Un buen "cachamal"
El término "cachamal" es un modismo chileno que se refiere a un golpe leve dado con la mano abierta en la frente de otra persona, no es agresivo ni inamistoso, pero sí desaprobatorio, se aplica para reprochar una conducta que refleja incapacidad de comprender la realidad, o que es simplemente desatinada, torpe o boba.
A quienes creemos en la democracia y sus instituciones, nos andan picando las manos en estas últimas semanas por darles un buen "cachamal" a varios parlamentarios.
Todos sabemos que las cosas no andan del todo bien en la república, que se requieren cambios en la acción del gobierno, un nuevo respiro, corregir rumbos.
Todavía de manera algo incierta, y quizás sin la claridad requerida, el gobierno está haciendo un esfuerzo por mejorar las cosas y ello requiere el mayor apoyo.
En primer lugar, se requiere un buen funcionamiento del Congreso, institución que como es sabido ha llegado a mínimos inquietantes de confianza y aprecio ciudadano y que debiera interrogarse acerca de cómo cambiar las cosas para mejorar su imagen.
Es cierto que se trata de un fenómeno global que afecta a todos los parlamentos en el mundo en mayor o menor medida y que tiene que ver con transformaciones generadas por el proceso de globalización que desafía el funcionamiento de las instituciones clásicas de la democracia.
Es el concepto mismo de representatividad el que debe encontrar nuevas formas de funcionamiento en la sociedad de la información.
Pese a estas dificultades globales y a una creciente impopularidad, el Parlamento en Chile ha tenido desde el regreso de la democracia más fortalezas que defectos.
Ello cambió bruscamente y para mal con los escándalos ligados al financiamiento de la política.
Su credibilidad sufrió un rudo golpe y la opinión pública muchas veces manipulada por catones dudosos y por profesionales del resentimiento han generado la idea de que se trata de una banda de malandrines sólo preocupados por su propio interés.
Como todas las visiones extremas, esa concepción es equivocada e injusta, pero no del todo. Existen conductas parlamentarias que ayudan a que esa grotesca caricatura tenga un pequeñito aire de familia con una cierta realidad.
Para reganar el respeto y ojalá en un futuro el aprecio de la ciudadanía, diputados y senadores necesitan hacer un esfuerzo mayor.
En primer lugar, deberían ser los más interesados en aprobar de manera rápida y rigurosa la agenda de probidad propuesta por el gobierno, sobre todo en lo que concierne a los estándares éticos de su funcionamiento y no buscar razones para mantener privilegios y prebendas.
Está muy bien que en la cuenta pública realizada hace poco, con algo de pomposidad, se anunciara una serie de medidas que van en la buena dirección, pero francamente tienen gusto a poco. El vino que sirvieron estaba un poco aguado.
Congelar las dietas, ¡qué bueno!, pero ¿por qué no revisarlas un poco hacia abajo?, no en nombre de un populismo fácil, sino de un símbolo de austeridad republicana que los acerque institucionalmente a la ciudadanía.
Al respecto hay declaraciones algo patéticas de algunos parlamentarios sobre la relación entre el monto de la dieta y la excelencia de los elegidos; tales declaraciones muestran muchas confusiones. Un parlamentario incluso llegó a hacer una comparación con los emolumentos de las estrellas del fútbol.
La democracia moderna no coincide con la concepción del filósofo-rey de Platón, no es el gobierno de los mejores, ni de los más sabios, ni de los más inteligentes, sobre todo definidos por ellos mismos.
Afortunadamente, es el gobierno de quienes son elegidos por el voto popular y de ese acto surge su legitimidad.
Las razones por lo cual son elegidos son muy variadas y pueden tener su origen en liderazgos racionales, habilidad clientelar, identificaciones emocionales e incluso por descarte.
Es decir, sólo a veces coincide la calidad con la popularidad.
Puede ser elegida en democracia una persona muy meritoria o un tontorrón empático.
Pero aún así, como bien lo sabemos, la democracia sigue siendo comparativamente el mejor y el menos arbitrario de los sistemas.
Otros parlamentarios han dicho que si bajan las dietas deberán trasladar sus talentos al ámbito privado. ¡Por favor!, adelante... Seguramente habrá otros interesados, quizás con talentos similares dispuestos al sacrificio.
Ese no debiera ser el dilema para un representante popular, pues perderían todo sentido las múltiples declaraciones sobre el espíritu de vocación de servicio público.
Esas declaraciones se transformarían en puro embeleco si no se está dispuesto a renunciar a nada por el honor de representar la voluntad ciudadana. Serían en verdad sólo pamplinas y futilezas.
Nadie está pensando de otra parte que ellos reciban una dieta injusta y avara, sino una dieta digna que les permita ejercer sus funciones con serenidad e independencia.
Pero para reganar esa confianza no cuentan sólo sus condiciones de funcionamiento, sino la calidad sustantiva de su labor, y también ahí hay mucho paño que cortar.
Tanto en la oposición, donde abundan quienes ante cualquier propuesta de cambio se cierran como ostras sin ninguna actitud de crítica positiva e intento de influir desde sus posiciones, como entre los partidarios del gobierno, algunos de los cuales actúan a menudo con un particularismo deplorable.
En el caso de la reforma docente hemos visto de todo, oportunismo y seguidismo ante las presiones corporativas, cálculos electorales mezquinos e ideologismos destemplados y gritones que terminan uniendo el voto más radical con la derecha más conservadora.
Como tampoco el gobierno lo ha hecho estupendo, podemos terminar con una reforma docente que tendrá un impacto apenas moderado sobre la calidad de la educación.
También en este caso hay declaraciones para el bronce de algunos parlamentarios, que sin pudor plantean que su preocupación se centra sólo en dejar contento al núcleo duro de sus electores, vale decir, los que asegurarán su reelección, sobre todo si va poca gente a votar.
Cuánta razón tenía un político, ese sí de excelencia, como Winston Churchill, cuando refiriéndose a un colega algo zafio decía: "Cuando toma la palabra no sabe lo que va a decir, mientras habla no sabe lo que está diciendo y cuando concluye no sabe lo que dijo".
No son esas actitudes las que recuperarán la confianza y la credibilidad de la gente en la política, ni tampoco es la forma de reforzar la democracia, esas conductas dan argumentos al discurso de la antipolítica que tiende a crecer mezclando simplismo, caricatura e invocaciones mesiánicas.
Naturalmente, hay otras conductas en el Parlamento más serias y constructivas, quizás hasta mayoritarias, que se guían por el bien público y una responsabilidad de Estado, pero las que generan ruido y salen en los medios son las otras, las irresponsables.
¿Están algunos de nuestros parlamentarios tan lejos de la realidad que simplemente no perciben los efectos nocivos de su accionar? Nadie les pide una inteligencia superior y una conducta heroica, se les pide apenas que empleen sus talentos, en la cantidad que los posean, en trabajar duramente por el bien público, que es por lo demás su mandato y su deber.
Ni más, ni menos.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.