Un niño y sus monstruos
Yo pensaba que Roberto Gómez Bolaños estaba muerto. Parece que era un deporte matar a Chespirito de vez cuando, fingir su muerte. También recuerdo (o puede que me lo inventé) que había un pueblo en Brasil que se había ido a huelga porque la televisora local había dejado de dar El Chavo del 8. Supongo que eso revela su aura, el estatus que tenía como ícono cultural en el continente.
No es raro. Recuerdo que un año vi todos los capítulos de El Chavo. Debo haber tenido 15 o 16 años. Lo daban en UCV. Todos esos episodios me parecieron rápidos y divertidos, hechos de un humor físico, pero también de diálogos punzantes, de situaciones imposibles y resoluciones improbables. Pero había algo de desagradaba en ellos, algo que sucedía por debajo quizás, pero que en esa época no podía identificar. Era algo que tenía que ver con el tono oscuro de los decorados y los chistes sobre el hambre, con la idea de que más que héroes infantiles el programa estaba lleno de seres horribles y deformes, de padres ausentes y madres histéricas, de profesores idiotas, de vecinos abandonados al tedio y al alcohol.
Por lo mismo, en un punto dejé de ver el programa, aburrido de las repeticiones y de esa deformidad que, en ese momento, no sabía identificar como tal.
Chespirito era un rey olvidado cuya fama dependía de lo que hizo en el contexto del humor latinoamericano de los 70. En ese contexto era un dios de muchas caras. Mientras que uno de sus shows (El Chapulín colorado) era puro escapismo surreal, el otro (El Chavo) quería ser realismo puro, una narrativa atada a los espacios de la precariedad de una ciudad como el DF, pero que también podían ser Santiago y el resto de las capitales hacinadas de América Latina. Porque Gómez Bolaños existía para todos esos lugares: su mitología se fundaba desde todas esas contradicciones, que la hacían inolvidable también la volvían triste y completamente incorrecta.
¿Qué me molestaba, qué me molesta de ella? No lo sé. Quizás la comprobación de que tras un show infantil exitoso se podía esconder una retórica deforme, el acto de hacer humor desde la pobreza, colocando a un muchacho abandonado en la calle y pensar que eso era un sinónimo de la inocencia y la felicidad.
Me imagino que mucha gente, ahora mismo, debe estar recordando sus capítulos preferidos de El Chavo. Yo no tengo ninguno. Para mí Chespirito era animal televisivo que hacía un neorrealismo imposible y deforme, un autor perverso que fabricaba una comedia poniendo en pantalla a un niño de la calle acosado por monstruos.
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