Investigadoras jóvenes que estudian la manera tradicional de vincularnos: “La crítica no es al amor, es a que solo haya una forma válida de enamorarse”


En septiembre del año pasado la Doctora en psicología, investigadora y estudiosa del amor romántico y las relaciones sexoafectivas, Carolina Aspillaga, publicó en sus redes sociales una reflexión que tituló La crítica no es al amor. La crítica es al modelo. En ella especificó:

La crítica no es al amor, es a que solo haya una forma válida de enamorarse.

La crítica no es a las rosas y a los chocolates, es a que haya una forma estandarizada de expresar el amor.

La crítica no es a estar en pareja, es a que mi valor como mujer y el sentido de mi vida dependan de eso.

La crítica no es a las relaciones monógamas, estables y a largo plazo, es a la idea de que esas son las únicas relaciones verdaderas y valiosas.

La crítica no es al cuidado y a la ternura, es a la idea de que para amarnos debemos entregarnos sin límites y fundirnos mutuamente.

La crítica no es al 14 de febrero, es al sistema que se beneficia y crea estas fantasías amorosas.

Con esa publicación, Aspillaga proponía cuestionar un modelo instaurado en el occidente que postula, hace ya siglos, que hay una sola forma válida de amar; un modelo, planteado ya como paradigma absoluto e inamovible, en el que existen roles diferenciados entre hombres y mujeres y en el que solo tienen cabida la monogamia y las relaciones de pareja heteronormadas, sin espacio para las disidencias sexuales ni para la multiplicidad de posibilidades con las que vincularse en pareja.

Pero, como explica la especialista, su intención no era la de criticar el amor de por sí, ni mucho menos el cuidado o la ternura. Tampoco el estar enamorados o vincularnos sexoafectivamente. Su cuestionamiento iba dirigido hacia la falta de alternativas y el asentamiento de un modelo como único y correcto, que invalida todo lo que no se ajuste o se salga de la norma. “Eso es el amor romántico como lo conocemos; un modelo amoroso hegemónico que establece cómo hay que amar y cómo se expresa ese amor, como si hubiera una única manera”, dice.

Y el peligro de que algo se vuelva normativo –y que no deje un margen de flexibilidad–, es que termina generándole mucho daño a los que no calzan. Como explica la autora feminista nigeriana Chimamande Ngozi en su libro El peligro de la historia única (2018), no se trata de que esas historias no sean reales. Probablemente lo sean. El problema es que si se imponen como únicas, invisibilizan todas las otras posibilidades.

Doctorada en psicología de la Universidad de Chile, Carolina es parte –junto a la autora June García, quien hace talleres sobre el Neo Amor; el colectivo Amores Subversivos; y la psicóloga Cabra Chica Caliente (en Instagram: @cabrachicacaliente), entre otras–, de una corriente de investigadoras jóvenes que estudian el amor romántico, lo profundo que ha permeado en las sociedades occidentales y los daños que le ha generado específicamente a las mujeres, por tener que cumplir con ideales que en la práctica son imposibles de lograr. Son ellas, entre otras, las que en un momento dado decidieron visibilizar la multiplicidad de formas existentes para vincularse, que se oponen a la narrativa que decreta que solamente existe una. Son ellas las que siguen el legado de las que desde las primeras olas feministas, rompieron con la tradición.

En su caso, es su experiencia personal de un pololeo adolescente la que la hizo cuestionar lo que conocía hasta entonces; premisas que plantean que el amor lo puede todo y que hay que entregarse por completo. “Tenía 18 años y pensaba que si con mi pololo íbamos a terapia de pareja podíamos solucionar las cosas, cuando en realidad se trataba de una persona psicológicamente violenta. En un minuto me empecé a sentir incómoda, salí de ahí y me di cuenta de todo lo que había sido capaz de hacer solo para mantener esa relación y lo mucho que me transgredí a mí misma. Tenía esa falsa ilusión de que estando emparejada las cosas serían mejores; todo en nombre del amor”, recuerda.

Desde ahí en adelante, como explica ella, empezó su proceso de cambio, pero junto a eso también un duelo. “Cuando te cuestionas cosas que han estado dadas por sentado tanto tiempo, se vive un proceso de luto; uno muy incómodo que mucha gente opta por no vivir. Pensar distinto genera incomodidad con una misma y también le genera incomodidad al resto”.

¿Qué implica problematizar la narrativa del amor romántico? Que por cierto está tan delineada y conocemos tan bien.

Implica darse la posibilidad de pensar más allá de las formas que nos han enseñado; la posibilidad de pensar otras opciones más allá de los límites establecidos y salirse de la caja. Ese proceso de adquisición de conciencia tiene que ver con una sensación de incomodidad; hay algo que nos molesta y que no nos hace sentido en las formas que nos enseñaron y por eso, una vez que lo identificamos como tal, nos preguntamos qué nos pasa. Cuando surge la posibilidad de pensar que este modelo tradicional que supuestamente es tan fantástico y que nos promete ser felices para siempre, en realidad tiene elementos que generan sufrimiento, ahí es cuando empezamos a cuestionarlo.

Hay una tendencia hacia el romper con lo tradicional, con los estereotipos y la norma. Pero a su vez, entrar en un terreno desconocido e incierto genera resistencia. ¿Cómo es este momento de inflexión?

El modelo del amor romántico lo conocemos bien y es nuestra zona de confort. Cuando empezamos a vislumbrar nuevas posibilidades, de las cuales no hay referentes, se nos hace mucho más difícil. Pero esa es la pega. Existen algunas series o películas en las que se cuestiona este modelo, pero históricamente los referentes culturales han potenciado esa narrativa tradicional. Salirse de eso tiene que ver con un proceso de ensayo y error respecto a lo que a cada uno le acomoda. Salirse de eso implica, justamente, buscar y encontrar la opción o las opciones que nos hacen sentido, ese es el trabajo que hay que hacer y también el que muchas veces da miedo. Porque decir ‘de aquí en adelante voy a ser así en todas las relaciones’, tampoco es la idea. Eso también es limitante. Es ir viendo día a día y es un proceso continuo y constante.

Aun así, el modelo del amor romántico siempre va estar tirando porque es lo que más conocemos. Es importante ahí poder identificar qué cosas de ese modelo sí nos acomodan y darnos esa libertad. Porque también es una fantasía creer que en algún momento vamos a estar totalmente deconstruidas si es que estamos insertas en una cultura en la que constantemente nos dicen que esa es la manera de vincularse. Por otro lado, también es peligroso decirse una misma que ‘estamos deconstruidas’, porque somos nosotras diciéndonos que superamos algo, ¿cuál es el parámetro ahí? No es llegar y leerse 10 libros y listo; es saber que muchas veces, entre lo que queremos o aspiramos y lo que realmente pasa, hay una distancia, y eso está bien.

En este proceso de cambio, cualquier cosa que se plantea como absoluto es lo que hay que cuestionar.

Sí, y por eso tampoco me hacen sentido los activismos que plantean que las no monogamias son la solución al amor romántico, porque incluso en una relación poliamorosa, o abierta, nos podemos estar vinculando desde los mismos principios y creencias del amor romántico. El punto está en cuestionarnos qué es lo que más se acerca, en ese momento de nuestras vidas, a lo que deseamos.

Cuestionar eso requiere de un esfuerzo y compromiso. Cuesta romper con la tradición.

Creo también que este modelo nos promete felicidad, y por eso cuesta tanto romper con él. En una cultura en la que la felicidad es casi un deber y el ser infelices está asociado a un problema de gestión personal. En ese contexto, el modelo del amor romántico es un ‘camino seguro’, nos dice que si estamos en pareja y estamos enamorados, nunca vamos a estar solas y vamos a tener intimidad emocional. Eso da paso a que haya una resistencia al cambio.

En general, los seres humanos buscamos la estabilidad, porque es lo que nos permite funcionar de una manera que requiere menos esfuerzo psíquico. Decir que nos vamos a cuestionar el modelo que hemos aprendido, o desaprenderlo, requiere de mucho trabajo. Es adentrarse en un terreno desconocido, en el que no sabemos cómo nos vamos a sentir o si nos va a gustar o no. No es como que nos salimos de un camino y ahí está el otro, es más bien como ‘te saliste del amor tradicional, ahora encuentra el camino que más te acomoda de todas las posibilidades’. Y eso es difícil. Lo otro no fue decidido por nosotros, fue impuesto. Es mucho más fácil irse por algo que uno conoce bien más que emprender esa búsqueda, porque la búsqueda genera estrés y angustia y es un proceso de ensayo y error en el que se asume que los deseos y expectativas de hoy quizás no van a ser los mismos más adelante. Pero ahí es donde nos conocemos realmente.

También, me parece importante visibilizar que esa certidumbre que supuestamente nos da el modelo de amor romántico, es una fantasía. La monogamia no asegura nada y la certidumbre absoluta nunca está.

¿Cuál es la intención, en tu caso, de problematizar el amor romántico?

La intención es la de cuestionar la manera que nos han enseñado, que es una forma de amor muy individualista, o individualista de a dos, en la que la pareja es lo más importante y cualquier otro vínculo pasa a segundo plano. Es cuestionar que haya una única manera de entender el amor, que además genera un debilitamiento en los vínculos de comunidad. Es un modelo que te dice que si no estás en pareja, estás sola; que hay que entregarlo todo y deshacerse en el otro para poder tener una relación exitosa y que el amor lo puede todo. Problematizar esto es visibilizar que esta forma no es natural o inherente al ser humano; y es también visibilizar que tiene costos, a nivel comunitario y a nivel individual por todas las frustraciones que genera, especialmente en las mujeres.

¿Y por lo mismo somos nosotras las impulsoras de este cambio?

Gran parte de los cambios sociales en los que hay que reorganizar las relaciones de género, son impulsadas por mujeres. Somos las más perjudicadas en las dinámicas relacionales porque somos las más condicionadas por los roles de género. Como nos vemos en una situación de desigualdad, somos nosotras las que eventualmente decimos ‘esto ya no nos acomoda’, versus la persona que se ve beneficiada por el modelo y por ende no busca cambiarlo.

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