Trump: ¿Apocalipsis ahora?




Lo de anoche tuvo atisbos de locura. No que Donald J. Trump ganara las elecciones, analistas como Michael Moore y Noam Chomsky ya lo habían vaticinado. Me refiero a la sobre reacción de muchos, especialmente en redes sociales. Seguí con atención los comentarios hasta las seis de la madrugada, ya cuando el magnate había dado su discurso como el mandatario número 45 de Estados Unidos. Y de paso ratificado una verdad a estas alturas irrefutable; que tanto en Estados Unidos como en Chile una cosa es ser candidato y otra presidente electo. ¡Si no lo sabremos nosotros con Lagos!

En el caso de Trump, su campaña fue un cóctel intragable de vulgaridades y ataques a minorías, mujeres, migrantes, incluida una grave amenaza de cárcel contra la propia candidata demócrata Hillary Clinton. Un discurso a la medida del americano promedio blanco, analfabeto funcional, conservador y que difícilmente podría señalarnos la ubicación de Europa en un mapa. Ni hablar del África subsahariana o el sudeste asiático. Aquel era el voto de Trump. A ellos dirigió su campaña. A ellos y sus temores. A ellos y sus ansiedades. Y vaya si dio resultado.

Pero se hace campaña con poesía y se gobierna con prosa. El propio Trump, un verdadero bufón hace dos semanas, sorprendió a todos con su conciliador discurso de esta madrugada. Tranquilo, pausado y rodeado por su familia directa, agradeció  el respaldo de sus votantes, llamó a la unidad de la nación y solicitó una ovación para Clinton, "una gran candidata y servidora pública" a quien el pueblo norteamericano le debía mucho, subrayó. También se comprometió a "reconstruir el país", no olvidemos Estados Unidos surfea una compleja recesión económica, y sumar a todos a dicho esfuerzo. Sin diferencias odiosas de "raza, religión u origen", agregó. Total y felizmente irreconocible.

Para tranquilidad del resto del planeta, también anunció que no saldría a buscar hostilidades de nadie. "Nos llevaremos bien con todas las naciones del mundo que tengan voluntad de llevarse bien", sostuvo. Sobre el muro de tres mil kilómetros con México, cero comentario. No pasará de ser un exabrupto de campaña, sospecho. La idea es tan ridícula, estúpida y poco efectiva que dudo Trump invierta en ella un solo minuto. O que el Congreso le autorice los fondos. Fue simple retórica, munición de campaña. Gael García Bernal y millones de centroamericanos creo pueden dormir tranquilos. También los carteles, el principal complejo militar-industrial de los estados fronterizos. Y fuente de miles de empleos.

Soy de los que creen que el mundo seguirá girando tal cual con Donald Trump en la Casa Blanca. Puede que incluso sea, en materia de reactivación económica e innovación tecnológica, un gobierno a tener en cuenta en el futuro. Y positivamente. Advertía esto último la tarde de ayer en Twitter, cuando los primeros sondeos ya pronosticaban el desastre demócrata. Me hicieron bolsa. "Irresponsable", fue lo más suave que leí. Y no, no se trataba de tomar las cosas a la ligera. O de festinar con el drama hípster y progre en desarrollo a escala planetaria. Todo lo contrario. Trataba de un mínimo de perspectiva histórica. Y de opinar medianamente informado.

Ronald Reagan en 1980 llegó a la Casa Blanca con un discurso tan o más duro que Trump. Su lema, "Make America Great Again" ("Haz de Estados Unidos un gran país de nuevo"), era una apelación directa al orgullo gringo derrotado en Vietnam, superado en la carrera espacial y empantanado en Cuba, allí, a pocas millas náuticas de Florida. En plena Guerra Fría y con la amenaza del holocausto nuclear a la vuelta de la esquina, Reagan fue lo más cercano a un elefante en la cristalería. Llegó a prometer transformar la Unión Soviética, el "Imperio del Mal" como la bautizó, en nada menos que un "montón de ceniza". Lo suyo era Rocky versus Iván Drago. Y encantó a la mayoría.

Ese fue el tono de la campaña de Reagan, el "pistolero" que demócratas y liberales menospreciaban por su pasado como actor de western y discurso incendiario, bravucón y simplista. De triunfar Reagan, advertían ellos, el mundo ingresaría a una era oscura y apocalíptica, donde la amenaza nuclear sería tal vez el mejor y más rápido de los finales posibles. Nada de ello por cierto aconteció. Lo sabemos porque estamos vivos. Y el planeta Tierra también. Reagan ganó las elecciones, se instaló en la Casa Blanca y rápidamente su retórica bélica dio paso a la moderación del gobernante. Reagan se concentró en la economía y la vieja URSS, a fines de la misma década, cayó estrepitosamente por sí sola. Bien lo sabe Roberto Ampuero.

"Make America Great Again". Convengamos es un gran lema de campaña. Casi al nivel del ultra ondero y hipster "Yes, we can" de Barack Obama. El de Reagan sería utilizado más tarde por Bush padre y en 2015 desempolvado por Trump para su campaña de redención del viejo sueño americano. A propósito de la familia Bush, un necesario paréntesis. Puede que en la historia de Estados Unidos no haya existido un candidato con menos pergaminos y limitadas capacidades intelectuales que George Walker Bush. Pese a ello, dos veces se instaló en la Casa Blanca. Tampoco que recuerde fue el Apocalipsis global. No al menos para Latinoamérica, ese perdido pueblo al sur de Estados Unidos que visitó tarde mal y nunca. Y con indisimulado desgano.

En 2008, estando en Filadelfia, Pensilvania, pude observar de cerca la grandiosa primera campaña presidencial de Barack Obama. Y notar como el actual mandatario arrasaba en los barrios de clase media intelectual. Y como John McCain, el veterano prisionero de guerra de Vietnam, hacía lo propio en los barrios blancos pobres y de clase trabajadora. Muy marcado eso. Académicos de la Universidad de Penn -donde estaba invitado, todos demócratas ellos- me reconocían que el "americano medio" por naturaleza vota republicano. Es decir, conservador, religioso y tan cosmopolita y abierto a otras culturas como lo puede ser un granjero polaco. O un dueño de fundo al sur del Biobío.

Es el voto que llevó a Trump a la Casa Blanca. Si decimos creer en la democracia, poco y nada que lamentar. Felicitaciones al vencedor y que sea, en la medida de lo posible, un no tan mal gobierno. Mientras tanto la vida sigue. Ahora a pensar en Colombia y que un inspirado Esteban Paredes nos devuelva a todos la sonrisa.

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