Un aguijón cubierto de miel
La figura de un caricaturista político ácido, certero, temido por todos, puede convertirse en un personaje de novela memorable. Así sucede en Las reputaciones.
Celebrado en varios continentes por sus novelas anteriores (Los informantes, Historia secreta de Costaguana y El ruido de las cosas al caer), el colombiano Juan Gabriel Vásquez aborda en Las reputaciones, su entrega más reciente, la existencia de un caricaturista de diario que de la noche a la mañana se ve forzado a volver sobre un hecho oscuro ocurrido 28 años atrás. Es precisamente durante el concurrido homenaje público que se le rinde en el Teatro Colón de Bogotá, un reconocimiento a las cuatro décadas de su exitosa carrera, en donde Javier Mallarino será abordado por la mujer que lo conducirá de vuelta al pasado.
La figura de un caricaturista político ácido, certero, temido por todos, puede convertirse en un personaje de novela memorable. Así sucede en Las reputaciones: con su actuar independiente, Mallarino representa "la conciencia crítica del país", según dice una ministra de Estado en el homenaje aludido. Pero no sólo ha habido ganancias y honores para nuestro hombre, pues el precio que ha debido pagar por ejercer su oficio con arrojo va desde la exclusión social hasta el desprecio de los poderosos. Sin embargo, a él lo mantienen vivo "la indignación o la rabia o el odio", por lo que tampoco cabe asumir que el tipo es una inocente criatura. Su especialidad, de hecho, es valerse sin contemplaciones de "un aguijón forrado de miel".
Cuando una periodista que realmente no es periodista, sino la víctima de los hechos ocurridos 28 años antes, lo consulta acerca de "ser la conciencia de un país", Mallarino responde lo siguiente: "Lo importante en nuestra sociedad no es lo que pasa, sino quién cuenta lo que pasa. ¿Vamos a dejar que sólo nos lo cuenten los políticos? Sería un suicidio, un suicidio nacional. No, no podemos confiar en ellos, no podemos quedarnos con su versión. Nos toca buscar otra versión, la de otra gente con otros intereses: la de los humanistas. Eso es lo que yo soy: un humanista. No soy un chistógrafo. No soy un pintamonos. Soy un dibujante satírico".
Además de la mujer mencionada y del propio Mallarino, al relato central de la novela concurre Adolfo Cuéllar, un congresista conservador que mucho tuvo que ver en los sucesos del pasado que el caricaturista y su acompañante deciden revisitar. "Pocos hombres públicos llevaban su reputación como la llevaba Cuéllar, parada en el hombro como un loro, no, anudada al cuello como lleva un culebrero su culebra". Evidentemente, Cuéllar viene a representar la hipocresía de una casta que es bien reconocida en cualquier país de Latinoamérica: con su presencia, el autor carga la trama de una turbiedad que en los momentos de mayor suspenso producirá efectos inquietantes en el lector.
La memoria, tema principal de la novela, fluye por dos vertientes. La primera es de orden sentimental: Mallarino recuerda y alude frecuentemente al gran Ricardo Rendón, aquel genial caricaturista colombiano que se suicidó en 1931, a la edad de 37 años. La otra cuerda es el ejercicio mismo de la memoria -¿qué pasó realmente aquella noche en casa de Mallarino 28 años atrás?-, ejercicio que se ve reflejado en una elocuente frase de Alicia en el país de las maravillas: "Es muy pobre la memoria que sólo funciona hacia atrás".
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