




Radicado en Nueva York desde 1982, Alfredo Jaar (1954) es el artista chileno con más presencia internacional. Su reconocimiento en el país es no obstante un hecho reciente, siendo Jaar SCL 2006, en la Sala Fundación Telefónica, la primera gran exposición sobre su obra. El año pasado recibió el Premio Nacional de Artes.

Junto a Three Women, montaje fotográfico dedicado a tres mujeres activistas, seduce sin duda El Sonido del Silencio, instalación de 2006 que ha dado la vuelta al mundo.

Entrando a la galería en penumbra, impacta la luminosidad que emana desde una de las caras de un cubo monumental. La estructura es en verdad una pequeña sala de cine a donde se puede ingresar por el otro costado, para encontrarnos nuevamente en la oscuridad, frente a una pantalla, esperando que comience la función.

Sabemos que la obra trata del caso del fotógrafo Kevin Carter, sudafricano que en 1994 ganó el Premio Pulitzer por la imagen de una niña de Sudán que, en completo estado de desnutrición, es observada a cierta distancia por un buitre. Pero lo que conmocionó no fue sólo la foto, sino también la actitud de quien enfocaba. El autor se suicidó al año siguiente.

Jaar construye siempre sus obras, como él dice, desde "un hecho real". África es toda una línea de producción. El continente lo ha subyugado tanto por su belleza como por los agudos conflictos sociales y políticos. En este caso, su crítica ha apuntado más bien a los medios de comunicación, a esa suerte de adormecimiento que causa la hipercirculación de imágenes de horror y a la manipulación de la información desde el poder.

Lo que vemos dentro del cubo, obedece en cierta forma a un documental. Pero no son las imágenes, sino la historia narrada, línea tras línea, en una cadencia poética y dramática, de la vida de Kevin Carter. Como en otras obras, Jaar no muestra abiertamente. Entre la luz y la oscuridad, juega con la seducción de lo espectacular y la ceguera, proponiendo una fisura desde donde palpar el horror sin verlo. Con discreto despliegue tecnológico y pulcritud minimalista, donde cada elemento esta correctamente bien pensado, logra además ponernos en el lugar del observador observado, haciéndonos sentir tan pasivos como pudo parecerlo Kevin Carter. Todos somos en alguna medida depredadores. Más o menos impávidos, buitres que observamos consumiendo esas imágenes sin actuar en verdad. Incluso el artista, pienso, ya que, proponiendo estas experiencias que sin duda nos remecen profundamente y nos hacen pensar, alcanza al mismo tiempo reconocimiento y fama. Sin embargo, ¿logra esto solucionar verdaderamente el dolor de los demás? ¿Logra hacerlo el arte?

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