¿Y los espías?
Después de ver El espía que sabía demasiado fui tras El topo, la novela de John le Carré que inspiró la excelente película dirigida por Tomas Alfredson. Me fue mal. Encontré los últimos libros suyos, pero no los escritos en los años 60 y 70, los que lo convirtieron en uno de los narradores más populares del mundo.
Cuando ya había empezado a olvidarme de los impermeables y el whisky, de la soledad y los secretos, encontré una edición de El espía que surgió del frío. Qué felicidad…
A veces cierta literatura se ve beneficiada por el contexto. Sin embargo, lo que en un momento contribuye a conectar con los lectores, puede, con el correr del tiempo, volverse en su contra. Sucede ahora con la novela de espías. Durante la Guerra Fría eran historias que "había" que leer, mientras que hoy cuesta encontrar incluso las obras maestras de Le Carré. Con quien pasa algo parecido es con Graham Greene. Aunque DeBolsillo reeditó El americano tranquilo y El agente confidencial, el que desee leer El factor humano o Nuestro hombre en La Habana o El poder y la gloria tendrá que pesquisarlos en las librerías de viejo.
Aquí el malentendido es más inexplicable, pues Greene es un autor que supera con creces cualquier encasillamiento. Como heredero natural de Conrad y Chesterton, sus temas son la lealtad y la traición, la libertad individual y la fuerza institucionalizada, el dolor y la esperanza. Lampedusa planteaba que su poder para conmovernos radica en la originalidad con que interpreta las doctrinas católicas. "Greene -dice el autor del Gatopardo- se remontó a los orígenes del cristianismo: lo ha expurgado de todos los cardenales, los Luteros, los arzobispos de Canterbury, las Madonas de Siracusa, los puritanos, los jesuitas, y ha visto su verdadero rostro, que es el de la caridad".
Las novelas de Greene son indagaciones profundas en la naturaleza humana, sondeos morales que están muy por sobre las coyunturas históricas. Las novelas de espías, lo sabemos, son historias de fragilidad y tormento interior: los verdaderos héroes son esos tipos de apariencia impecable, en extremo prudentes, pero corroídos por el remordimiento, incapaces de ser transparentes, meras piezas de un juego cuyas implicancias nunca comprenderán del todo. Conciencias corrompidas, vidas rotas.
Pareciera que hoy estos personajes han migrado a las series. The honorable woman, por poner un ejemplo notable, sitúa la acción en el conflicto entre israelíes y palestinos. Siendo muy niños, Nessa y Ephra Stein presenciaron el asesinato de su padre mientras almorzaban en un restaurante. Lejos de incubar el odio hacia los árabes, los hermanos han decidido expiar los pecados del padre -era dueño de una industria de armamento- y dirigir una fundación que contribuya a la paz en Medio Oriente. Pero, al igual que Graham Greene en El americano tranquilo, aquí vemos que la inocencia no es una virtud. En la vida real, las buenas intenciones pueden terminar siendo más peligrosas que el escepticismo de quien tiene los pies en la tierra.
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