El arte del ajuste fiscal
SEÑOR DIRECTOR:
Reducir el gasto público no es sólo posible, sino necesario. La deuda del Estado se acerca rápidamente al umbral del 45% del PIB, un nivel considerado prudencial por los economistas fiscales. Ignorar esa señal sería como seguir gastando con la tarjeta de crédito mientras solo se pagan los intereses. En algún momento, la cuenta llega.
Ahora bien, decidir dónde recortar es lo difícil. Cada peso del presupuesto tiene un defensor: la educación es sagrada, la salud intocable, la infraestructura imprescindible. Pero mantener todos los programas intactos no es una política, sino una ilusión. La responsabilidad fiscal consiste en priorizar, no en recortar por igual.
¿Reducir el gasto implica una recesión? No necesariamente. Todo depende del contexto. Si la economía crece al 5%, el sector privado puede reemplazar parte del gasto público sin grandes sobresaltos. Pero si apenas roza el 2%, la austeridad brusca puede apagar los motores. En ese caso, la clave está en la gradualidad.
Además, una consolidación fiscal inteligente puede incluso impulsar la inversión. Si se acompaña de menores trabas regulatorias, incentivos a la inversión privada y eliminación de impuestos poco eficientes —que recaudan poco pero desincentivan mucho—, el ajuste puede generar un efecto de desplazamiento: menos gasto estatal, más dinamismo privado.
Los candidatos de oposición han prometido reducir el gasto; la pregunta es si es factible hacerlo sin provocar una recesión. La respuesta es sí, siempre que se combinen prudencia, gradualidad y reformas procrecimiento. El desafío no se trata simplemente de apretarse el cinturón, sino de hacerlo sin dejar de caminar.
Jorge Rojas Vallejos
Director Magíster en Economía y Ciencia de Datos FEN UNAB
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